radar

Domingo, 8 de marzo de 2009

Clint Eastwood, hombre sin nombre

 Por Alfredo García

Cowboy, policía, soldado o delincuente: en un principio –y en realidad casi hasta estos días– los papeles interpretados por Clint Eastwood. Pero todo comenzó con dos monstruos. Primero, la Tarántula gigante que Clint mataba desde un avión caza en el film de Jack Arnold de 1955. Como el rostro del héroe estaba tapado por la obligatoria máscara de oxígeno de todo jet de la época, no sólo no se llevaba gloria alguna en términos dramáticos, sino que tampoco aparecía en los créditos del clásico arácnido por excelencia. También en 1955, Eastwood sí aparecía a cara descubierta en un papel muy menor de otro film menos conocido de Arnold, El regreso del monstruo (The Revenge of the Creature), nada menos que la secuela de El monstruo de la laguna negra, donde interpretaba al técnico de un laboratorio científico: “El era muy tímido, no había modo de que yo pudiera darme cuenta de que algún día iba a ser famoso”, recordó Jack Arnold en una de sus biografías. “Cuando en The Revenge of the Creature le dije que iba a tener una ratita de laboratorio en un bolsillo, me dijo, en un tono suave y un poco asustado, ¿De verdad? Le tuve que hablar para que se quedara tranquilo, que no le iba a pasar nada.”

En 1958, un rol secundario en el film bélico Lafayette Escadrille, de William A. Wellman, lo tuvo junto a unos pilotos de la Primera Guerra Mundial, y aunque Clint estaba muy por abajo de los héroes de la historia, Tab Hunter y David Janssen, el papel le valió un coprotagónico en una serie de televisión cuya popularidad fue creciendo a lo largo de sucesivas temporadas. La serie era Rawhide (Cuero crudo) emitida originalmente entre 1959 y 1964, y de ahí este cowboy se mandó una larga cabalgata hasta las praderas europeas.

En los créditos el director era Bob Roberts, y el título original era For a Fistful of Dollars. En la pantalla el paisaje era el del Far West, pero el rodaje se había llevado a cabo en el desierto de Almería, España, y los interiores de saloons eran sets italianos. Como todos hoy saben, el film era una producción ítalo-español-germana, Per un pugni de dollari y el director no era ningún Bob Roberts, sino Sergio Leone, que llegó a Clint Eastwood luego de una larga lista de desertores famosos. Al parecer, Leone quería a Henry Fonda, Charles Bronson y James Coburn, todos demasiado caros. Luego lo intentó con un actor de films off Hollywood, Richard Harrison, que también declinó pero le sugirió al director que mirara la serie Rawhide. Leone le propuso el papel del hombre sin nombre al protagonista de la serie, Eric Fleming, que también pasó del papel, pero dejándole su lugar a Eastwood. La película se estrenó en los Estados Unidos recién en 1967, y el resto es historia.

En la fama de Eastwood hay una gran deuda con Akira Kurosawa. Es que Kurosawa era director y guionista del clásico de samurais con Toshiro Mifune Yojimbo, de 1961, del que Por un puñado de dólares es una remake no confesada, lo que le valió un juicio a Leone. Kurosawa confesó alguna vez que nunca ganó tanto dinero en su vida como con el pago por la autoría del primer spaghetti western de Eastwood.

El personaje conocido como “el hombre sin nombre” era un vengador bastante enigmático que andaba con el mismo poncho durante casi toda la película, y que igual que en el film con Toshiro Mifune metía cizaña entre dos bandas rivales de facinerosos que dominaban un pueblo, hasta que éstos casi se exterminaban entre sí. El poncho de Clint siguió ondeando al viento por los desiertos españoles en otras dos películas de Leone, Por unos dólares más y Lo bueno, lo malo y lo feo (famosa también por la música de Ennio Morricone, luego utilizada eternamente por los cigarrillos Camel), y lo cierto es que no hay manera de decidir cuál de los tres films es mejor: todos son excelentes y revolucionarios en los niveles de crueldad y humor negro que imprimieron a un género que por ese tiempo necesitaba sangre nueva –y los tres ofrecían sangre a borbotones con un nivel gore nunca antes visto.

Si bien es indiscutible la originalidad de los tres films de Leone, se tiende a creer que Por un puñado de dólares fue el primer spaghetti western de la historia del cine, lo que es un gran error: para cuando se film esa película, ya se habían rodado unos 25 euro-westerns, y se supone que entre los primeros hay varias películas de dos cineastas argentinos exilados en España, León Klimowsky y Tulio Demicheli.

Antes de volver a Estados Unidos, la fama de Clint Eastwood era lo bastante grande como para que en 1967 hiciera un papel junto a Silvana Mangano dirigido por Vittorio De Sica, en el film en episodios La stregha (Las brujas). Y cuando volvió a Hollywood, ya era todo un superastro. Ahí fue que el cowboy de poncho empezó a cabalgar con uno de los grandes cineastas del cine clase B, Don Siegel, que llegó al cine clase A gracias al éxito de sus películas junto a Eastwood.

Si casi la mitad de los roles interpretados por Eastwood fueron de cowboy o policía, casi se podría que esto surgió de una película fundamental en su carrera, Coogan’s Bluff (Mi nombre es violencia) precisamente dirigida por Siegel. Aquí Eastwood era un sheriff de la moderna Arizona obligado a viajar a Manhattan para buscar un prisionero, lo que lo llevaba a enfrentarse con un nuevo mundo de hippies y mujeres liberadas para los que decididamente no estaba nada preparado. Un choque cultural que de todos modos no impedía que fuera el héroe de una historia de fuerte incorrección política. De todos los clásicos de Eastwood, éste quizá sea uno de los que peor hayan envejecido, no tanto por su calidad intrínseca, sino por las veces que fue calcado posteriormente.

Lo que quedaba claro era que a su regreso de Europa los cowboys de Eastwood tenían que tener algún tipo de vuelta revisionista o al menos reproducir los cambios ya introducidos por los films de Leone. Así,en Two Mules for Sister Sarah (Los buitres tienen hambre), de Don Siegel, era un pistolero que debía frenar sus impulsos ante la bella monja encarnada por Shirley Mac Laine; en Hang’em High (La marca de la horca), de Ted Post, crecían los niveles de violencia, y en Paint Your Wagon, de Joshua Logan, era un cowboy cantante acompañado por otro rostro impensable para un musical, nada menos que Lee Marvin (esta película es tan insólita que hasta da lugar a una versión animada en un capítulo de Los Simpson, donde Homero y Bart la alquilan y se quedan entre atónitos y asqueados cuando ven que no hay violencia, sino tan sólo música y canciones).

Da la sensación de que hacia 1970 Clint Eastwood quería abandonar el estereotipo del cowboy cruel y emponchado, lo que dio lugar a varias películas brillantes, como la comedia negra bélica El botín de los valientes (Kelly’s Heroes) donde junto a un emporrado Donald Sutherland y Telly Savalas comandaba un grupo de soldados aliados decididos a robar el oro nazi al ritmo de música flower power compuesta por Lalo Schifrin. Pero sobre todo el rol que marcaría un cambio pronunciado para siempre fue el policía desalmado pero eficaz de Harry el sucio (Dirty Harry), la obra maestra de Don Siegel que fijaría por las siguientes dos décadas al actor en la más deleitable incorrección política. Harry el sucio era un policial en el que el detective protagónico utilizaba todo tipo de técnicas non sanctas para atrapar a un hippie psicópata, violador, secuestrador de niños: lo peor del mundo, aunque los métodos de Callahan no eran precisamente los de un angelito, por lo que en su momento el film despertó todo tipo de polémicas por su supuesto contenido fascista, olvidando que no es lo mismo mostrar al fascismo y a fascistas, que serlo. Del mismo modo que el western spaghetti en manos de Sergio Leone exacerbaba la violencia gráfica, Dirty Harry subía los niveles de violencia en el policial moderno, lo que además de renovar el género y alimentar el cine gore que crecía desde los tiempos de Bonnie & Clyde, provocó un enorme éxito de taquilla que terminó generando cuatro films más a través de los años. Pero Dirty Harry es una obra maestra irrepetible y que no ha envejecido una pizca, y sus continuaciones, incluyendo la que dirigió el mismo Clint Eastwood, Sudden Impact (Impacto fulminante, 1983), no le llegaron a los talones al original. Esto con la posible excepción de la primera secuela, Magnum Force (Magnum 44), que ya desde el título apelaba al recitado que Callahan les hacía a sus rivales antes de disparar por última vez su Magnum. Dirigida por Ted Post, las nuevas andanzas del durísimo policía no tenían como blanco a ningún roñoso hippie, sino a unos impecables agentes policías, miembros de un escuadrón de la muerte. (Uno de los canas malos no era otro que el futuro Hutch de la TV, el carilindo David Soul.)

En medio de los Dirty Harrys hizo varios papeles memorables, pero básicamente hay dos que lo llevaron al artista maduro como actor y como director de sus propias películas que todos conocemos. Dos son supuestos films de género, Thunderbolt & Lightfoot y Escape from Alcatraz, que hoy han sido revisados como cult movies o directamente obras maestras: en Thunderbolt & Lightfoot (El especialista en el crimen, 1974), nada menos que la ópera prima de Michael Cimino, el héroe es un avezado ladrón de bancos que por mezclarse con un novato lleno de energía decidía rearmar su vieja banda. El personaje le permitía a Eastwood asociarse con una nueva generación de actores (Jeff Bridges y Gary Busey incluidos) y participar en un film de cierto estilo indie que por entonces no había experimentado.

El punto culminante de la etapa eminentemente actoral de Eastwood, cuando ya dirigía películas tan contundentes como High Plain Drifter (La venganza del muerto, 1973) o The Gauntlet (la feroz road movie Ruta suicida, de 1977) quizá sea el excepcional drama carcelario Escape de Alcatraz, dirigido por Don Siegel en 1979. En su etapa de cineasta clase B, Siegel ya había filmado uno de los grandes clásicos del género, Riot on Cell Block 11 (Rebelión en el presidio, 1954), que ya desde el título hablaba de un episodio más extrovertido, mientras que la fuga de Alcatraz es una enervante pieza de relojería llena de suspenso y tensión sobre el tal vez único episodio de fuga exitoso en la historia de la cárcel conocida como “La Roca”.

Para 1979 la carrera de Clint Eastwood estaba repleta de grandes actuaciones, pero se podría decir que la primera que marcó un nivel dramático grave y firme con respecto al cínico hombre sin nombre es la de este reo decidido a triunfar sobre el totalitarismo inhumano de ese presidio y de los métodos del sádico e inhumano Guardián encarnado por un brillante Patrick McGoohan, con quien sostenía excepcionales escenas de duelo actoral.

Si hay una clave en los trabajos de Eastwood como director es enfrentar el cine de género con seriedad, rigor y dramatismo, pero sin la pretenciosidad de un film “de arte”, y esto es algo que probablemente haya aprendido del Siegel de Alcatraz. No en vano el film que le dio por primera vez todos los Oscar al western, Los imperdonables, está dedicado a la memoria de dos directores, Sergio Leone y Don Siegel.

Compartir: 

Twitter

Eastwood en Gran Torino, en un papel en el que deja sus posiciones en claro y que parece un testamento artístico.
SUBNOTAS
  • Clint Eastwood, hombre sin nombre
    Por Alfredo García
  • Clintoris
    Por Marta Dillon
  • Vintage
    Por Moira Soto
 
RADAR
 indice

Logo de Página/12

© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina | Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados

Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.