Domingo, 23 de diciembre de 2007 | Hoy
Por Natali Schejtman
No cualquier lugar goza del beneficio de ser el lugar en donde tantas cosas se inician. No cualquier lugar logra despertar los prejuicios más absurdos, esos que encuentran a gente pensante y respetable acusando a otro de, por ejemplo, divertirse. Tampoco cualquier lugar puede jactarse de haber colaborado definitivamente a un replanteo de qué es el amateurismo y qué es la legitimación en el arte, y también en la vida: qué es lindo, qué es feo, qué es comprometido, qué es frívolo, qué está in y qué está out, metiendo esas mismas categorías en una sopa de letras tan impulsiva como conceptualmente perfecta, y haciendo del impulso una teoría acabada.
Aunque Fernanda Laguna está buscando otro lugar para decidir, una vez que lo encuentre, si sus características se corresponden con lo que Belleza y Felicidad representa como para seguir manteniendo el nombre, la mudanza de este local señala para muchos un quiebre, el cierre de una etapa, y la excusa para pensar hacia atrás y empezar por el principio, justamente el bautismo que nominó a la editorial, al proyecto y al local, extraído del final del librito Fácil, de Fernanda Laguna y Cecilia Pavón, las cofundadoras de todo: “A Sergio De Loof, queen of beauty, queen of happiness”. Al día de hoy Fernanda recuerda la frase de De Loof “El marrón es dorado”, frase que puede enmarcar la propuesta estética e ideológica de esa belleza y esa felicidad que crecía en un local polirrubro de Almagro –cuya mejor expresión se da en el verano, con gente adentro y afuera, mostrando cuerpos imperfectos y transpirados–, al mismo tiempo exacto que a unas veinte cuadras explotaba el metro cuadrado palermitano con puffs blanquitos, música lounge y comidas étnicas.
La idea de “escribo hoy, publico mañana”, madre de una editorial que podía apoyarse en fotocopias –y que estuvo acompañada de una generación compulsiva de editoriales independientes de poesía–, se expandió hacia la galería y rigió todo el proyecto, haciendo prevalecer un clima de distensión improvisada que se potenció más cuanto Fernanda apagó la veta de gestionadora de artistas (galerista-galerista, si bien suelen llamarla como curadora de muchos lugares) a la que había llegado por un proceso natural. Acá el dinero tiene algo de extraño: “En un punto Belleza contribuyó a una idea de que se pueden hacer cosas sin dinero, que si uno quiere publicar puede hacerlo, como ahora pasa con los blogs, y te lo puede leer un montón de gente; si alguien quiere exponer, se arma la muestra en cuatro días o menos”, dice Fernanda.
Belleza y Felicidad acompañó el 2001 y una parte de su lógica la ubicó como un producto más de las asambleas barriales, si bien es previo. Registró a su modo qué hacía una generación y una escena que había optado por quedarse en Buenos Aires cuando muchos se iban. En pleno 2002, mostró obra del Taller Popular de Serigrafía –como las estampas de remeras con las caras de Kosteki y Santillán–. Un año después, BYF enfrentó una discusión sobre si su propuesta artística era “Rosa light” o “Rosa Luxemburgo”, discusión que tuvo lugar en el auditorio del Malba y fue organizada por la fundación Start a raíz de algunas acusaciones. Recibió las obras del taller “La estampa”, de la cárcel de mujeres de Ezeiza. Empujó la visibilidad de lo queer en el arte y la literatura. Intercambió, antes y durante el boom de economía caótica de las mil monedas, billetes Venus, proyecto de los amigos de Start, encabezado por Roberto Jacoby y Kiwi Sainz. Dentro de sus paredes, Gumier Maier decidió ponerles fin a sus siete años sin exponer y Leo García cantó todos los 7 de septiembre en homenaje a Gilda con el club de fans e invitados. Allí tocaron Ciudadano Toto, Gustavo Lamas, los Dj Pareja, Leandro Viernes, Agencia de viajes, Gaby Vex, She Devil’s y Dani Umpi. Se discutió sobre política, arte, marxismo, mercado e historia de la mano del sociólogo y artista Diego Melero y a la hora del té. Se habló de cómo reducir los daños de las drogas. Leyeron poesía hasta hacerse oír por los consagrados y la multiplicidad característica le permitió a cada cultor –ese que tal vez hoy siente que una era y un momento autobiográfico se cierran– trazar su propia memorabilia sobre estos años. Pero sobre todo, Belleza y Felicidad abrió y abre sus puertas a todos los que quieren hacer cosas, albergando a fanzines, escritores, artistas y vecinos, y priorizando la mezcla y la interacción, a tal punto que hoy existe una Belleza y Felicidad en Villa Fiorito en funcionamiento y muchos emprendimientos satélites: “Es fácil”, dice Fernanda. “Vos podés quedarte en tu casa o podés llamar a alguien y empezar a hacer algo. Y pasa, se concreta, sólo se necesita que alguien lo mueva”. Será esa magia –que ya señaló, fascinado, César Aira, escritor que suele publicar en la editorial– la que ya nos hace sentir nostalgia por el espacio que se cierra. Pero es también la que nos da confianza en algo cuya mundanidad ratifica el espíritu de Belleza y Felicidad: es cuestión de leer clasificados, patear la calle y encontrar otro local.
El cierre está previsto para este fin de semana, con una intervención del local desde afuera de Marina de Caro.
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