Domingo, 10 de junio de 2007 | Hoy
Por Hugo Salas
En realidad, entre los nacidos después de 1970 resulta difícil encontrar a alguien que practique el culto a las divas sin cierta dosis de ironía. Lo más cercano que hubo fue Madonna, que no es estrictamente una diva sino una estrella de rock. Es que las divas pertenecen a la cultura del closet, momento en que los homosexuales, condenados a la doble vida o a la vida en sombras, se vieron reflejados en las tortuosas leyendas de la Garland, la Davis o la Crawford. Streisand, Midler y Liza son sus sucesoras, alimentan el mismo público al que aquellas no pueden ya satisfacer por el mero hecho de estar, dicho mal y pronto, muertas. Que su trono no se erija en la pantalla sino en la sala de concierto revela, de algún modo, que el closet se ha convertido en una cuestión pueblerina, nostálgica, local.
Lo que no quiere decir que haya desaparecido (basta con recorrer cualquier pueblo del interior o ver cómo la derecha cada tanto agita la homofobia) sino que ha sido borrada, negada, de la representación de la "sensibilidad homosexual" que se impone en los centros urbanos (tan codificada como la virilidad o la feminidad). Hasta los '70, esta sensibilidad se construía desde una marcada identificación femenina que, paradójicamente, terminaba reproduciendo el esquema de dominación masculina (chogo fuerte-loca sumisa). Pero en los '80 llegó el gran cambio, no sólo debido a la visibilidad que trajo consigo la epidemia de VIH-sida, sino también a la imposición de la economía neoliberal de consumo para la cual la comunidad gay no fue otra cosa que un target más.
En ese momento, la política de Reagan se debate entre la homofobia y una "apertura" económicamente provechosa, y el propio mundo gay le da una mano. La sensibilidad comienza a reacomodarse y para los '90 ya es enteramente "varonil", reproduciendo dentro de sus filas el explícito rechazo de la debilidad y la feminidad que antes padeciera desde el exterior. Así, el mundo gay se depura y se adecua al modelo yuppie del exitoso joven blanco profesional, echando por la borda, como si fuera una herencia vergonzante, a la loca (que de allí en más siempre será "vieja") y con ella al culto por las divas que, como bien diría Freud, sólo podrá volver en tanto que reprimido, vale decir parodiado, remedado, irónico. Para poder venderse, ya nada puede ser sentido en serio.
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