ITALIA ’90: ARGENTINA VS. BRASIL
› Por Juan Forn
Mi amigo El Tomo decidió irse a Tierra del Fuego en medio del Mundial ’90, no me pregunten por qué. Se lo propusieron sus dos amigos del alma, o se les ocurrió en alguna de sus dantescas trasnoches de entonces. El Tomo es un hincha enfermo de All Boys: cuando años después se vino a vivir a la costa, recién casado, los amigos creyeron que se había vuelto loco, y su encantadora mujer pensó lo mismo cuando lo pescó al Tomo en un rincón de la cocina, todo retorcido entre el placard y la heladera, hablando febrilmente por el inalámbrico. Menos mal que en la otra mano tenía la portátil y pudo demostrarle a su adorada esposa que no la estaba engañando con otra: lo que pasaba es que ese rincón de la cocina era el único lugar de la casa en que su portátil pescaba la señal del programa radial del Albo desde Buenos Aires, y él necesitaba no sólo escuchar cada cosa que se dijera sobre el club de sus amores sino opinar también por teléfono sobre las huevadas que se decían en aquel programa. Pero estábamos en aquella trasnoche de junio del ’90, en medio del Mundial, cuando sus compadres le anunciaron que habían conseguido un Duna para cachar la ruta y hacer el viaje de sus sueños hasta Tierra del Fuego.
El único detalle es que el Duna lo ponía la mamá de un muchacho del barrio que era sordito, y debían sumarlo a la aventura. El Tomo no puso objeciones: Argentina había perdido el primer partido del Mundial, pasó raspando a segunda ronda y seguiría avanzando igual de ignominiosamente gracias a los penales que atajaba Goycochea. La cuestión es que había varios días libres hasta el partido con Brasil, y el cálculo de los muchachos fue que les alcanzaría para llegar con lo justo hasta Ushuaia y ver allá el duelo. Horas antes de que arrancaran, a uno de sus compadres lo dejó mal la novia; y el otro, que siempre supo ser mejor oreja que el Tomo para esos trances, decidió acomodarse en el asiento de atrás con el sufriente, dejándole el volante al Tomo, con el Sordito de copiloto.
Dice El Tomo que al principio la cosa marchó bien. Se habían llevado una provisión múltiple de música para escuchar por el pasacasete y la manejada se le hizo llevadera, mientras veía por el retrovisor cómo el Sufriente le quemaba la cabeza al Comprensivo. Pero el pasacasete se rompió pasando Madryn, y después, en el medio de la nada más allá de Comodoro, se paró el Duna y no arrancó más. Como no había manera de que el Sufriente liberara al Comprensivo, los dos partieron juntos a buscar ayuda. Mientras tanto las horas fueron pasando, la noche se hizo día, se fue acercando la hora del partido y los muchachos no llegaban. Por suerte la radio del Duna seguía andando y El Tomo se resignó a escuchar el partido así, cagado de frío y de hambre, con el Sordito imperturbable sentado a su lado, mirando plácidamente por la ventana el desierto patagónico. Recordarán seguramente lo que fue ese partido, el baile terrible que nos estaban pegando los brasucas. Dice El Tomo que él empezó transpirando sangre, pero que el frío y el hambre lo fueron dopando hasta que se puso a cabecear, y ya estaba profundamente dormido cuando Maradona se iluminó y le puso ese pase magistral al Pájaro Caniggia. Y dice El Tomo que entonces tuvo el susto de su vida. Porque, mientras allá al fondo se oía la voz de Víctor Hugo celebrando el gol argentino, él se despertó de golpe con la cara del Sordito a centímetros de su cara, y las manos del Sordito como tenazas apretándole las sienes, y la voz del Sordito vociferando “¡¡OOOOOOOOD!! ¡¡OOOOOOOD!!”, como si fuera un mamut herido, o la luz mala, o el Fantasma de los Mundiales Pasados. Y hasta el día de hoy, confiesa El Tomo, es incapaz de decir si el Sordo se puso así por el gol del Cani o por la alegría de haber recuperado de repente y milagrosamente la audición, gracias a San Diego.
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