Domingo, 22 de julio de 2007 | Hoy
Por Axel Kuschevatzky
Los Simpson son la sitcom –es decir, cumplen más con las reglas de las sitcoms que las de la animación– de mayor duración de la historia de la televisión, y eso no es gratuito. Tiene mucho que ver con el hecho de que son una creación colectiva. Atrás de Matt Groening hay un equipo creativo con gente muy interesante, supervisando guiones e incluso dirigiendo. Desde Brad Bird –más tarde director de Los Increíbles y de Ratatouille– hasta Conan O’Brien, que es una estrella de la televisión nocturna norteamericana y que también fue guionista. Firman dos o tres personas, pero el guión realmente se escribe de manera grupal: lo hace un equipo que nunca baja de veinte personas. Y ese trabajo colectivo tiene mucho que ver con su universalidad. Lo que han logrado estos equipos de guionistas está cerca de la obra de tipos como Mark Twain o Jonathan Swift o Ambrose Bierce; escritores que en una historia que ronda cierta abstracción tienen una enorme capacidad para reflejar una innumerable cantidad de niveles de la realidad. El concepto de ironía y de parodia que tenían esos autores está muy presente en Los Simpson.
Creo que la universalidad de Los Simpson no está buscada, es casi un accidente. Cuando explotaron en los mercados por fuera de EE.UU., lo primero que se vio fueron estos muñequitos feos que eran la contracara de los que hasta ese momento era el antecedente más concreto: Los Picapiedras, una serie de animación, sobre una familia, que se daba en prime time norteamericano. Y esto puede tener que ver con que, a pesar de mucho de lo que se pueda decir sobre el carácter innovador de Los Simpson como sitcom familiar, tienen aspectos muy conservadores: pese a todo, finalmente, la familia está unida por el amor. Por más que tengan comportamientos egoístas, al final de cada episodio lo que los reúne es el bien común. Y en eso reside su capacidad de ajustarse a su realidad, a su contexto social, por más disfuncional que sea. Finalmente, la gran metáfora de la sitcom familiar como subgénero es que esta familia representa a escala a Estados Unidos. Esto que se puede leer esencialmente en todas las sitcoms familiares, desde Papá lo sabe todo (pero es mamá quien manda) hasta Yo quiero a Lucy (donde EE.UU. es un crisol de razas en el que un inmigrante puede formar una familia), y Los locos Addams, que si bien eran una familia que el exterior no entendía, entre ellos se amaban. Los Addams, además, tienen una influencia directa importante en Los Simpson porque eran una sitcom profundamente anarquista.
Por esto es también que Los Simpson pueden jugar a presentarse como un esquema familiar medio: a pesar de que sabemos que son altamente disfuncionales, también vemos que los Flanders, los vecinos que supuestamente representan la sanidad, resultan más fuera de lo común que ellos. Además, el carácter relativamente conservador que puede verse en Los Simpson respecto de otra serie animada actual como South Park, tiene que ver con que, a diferencia de aquella serie, que se da en el cable, Los Simpson están regulados por las leyes de la televisión abierta de los EE.UU., por la Comisión Nacional de Telecomunicaciones. En Los Simpson no hay puteadas, ni gente en bolas, por ejemplo. Pero si bien tienen estas resonancias conservadoras, también es verdad que han forzado los límites de lo que se podía hacer en la televisión abierta, caracterizándose principalmente por la parodia de lo social, de los medios y de la política.
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