Domingo, 26 de abril de 2009 | Hoy
Si hay abundancia de algo en este mundo, ese algo son los libros sobre, por y acerca de Bob Dylan. Y varios de ellos son enciclopedias y pecan de la soberbia de intentar –en unos pocos cientos de páginas– destilar vida y obra de misterio de un artista imposible de atrapar y clasificar. Como no queremos ser menos y aspiramos a más –coincidiendo con la salida del magnífico y saltarín y fronterizo Together Through Life, número 33 en su discografía de estudio–, aquí lo intentamos en unas pocas líneas. Mientras suena esa especie de canción zombi-mex que es “Beyond Here Lies Nothin’” y abre la puerta para lo que –junto a Love and Theft y Modern Times– ya es considerada una trilogía a la altura de aquella que conformaron Bringing It All Back Home, Highway 61 Revisited y Blonde on Blonde. Bienvenido, Bob.
Por Rodrigo Fresán
Dylan medio recuerda: “Probablemente se me ocurrió durante una tormenta de esas con truenos y relámpagos”. “All Along the Watcher” es también la canción que más veces ha interpretado Dylan en vivo (1,413 veces entre 1988 y 2006) por lo general como bis en tándem con “Like a Rolling Stone”.
Ni Baez ni “Blowin’ in the Wind”, lo siento. Esta letra B pertenece al mejor álbum divorcista de la historia y, para muchos, el mejor de Dylan. Grabado –dos veces– en 1975 mientras se separaba de la madre de sus hijos y a quien ama y odia en grandes canciones como “Tangled Up in Blue”, “You’re a Big Girl Now”, “Idiot Wind” y “Shelter from the Storm”. Con B de blues, sí.
Dylan lo descubre a finales de los ’70 y pone en escena una de sus transformaciones más radicales e inesperadas: la de furibundo y apocalíptico born again christian. Para celebrarlo, graba dos álbumes donde se encuentran varias de sus interpretaciones vocales más apasionadas –Slow Train Coming y Saved– que harían mucho más divertidas y entregadas a las misas si Benedicto XVI permitiera su interpretación. Difícil que así sea y, en cualquier caso, enseguida Dylan ya comenzaba a creer –o a no creer– en otras cosas.
Cinema verité on the road –filmado en el ’65, estrenado en el ’67– jamás superado cortesía de D. A. Pennebaker. Y contiene el nunca del todo superado y tantas veces homenajeado/plagiado-videoclip filmado donde Dylan va dejando caer carteles con palabras sueltas del proto-rap “Subterranean Homesick Blues”.
Versos sublimes se corresponden con una melodía perfecta de vals cristiano. En el contexto de sus canciones devotas, aquí, en Shot of Love (1981), Dylan se permite por una vez confesar sus dudas llegando a lamentar la ausencia de un Dios cuyas pisadas ya no oye.
1963 y una foto icónica en la portada. Bob Dylan junto a su novia Suze Rotolo por la calle Cornelia del West Village neoyorquino y un puñado de clásicos instantáneos –“Blowin’ in the Wind”, “A Hard Rain’s A-Gonna Fall”, “Don’t Think Twice, It’s Allright”, “Girl of the North Country”, “Masters of War”– hicieron de The Freewheelin’ Bob Dylan uno de los más grandes segundos discos de la historia.
El primer Dylan no es otra cosa que un Guthrie Revisitado al detalle con profundo amor, admiración y, al mismo tiempo, la voracidad insaciable de un discípulo más que dispuesto a superar a su maestro en su propio territorio. Dylan fue a visitar a Guthrie, enfermo pero bien dispuesto, el 29 de enero de 1961, apenas cinco días después de su llegada a Nueva York. Allí, a pie de cama, Dylan le cantó unas cuantas canciones a su héroe. La leyenda dice que Guthrie vaticinó: “Es un chico con talento. Llegará lejos”. A su regreso de la visita, deprimido por lo mal que se encontraba su ídolo, Dylan escribió “Song to Woody” en el bar del Mills Hotel. Guthrie, también, es el apellido y factor que pone en juego uno de los deportes favoritos de Dylan: el tráfico de influencias, los guiños a sus mayores, los cordiales y cómplices “robos” y alusiones en sus últimos álbumes (delitos denunciados por muchos con furia bíblica) sin darse cuenta de que Dylan –al igual que los artistas que él siempre admiró– siempre fue un vampiro sónico y lírico al que, claro, tanto le han saqueado a lo largo de ya casi medio siglo.
Banda que acompaña a Dylan durante su tempestuosa gira eléctrica en el ’66 y con la que registraría –luego de un nunca del todo aclarado accidente en motocicleta– las domésticas The Basement Tapes a lo largo del verano del ’67. Después, enseguida, se convierten en leyenda por cuenta propia: The Band. Dylan se uniría a ellos en 1974 para grabar Planet Waves y volver a salir a dar vueltas por ahí luego de un largo período de campesina vida en familia casi retirado de los escenarios.
Primero, canción perdida y recuperada de The Basement Tapes. Después, hace poco, brillante y atípica biopic de Dylan filmada y firmada por Todd Haynes en el 2007. Y jugada brillante de Mr. Bob: luego de disfrutar del éxito de No Direction Home –documental de Martín Scorsese–- sabe que tarde o temprano va a caerle encima una de esas biografías de celuloide incómodas e irritantes. Así que Dylan alienta este proyecto donde aparecer como un hombre (y mujer) de varios rostros –Christian Bale, Cate Blanchett, Marcus Carl Franklin, Richard Gere, Heath Ledger y Ben Whisham– y cuyo noble y transparente modelo es 8 1/2 de Fellini. Y todos felices. Y bienvenidos a la aproximación más borrosamente precisa o precisamente borrosa del mito: una película que no se conforma con mostrarnos cómo miramos a Dylan sino que, además, también nos cuenta cómo Dylan nos mira a nosotros.
Es lo que le gritaron a Dylan en un concierto en Manchester. Se lo acusaba de haber electrificado su sonido folk y haber enturbiado con visiones su perfil de protesta. Ver este “¡Judas!” en No Direction Home de Martin Scorsese y oírlo en The Bootleg Series, Volume 4: Live 1966/The Royal Albert Hall). Después Dylan ordena un “Play fucking loud!” y ese sonido mercurial y “How Does It Feel?”.
Guitarrista que se cuela en una sesión y toca por primera vez teclados para conseguir la línea de órgano más reconocible y pegadiza desde Bach. “Sube el órgano”, ordenó Dylan, “Pero si no es un organista”, dijo el productor Tom Wilson, “Hey, no me digas a mí quién es un organista y quién no”, dijo Dylan. Lo que nos lleva a...
La más perfecta y salvaje y al mismo tiempo civilizada canción-de-odio escrita por Bob Dylan (y a la vez el himno definitivo sobre la pérdida de la inocencia y el modo en que la experiencia te curte hasta fosilizarte). Dylan la definió en 1965 como “vomitífica en su estructura. Tan sólo vino a mí. Todo empezó con ese riff de ‘La Bamba’”. Y sigue con el resto del magistral Highway 61 Revisited, claro.
Leyenda del blues e inspiración para “Blind Willie McTell”, una de las cimas de Dylan. Algunos incluso llegan a postularla como la número uno y “la canción más importante y atemorizante desde el ‘Heartbreak Hotel’ de Elvis”. Lo que no impidió que Dylan la dejase –para consternación de su productor Mark Knopfler– fuera de Infidels (1983).
Lo mejor de todo Modern Times (2006), perfecta representante del Dylan de estos días, y seguramente, una de las mejores canciones en todo su catálogo. Pocas veces Dylan ha cantado con más emoción y emocionado tanto, desgranando estrofas secas que, al alcanzar el estribillo, se alzan como una ola de puro e incontenible sentimiento.
Bob Dylan cierra su década terribilis –los ’80– con un formidable retorno a su mejor forma de la mano del productor de moda Daniel Lanois, recomendado por Bono. La relación no fue fácil pero Oh Mercy se convertía en el más intenso, personal, logrado y mejor escrito álbum de Dylan desde Blood on the Tracks. Escuchar varios de sus descartes en Tell Tale Signs.
“Elvis estuvo allí cuando no había nadie. El era Elvis y todos saben lo que Elvis hizo. Me lo hizo a mí y se lo hizo a todos”, le dijo Dylan a Ron Rosenbaum de la revista Playboy. Sentimientos encontrados, admiración confesa y, al mismo tiempo, terror ante el final del Rey han sido temas recurrentes en obra y declaraciones de Dylan quien, según testigo, sufrió una gran depresión al enterarse sobre la sórdida y temprana muerte de uno de sus más grandes ídolos. “Toda mi vida pasó frente a mis ojos. Volví a revivir mi infancia. No hablé con nadie por una semana”, dijo tiempo después. “Cuando oí por primera vez la voz de Elvis supe que yo no iba a trabajar para nadie y que nadie sería mi jefe. Oírlo por primera vez fue como escaparme de la cárcel.” Antes de eso, Dylan le dedicó “I Went to See the Gipsy” en New Morning (1970).
Una de las canciones estrella grabadas por Dylan junto a sus amigos en los sótanos de Nashville. No incluida en The Basement Tapes y recién legalizada para la megaantología Biograph en 1985 aunque antes se había escuchado una desprolija versión live en el perverso y autodinamitante Selfportrait (1970) registrada en el Isle of Witht Festival por los días en que Dylan sólo quería no ser Dylan (y, de paso, irritar a sus fieles). En cualquier caso, una absurda y juguetona canción sobre un esquimal y supuestamente inspirada por una película con Anthony Quinn es –misteriosamente o no– uno de los temas más versionados de Dylan.
5 de octubre de 1987, concierto en Locarno, Suiza. Una noche tan terrible como iluminadora en la que –como cuenta en Crónicas Volumen I– primero “todo se vino abajo” y después “todo volvió a su sitio y en forma multidimensional” y de pronto “poseía una facultad nueva que parecía superar todos los requisitos humanos... Inmediatamente despegué a las alturas... Mediante la combinación de ciertos elementos técnicos que se activan unos a otros podía modificar los niveles de percepción, estructuras temporales y sistemas rítmicos, para insuflar vida a mis canciones, levantarlas de la tumba... Si quería un objetivo diferente, ya lo tenía. Era como si me hubiera convertido en otro músico, desconocido en toda la extensión de la palabra. En más de treinta años de actuaciones, nunca había visto aquel lugar, nunca lo había visitado. Si yo no hubiera existido, alguien tendría que haberme inventado”. Desde entonces, Dylan no ha parado de rodar, reinventando sus viejas canciones y consiguiendo “un público adecuado... un público nuevo” para “un nuevo género, un estilo que todavía no existía” y en el que “mis letras, algunas escritas veinte años atrás, eclosionarían ahora musicalmente como una nube de hielo. Nadie tocaba así”. Había nacido el célebre Never Ending Tour.
Una de las grandes musas de Andy Warhol, Edie Sedgwick (1943-1971) fue, durante 1965, una suerte de botín de guerra entre las facciones encontradas de Dylan & Co. y Warhol Inc. Patti Smith escribió: “Todos / Sabían que ella era la verdadera heroína de / Blonde on Blonde”. Se supone que “Just Like a Woman” le canta a ella.
El 25 de mayo de 1997, al día siguiente de su cumpleaños número 56, Bob Dylan fue ingresado de urgencia en un hospital de Los Angeles con fuertes dolores de pecho y dificultades para respirar. Se salvó por poco, dicen. Cuatro meses después se editaba Time Out of Mind: un puñado de canciones sombrías (escritas y grabadas antes de su enfermedad, otra vez producidas por Daniel Lanois) que parecían referirse al fin del amor y al final de todo lo demás con mirada y voz premonitorias. De haber muerto Dylan, el álbum sería hoy considerado su testamento existencial y creativo. Habiendo vivido para cantar el cuento, las críticas fueron extáticas, las ventas más que respetables (fue su primer disco de oro desde Infidels en 1983), ganó tres premios Grammy e incluye esa joya casi funeraria que es “Not Dark Yet”. Tell Tale Signs completa este rompecabezas (a destacar el espirituoso spiritual que es “Marchin’ to the City”) y, sí, Time Out of Mind es el estreno del Dylan milenarista –que se afilará con el sonido áspero y autoproducido bajo el alias de Jack Frost de Love and Theft y Modern Times– y que, probablemente, va a ser el último Dylan. Pero con Dylan nunca se sabe.
Durante muchos años, Bob Dylan comentó sus ganas de componer un álbum especialmente para niños. Lo que nadie imaginó es que lo hiciera –sin anunciarlo, además– luego del maduro y reflexivo Oh Mercy. En resumen: la aparición del incomprendido Under the Red Sky desconcertó a seguidores e irritó a los críticos que, en su mayoría, no supieron ver y oír y comprender de qué iba la cosa. Y es que los críticos no saben abrir la puerta para ir a jugar. Under the Red Sky –nada es casual– comenzó a grabarse el día de Reyes de 1990. Y está dedicado a “Gaby Goo Goo”: una hija suya con la vocalista Carolyn Dennis de la que entonces –con cuatro años de edad– nada se sabía ni se supo hasta el 2001, al salir una biografía de Dylan firmada por Howard Sounes.
Anfitriona del, se dice, mejor verso en todo Dylan: “The ghost of electricity howls in the bones of her face”. En 1999, en un club de Manhattan, Dylan la cantó como “Visions of Madonna” porque Madonna estaba entre el público. Una indiscutida obra maestra. Una catedral de canción. El equivalente a “A Day in the Life” en Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band. Nadie ha escrito y cantado y sonado mejor –ni volverá a sonar y cantar y escribir mejor– acerca de lo que significa padecer y disfrutar el insomnio del amor.
The Traveling Wilburys y su música –los discos de 1988 y 1990 recientemente reeditados y, misteriosamente o no tanto, resultando best-sellers– actuó como un poderoso a la vez que relajante revulsivo. Ahí y entonces, Dylan se sintió cómodo entra amigos siendo “otro” –Lucky Wilbury y Boo Wilbury alternativamente– componiendo bajo un nuevo alias a sus letras más graciosas y sus melodías más elegantes en muchos años.
Emisora que transmite el genial y gracioso programa en el que, desde el 2006, Dylan escoge y ordena temáticamente y presenta sus canciones favoritas con voz y prosa de disc-jockey de novela negra.
La idea de la juventud –a diferencia de lo que ocurre en la obra de otros grandes rockers– no es algo fundamental e indispensable. Ya en “My Back Pages” (1964) cantaba “Ah, pero yo era mucho más viejo entonces / Soy tanto más joven ahora”. Y dos versiones de “Forever Young” en Planet Waves (1974): una en calma con cierto aire de mariachi triste y otra saltarina y muy L. A.: “La escribí en Tucson. La escribí pensando en uno de mis hijos y no quería sonar demasiado sentimental (Dylan se refiere aquí a Jacob Dylan, líder de The Wallflowers). Los versos vinieron a mí, la terminé en unos minutos. No sé. A veces te obsequian cosas así. No sabes exactamente qué es lo que quieres pero esto es lo que aparece. Así fue que surgió esta canción. No era mi intención escribirla... No, nunca sabes qué vas a escribir. Ni siquiera sabes si vas a grabar otro disco”.
En coincidencia con el lanzamiento de su libro Crónicas Volumen I, Dylan concedió su primera entrevista televisiva en casi veinte años al programa Sixty Minutes. Allí, apareció parco y revelador al mismo tiempo y comentó que se cambió su nombre “porque vivimos en la tierra de la libertad y uno puede llamarse como se le antoje... yo nunca sentí que mi verdadero nombre fuera Zimmerman”. Cuando el periodista le comentó si no se le hacía raro que la percepción que el público tenía de él fuera exactamente la opuesta a la que él tenía de sí mismo, Dylan se limitó a inclinar la cabeza a un costado y comentar: “Ain’t it something?”.
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