Debajo de la gorra
por Juan Sasturain
El logotipo o dibujito o como se llame eso que identifica a Pequeño Editor, el sello de Diego Bianchi –léase Bianki– que ha publicado el extraordinario librito de Max Cachimba Humor Idiota, es una gorra con patas. Es coherente que un editor así haga libros chiquitos, apenas más grandes o más chicos que un CD. Un auténtico trabajo de enano. Y lo hace bien. Porque lo que importa siempre es la cabeza que está debajo de la gorra.
Debajo de la gorra o del paraguas o del seudónimo, Max siempre ha escondido o resguardado la cabeza loca y fresca de la intemperie corrosiva; ha protegido el lápiz y el cuchillo bajo el poncho y la distancia; se ha preservado rosarino sin folklore, artista sin solemnidad. Incluso ha sabido escamotear a las miradas curiosas su vida y obra, los mecanismos que disparan –de hacer disparos y de escapar también– dibujo y humor sin barreras ni recetas. Así ha conseguido que se suponga –en la tradición zen– que bajo la gorra no hay nada. Cachimba es un hombre sabio a fuerza de no forzarse, de dejarse ser lo que es: la espontaneidad de ir y hacerlo. Sin permisos necesarios, a lo pibe pero grande. Ese just do it que ahora se vende como si fuera cuestión de calzar(se), en Cachimba es regla tácita de no calzar en nada sino en el molde que se rompe tras albergar la última forma, que sólo lo será hasta la próxima.
Como Steinberg, Oski o Copi, Max es invulnerable. La belleza se impone sin explicaciones, como entra el sol por la ventana o se apoya una mano en la cabeza. El gesto de “retroceso” intelectual que subraya la referencia a la idiotez no es una coartada naïve ni una agachada para contrabandear boludeces, como suele. Ante los dibujos de Max sólo cabe el pedido de ese flaco que, tras observar sobre el mostrador al pollo pelado, listo para el consumo, que hace malabares con cuatro huevos, le pide convencido al pollero en camiseta: “Maravilloso. Envuélvamelo para regalo”.