Domingo, 12 de junio de 2016 | Hoy
Por Angel Berlanga
Lo que está allá, al principio, es un televisor en blanco y negro y la expectativa por un boxeador fuera de serie que está volviendo a pelear después de que se lo prohibieran, un tipo que se había cambiado el nombre, y su estilo, el swing para desplazarse por el ring, la alternancia o la simultaneidad entre bailotear mientras el otro intentaba pegarle y surtir unos golpes fenomenales. Esa especie de bruma lejana contiene a Muhammad Ali: tengo cuatro o cinco años, es la casa de mi abuela en el barrio de Constitución y en directo desde allá, bien a comienzos de los 70, lo que guarda la memoria no es mucho más que esto. ¿Era la pelea con Bonavena? Mi padre no puede precisar la escena, aunque sí que estuvo a punto de noquearlo: “Era muy fuerte, Bonavena –dice–. Aguantó y aguantó, pero al final...” La conversación lo lleva más atrás, cuando trabajaba en un restaurante, a un recuerdo del 63 o el 64, ante una pelea decisiva: “Estaba dividida la cosa, unos opinaban por Clay y otros por el otro. Y me acuerdo de una conversación con un cliente que decía que era un bocón, un fanfarrón y nada más. Fanfarrón es el que dice las cosas y no las hace, pero Clay dijo que lo iba a noquear y lo noqueó”.Serán las peleas con Sonny Liston. En la primera, con 23 años, consiguió el título de los pesados: Liston tenía la cara desfigurada y no salió al séptimo round; en la segunda lo noqueó en el primero. “Me preguntan por qué he dejado de llamarme Cassius Marcellus Clay. En realidad nunca fui tal. El dueño de mi abuelo se llamaba así y el nombre -como un obsequio- se fue trasmitiendo de generación en generación. Ahora, díganme: si alguien dice ‘Ahí viene Brodstein’, ustedes seguramente contestarán: ‘Llega un judío’. Si les dicen Shariff, sabrán que viene un árabe. Cuando oyen decir Cassius Marcellus Clay, contestarán ‘Es un blanco’. Se equivocarían: ¡yo soy negro! Por eso quien figura en los registros civiles de Estados Unidos como Clay, ahora se llama Muhammad Alí”. La cita es parte de una nota de Osvaldo Soriano tras la pelea de Ali con Bonavena y antes del primero de los tres combates con Frazier. Escribe Soriano: “Es que este boxeador, al que Joe Louis calificó como ‘el mejor de todos los tiempos’, reunió dos condiciones que, juntas, son inconciliables en Estados Unidos: es negro y habla demasiado”. A fines de 1970 Ali volvía a pelear: en su prontuario rebelde reunía la conversión al islamismo, andar de ladero de Malcom X, la negativa a alistarse al Ejército. “Con los impuestos que pago de mi bolsa en cada pelea, un soldado norteamericano vive un mes matando gente amarilla en Vietnam. Con lo que pago en todo un año, es posible construir bombas como para quemar una aldea. Con todo eso ya soy culpable. ¿Tengo además que matar con mi propia mano?”. Le quitaron el título, estuvo a poco de ir a la cárcel y durante tres años no pudo combatir.
Llevaba 29 peleas invicto cuando volvió, contra Jerry Quarry: lo despachó en tres rounds. Un mes y medio después, el 7 de diciembre, llegó la hora de Bonavena, que estaba primero en el ranking y era tan petardista como Ali: “Le gano, seguro”; “Lo noqueo en el round 11; “Tengo ventaja: ¡soy argentino y soy blanco!” La conferencia previa a la pelea es alucinante: “Gallina: ¡Pi-pipipí!”, le decía Ringo una y otra vez, con esa voz finita que tenía. “Seguí hablando, te voy a matar a golpes”, gruñía Ali.
–Clay, Clay. ¿Vos sos Clay?
–Soy Muhammad Ali.
–¿Clay?
–Cuando llegue la pelea, no me vas a llamar así.
–Clay…
–Por favor, díganle a todos que nunca conocí a un hombre al que quiera golpear tanto.
A Ali se le notó que recién retomaba y Bonavena hizo una pelea fenomenal. Apenas comenzado el noveno lo surtió con un zurdazo que puso a Ali de rodillas; a lo largo de la pelea, además, metió varios derechazos que lo hicieron tambalear, en los bordes de perder el equilibrio. Recién en el último round Ali le calzó un gancho de zurda que lo volteó. Ringo había salido a tirar el resto, tenía la cara ya muy machucada y las piernas no lo aguantaron; se levantó dos veces, pero estaba listo: es conmovedor cómo intenta abrazarse al rival para no desparramarse en la tercera y definitiva caída. Tras la pelea Ali está agotado y conmovido, pero enseguida se larga con el show: le alcanzan un teléfono y simula hablar con Frazier para provocarlo y precipitar su próxima pelea. Después Ringo, reenfundado en su gruesa bata celeste y blanca, se le acerca y le dice: “Disculpame por haberte dicho gallina, era para ponerte nervioso. Vos sos el campeón”. Se seca una lágrima, le guiña un ojo y se manda: “Le vas a ganar a Frazier, porque sos mejor que él. Yo soy más fuerte que Frazier, y si vos me ganaste a mí, a él le ganás seguro”.
Pero al año siguiente Frazier le ganó a Ali con claridad, lo volteó en el último round y le quitó el invicto. Era el comienzo de un clásico: Ali, que recuperaría el título, lo ridiculizaba una y otra vez en público y el otro no atinaba a defenderse, pero fue juntando un odio visceral. Pelearían dos veces más y en las dos ganó Ali; la tercera, la de Manila, fue una carnicería, los dos destrozados en sus rincones y el manager de Frazier que para la pelea sin saber que el otro no quería saber más nada. “Fue lo más cercano a la muerte que vi”, dijo Ali. Frazier alardeó hasta que murió de un cáncer de hígado con que fueron sus golpes los que habían despertado o acelerado el Parkinson de Ali. Cuando vino a la Argentina, en 1979, parecía afectado.
Ya había venido en 1971, invitado por la UOM: ahí está la foto junto a Lorenzo Miguel y José Rucci. En el 79 lo trajo El Gráfico y se pasó una hora y algo en Mónica presenta, junto a Hugo Gatti, Edmundo Rivero, Tito Lectoure, Roberto Maidana y Ernesto Cherquis Bialo. Le preguntaron por aquella pelea con Bonavena, claro. “Tuve que concentrarme en el desplazamiento, porque él no se movía, se quedaba enfrente, y tiraba golpes que te podían derribar -analizaba Ali-. Así que traté de cansarlo y ver por dónde habría una apertura. Recibí dos ganchos muy duros en el costado, que me dolieron mucho. Lo que lo hacía peligroso es que no temía el golpe, entraba golpeando de lleno. Era un auténtico luchador, técnico. Pienso que podría haber sido campeón mundial. Si yo no hubiera estado en muy buena forma esa noche habría perdido la pelea, porque él estaba en muy buenas condiciones”.
A esa altura hacía tres años que a Ringo lo habían asesinado en un rancho de Nevada; cuarenta años después, Ali también pasa entre las cuerdas. Aquella pelea entre la bruma debía ser la de ellos, nomás: YouTube juega a fijar detalles, a traer voces y escenas. Ali y el Parkinson a lo largo de la mitad de su vida: la figura es tremenda. El boxeo aglutina, como expresión, la espectacularidad, la carnicería y la chance de gloria del sistema. En aquel programa Cherquis Bialo se puso punzante y le preguntó por la mafia: “Para los que no comprendan, son hombres que llevan el cuello así (dijo Ali, y se levantó las solapas del saco), y la cabeza gacha, y revólveres, y te dicen: ‘Vos perdés esta noche, o te mataré’”. Luego les largó un versito: que en el programa estaba trabajando mucho por tan poca paga. Cuando Maidana se puso pomposo con el homenaje entró el hijito de dos años del Loco Gatti y Ali le hizo upa: qué carisma excepcional tenía Ali. Enseguida empezaron a jugar, como tirándose piñas.
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