Domingo, 1 de marzo de 2009 | Hoy
Reto a muerte (Duel, Steven Spielberg, 1971)
El primer largometraje de Spielberg fue esta producción para la televisión que en muchos países, incluida la Argentina, pudo verse en cines basada en un relato de Richard Matheson, que seguía la premisa de un thriller hitchcockiano: un hombre ordinario, atrapado en circunstancias extraordinarias. El hombre es Daniel Mann (Dennis Weaver), que atraviesa rutas californianas rumbo a una reunión de trabajo a bordo de su Plymouth Valiant (Dennis Weaver), perseguido de pronto, con saña y brutalidad, por un camionero psicópata. O mejor dicho, por un camión, ya que nunca vemos la cara de su conductor (apenas se ven sus botas y algo más), casi como si el monstruoso vehículo se manejara solo. Según Spielberg, fue la primera de sus películas sobre un tema recurrente: el miedo a lo desconocido. Luego emplearía algunos de los efectos de sonido del camión hacia el final de Tiburón, a modo de homenaje “a la película que me dio una carrera”. Spielberg volvería a filmar largas persecuciones en la ruta en Loca evasión (The Sugarland Express, 1974), con Goldie Hawn corriendo a través de caminos texanos, con su marido prófugo de prisión y un rehén.
Grand Theft Auto (Ron Howard, 1971)
Producida por el rey de la clase B, Roger Corman, con un presupuesto ajustadísimo como correspondía a su método y rodada en tan sólo 15 días, la ópera prima como director de Howard sigue siendo hoy una de sus películas más vivas. Promocionada con el slogan “Vea cómo se destruyen los mejores autos del mundo”, Grand Theft Auto seguía la fuga vertiginosa hacia Las Vegas de dos jóvenes amantes (el propio Howard y Nancy Morgan) en el Rolls-Royce robado al padre de ella. La adinerada familia de la chica se opone al casamiento de la pareja, y una recompensa de 25 mil dólares ofrecida por su captura pone a infinidad de conductores tras ellos, dando pie a la destrucción de infinidad de vehículos. La fuga es exitosa, pero a medida que avanzan él empieza a sospechar que la verdadera motivación de su novia es desafiar la autoridad familiar. Tres años después, el director H. B. Halicki estrenaba otra película de culto que competía con Grand Theft en cantidad de vehículos destrozados por el camino: Gone in 60 Seconds, una historia de ladrones de autos que desemboca en una secuencia de persecución de media hora en la que se rompen el que quiera, que los cuente 93 coches. La película sufrió una horrible remake con Nicolas Cage y Angelina Jolie en el 2000.
Corriendo contra el destino (Vanishing Point, Richard Sarafian, 1971)
Tres años antes de convertirse en Petrocelli, Barry Newman se subió al mítico Dodge Challenger blanco con el que cruzó medio país convirtiéndose en un icono contracultural instantáneo. Por qué el DJ negro Super Soul decide erigir al hoy mítico Kowalski en un héroe, “el último norteamericano para quien la velocidad significa la libertad del alma”, es un misterio hasta el final de la película. Kowalski está simplemente cumpliendo con el encargo de llevar el auto de un lado a otro del país, y aunque su pasado se va armando a través de flashbacks dispersos, nunca se explica su obsesión por seguir hacia adelante sin medir las consecuencias. Fue justamente esa aparente falta de motivación del guión de Guillermo Cain (pseudónimo de Cabrera Infante) lo que dejaba espacio a cierta mística hippie, encarnada en los personajes que se cruzan en su paso por el inhóspito Death Valley. Que a su vez remiten, como los de Easy Rider, a una Norteamérica más real, más sucia y menos glamorosa que la que mostraba hasta entonces el Hollywood más careta. La película fue maltratada por la crítica y, mal estrenada por la Fox, duró apenas 15 días en cartel; pero su éxito en Europa le valió un reestreno que, junto con sus insistentes repeticiones televisivas, le forjaron un status de culto imbatible. Su final suicida sería replicado, con la misma encantadora gratuidad, en Thelma & Louise, veinte años después.
Carrera sin fin (Two-Lane Blacktop, Monte Hellman, 1971)
Sin exagerar, una de las mejores películas de toda la década del ’70; una road movie existencialista que, al día de hoy, a pesar de su recuperación en festivales, permanece casi secreta. Protagonizada por el cantante folk James Taylor, el baterista de los Beach Boys Dennis Wilson, el gran Warren Oates y la bella Laurie Bird, Two-Lane Blacktop supo expresar como pocas de las películas de autos de su época la angustia de una generación. Eran los años de la guerra de Vietnam, y estos personajes que recorrían los caminos a toda velocidad sin un rumbo fijo parecían estar siempre escapando de algo. Wilson y Taylor siguen la Ruta 66 desde California en su Chevy 150, viviendo de las carreritas por apuestas que les juegan a los habitantes de los pueblitos en los que paran. Por el camino encuentran un contrincante a su altura en Oates a bordo de su Pontiac GTO Judge, amarillo y súper cool y se desafían a un cross-country hasta Washington. El efecto final, entre las canchereadas de unos y otros, es de una soledad y una tristeza profundas y sinceras. Retrospectivamente, Two-Lane Blacktop sería definida como un “retrato vívido, vibrante, del sueño americano moribundo; aunque su propia esencia era su falta de significado”.
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