Dom 11.01.2009
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En la tierra de la memoria

› Por Claudio Zeiger

En la tierra de la memoria
El resplandor de la hoguera

Héctor Tizón

Alfaguara
161 páginas

De todas las confesiones, recuerdos, opiniones, conceptos e ideas vertidas por Héctor Tizón en las páginas de su último libro, El resplandor de la hoguera, quizá la más sorprendente resulta la aceptación de que le cuesta escribir; más aún, “incluso me es penoso escribir estas páginas”, dice. “Noto que este fenómeno de casi absoluta esterilidad es producido muchas veces por una cantidad de ideas, evocaciones, deseos, delirios que se agolpan impidiéndose el paso entre sí.”

Asociar a Tizón con la dificultad de escribir no resulta tan natural porque su escritura participa de las bondades de la claridad, la austeridad y la precisión. Parece el resultado de una decantación, sí, pero no de un tormento. Y sin embargo, si bien se lo piensa, ese fenómeno de “casi absoluta esterilidad” habla más de una poética que de un rasgo personal. No porque la esterilidad sea en sí una poética sino que en el esfuerzo por superarla puede amasarse algo así como una poética.

La literatura de Tizón se ha ido en cierta forma angostando, entrando por un desfiladero donde la palabra persigue la esencia del decir, la esencia de un paisaje, de un léxico, de una región que —según aprendemos a lo largo de la vida— no es otra cosa que la tierra de la memoria. Esta poética nacida de la dificultad parece al fin rendirse ante la evidencia de que hay que escribir de más para atrapar eso que se quiere atrapar: unas pocas páginas justificadas en una obra (pero ¡ay! no hay pocas páginas sin obra). Puede citarse, en leve digresión, el ejemplo tremebundo de José Donoso, quien quiso escribir una novelita corta en dos meses y terminó generando una de las novelas más deformes de América latina, El obsceno pájaro de la noche.

Dice Tizón: “Creo, desde hace mucho, que aquello que debiera escribir y aun no logro escribir, debe ser un libro breve, no un libro quizá, sino unas cuantas páginas, un par de páginas, no más. Pero para llegar a hacerlo debo prepararme largo tiempo, años tal vez, escribir y destruir lo que escribo o parte de lo que escribo, y volver a escribir; perder las pocas páginas logradas, sentir una gran angustia por esa pérdida y una gran nostalgia y aprovechar esa necesidad de decirlo, y rehacerlas. Y al cabo de esos años, al final de mis días, de esta lucha misteriosa y bella que es la vida, escribirlas de un solo golpe, de sol a sombra, en una jornada. Yo sé que así me sentiría apaciguado, mano a mano con las fantasmas, regresado a lo que más quise y dispuesto a desaparecer como una sombra, sin ruido, sin memoria, por esa misma rendija de la vida que lograra vislumbrar y convertir en palabras”.

Estas hermosas palabras que valen tanto para su obra ya hecha como para páginas futuras, también valen, especialmente valen, para caracterizar de qué se trata El resplandor de la hoguera. Recuerdos sin orden, ni método, pero no por ello inconexos o arbitrarios. Recuerdos de lugares, ciudades y amigos. Reflexiones sobre leer y escribir y también sobre los propios libros. Evocaciones (como la de la visita a Benito Lynch en su casona de La Plata o la de un tanto engolado Ricardo Balbín en la cárcel), fragmentos de historias y breves relatos de un lugar mítico llamado Yala... Y todo como si al cabo de años se hubieran escrito de un solo golpe en una sola jornada (aunque ya confesada la dificultad, deberíamos estar prevenidos de la sensación de claridad y sencillez).

Si bien el reconocimiento literario de la obra de Tizón es algo que no está en entredicho, creo que estaría bien subrayar que a veces no nos damos cuenta del tremendo escritor que tenemos tan cerca; no por un intento de totemizarlo, ni por menoscabar otros escritores que tanto la han yugado en la literatura argentina. Pero Héctor Tizón ha hecho opciones literarias muy fuertes volcándose a una región y una poética (en gran parte condensadas en este libro) fronterizas, y su enorme triunfo enarbolando las bellas banderas del idioma castellano se ha plasmado en una obra notable. Quizás así, como a la tierra yerma, se le arranquen a la Obra ese puñado de páginas que justifican el trabajo, la memoria y la vida.

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