Domingo, 3 de diciembre de 2006 | Hoy
El séptimo Bond es, en rigor de verdad, el octavo. Ocho años antes de la primera versión cinematográfica, Casino Royale –el primer libro de Fleming protagonizado por Bond, que había sido publicado apenas un año antes– fue adaptado para la televisión, como un especial de una hora para el programa de unitarios Climax Mystery Theater. Por entonces no existían ni el famoso leitmotiv musical de Monty Norman, ni las provisiones tecnológicas de Q; no hay M ni Aston Martin ni martini-vodka a la vista; no se menciona el cero-cero-siete y –nada descolocará al seguidor posterior del agente al servicio secreto de Su Majestad tanto como este detalle– Bond, James Bond, es... norteamericano. El actor que lo interpretaba era Barry Nelson, un californiano de ascendencia escandinava que, por supuesto, jugaba sin referentes y parecía salido de algún policial duro de la época. El telefilm sigue parte del esquema argumental de la novela, y entre las partidas de baccarat, el inefable villano Le Chiffre (Peter Lorre, como siempre perturbador) le explica el origen de su nombre, “La cifra”, como prisionero de guerra. Pasarían más de cincuenta años hasta que esta novela fuera considerada seriamente para el cine.
Para cuando este despropósito descomunal llegó a los cines en abril de 1967, ya se habían estrenado las cuatro primeras películas de la serie Bond con Connery, y la quinta era inminente. Al comprarle a Ian Fleming los derechos de sus novelas, el productor Harry Saltzman optó por dejar afuera del combo el libro inicial debido a que ya había sido filmada para la televisión. Los productores Charles K. Feldman y Jarry Bresler decidieron aprovechar la situación y emprendieron entonces una costosísima parodia en la que David Niven (a quien al parecer Fleming siempre había querido como Bond) sería un agente 007 jubilado que recluta a un experto jugador de baccarat (Peter Sellers) para enfrentar al supervillano Le Chriffre (Orson Welles) en su nombre. Todo se multiplicó más de la cuenta en esta película repleta de dificultades de producción: la cantidad de directores (cinco, incluyendo a John Huston); guionistas (Woody Allen, que también actuaba, entre ellos); estrellas (Ursula Andress, William Holden, George Raft) y su duración. El resultado no fue para nada gracioso ni entretenido, pero la secuencia del enfrentamiento entre el falso Bond y Le Chiffre en el baccarat pone en escena la lucha de egos, dentro y fuera de la pantalla, entre Sellers, empeñado en hacer sus imitaciones, y Welles, con sus trucos de magia.
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