PEEPING TOM, DE MICHAEL POWELL
› Por A. G.
El cine dentro del cine no había dado muchas películas hasta entonces. Wilder había volcado una mirada oscura sobre la industria en Sunset Boulevard, pero Michael Powell fue el primero que se animó a explorar los desquiciados resortes de la psiquis de un cineasta.
Peeping Tom no es una película sobre un asesino sádico. Es una película sobre un cameraman..., dijo Michael Powell.
En muy contadas ocasiones la crítica dejó fuera de combate a un director genial. Uno de estos casos lamentables es el de Michael Powell y Peeping Tom. Con flema típicamente británica, Powell esbozó declaraciones como la de arriba y las amplió luego explicando que ésta era su obra más sensible, tierna y romántica.
Pero, ups: Peeping Tom escandalizó a los críticos ingleses de su tiempo y éstos lo castigaron tanto que no sólo consiguieron anular las posibilidades comerciales del film, sino que también convirtieron a Powell (pese a haber realizado obras maestras como Las zapatillas rojas, Narciso negro y El ladrón de Bagdad) en un cineasta acabado, que apenas logró filmar un par de modestos títulos más antes de retirarse para siempre.
En realidad Powell debería haber sospechado que algo andaba mal cuando Dirk Bogarde salió corriendo luego de echarle una ojeada al guión. Otra opción, el elegante Laurence Harvey, no estaba disponible, lo que Powell consideró una lástima, ya que, como dijo con enigmática certeza: “Harvey era el hombre con perfecto aspecto de foquista”.
A pesar de esos precedentes ominosos, nada podía preparar a Powell para la reacción de la crítica. Por suerte, para lo que quedaba del prestigio de Powell, en su momento no se difundió que las tremendas escenas infantiles del protagonista con su padre fueron interpretadas por el propio director y por su hijo.
Pero el paso del tiempo hizo justicia, y con los años este implacable film de suspenso, pasiones deformes y voyeurismo terminal comenzó a ser considerado una obra maestra de vanguardia. La historia de un cineasta depravado y obsesivo, que filma a sus víctimas antes de matarlas y durante el acto mismo del asesinato, sigue siendo tan perturbadora como hace cuatro décadas. Debe decirse, incluso, que la descripción de los traumas infantiles responsables de las andanzas de este cameraman serial es más convincente y está mejor elaborada que la de varios psychothrillers recientes. La espeluznante actuación de Carl Boehm, con sus estremecedores primeros planos en momentos clave, es capaz de provocar un terror más eficaz e inquietante que cualquier efecto especial del cine moderno.
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