Domingo, 3 de diciembre de 2006 | Hoy
Por Ian Fleming
Mi jefe, el almirante J. H. Godfrey, y yo volábamos en 1941 hacia Washington con el fin de mantener conversaciones secretas con el Departamento Norteamericano de Inteligencia Naval, poco antes de que Estados Unidos entrara en la guerra. Habíamos tomado la ruta del Atlántico Sur y nuestro Sunderland hizo escala en Lisboa, ciudad en la que debíamos pasar la noche. Allí nos reunimos con nuestros compañeros de inteligencia, quienes nos informaron del extraordinario grupo de agentes secretos alemanes que había invadido Lisboa y las vecinas playas de Estoril. Inmediatamente le dije al almirante Godfrey que él y yo deberíamos echarles una ojeada a aquellos caballeros. Fuimos al casino y nos encontramos con los tres hombres que jugaban en la mesa en que se hacían las apuestas más altas. Godfrey no conocía el juego en cuestión. Le expliqué las reglas y luego tuve la idea de sentarme, jugar contra aquellos hombres y derrotarlos, reduciendo de este modo los fondos del Servicio Secreto alemán. Naturalmente era un plan descabellado, con un alto nivel de riesgo y en el que había que encomendarse abiertamente a la suerte. Llevaba encima unas cinco libras esterlinas, que debían cubrir los gastos del viaje. El principal agente alemán había realizado diversas apuestas con éxito. Me propuse vencerlo, pero perdí diez jugadas consecutivas. El resultado fue quedarme sin un centavo. Esa fue la experiencia humillante que debe apuntarse, sin lugar a dudas, entre los grandes éxitos del Servicio Secreto alemán. Experiencia que, por otra parte, redujo notablemente mi prestigio a ojos de mi jefe.
Cómo escribir un best seller (publicado originalmente en el Evening Standard, el 18 de agosto de 1964, una semana después de la muerte del autor).
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