Domingo, 29 de agosto de 2010 | Hoy
Por Gustavo Nielsen
Así como me gusta estar en las reuniones de los arquitectos, detesto las reuniones de los escritores. Los arquitectos llegan a una fiesta después de trabajar, se relajan y ven al otro como un colega, no como un competidor. Los arquitectos se divierten en las fiestas, y si comparten lo que hacen en sus trabajos lo hacen porque otro les ha preguntado. Y después pueden comer o bailar sin poses. Pueden reírse a carcajadas y besarse en público, pero no para escandalizar o para conseguir cámara en los medios, sino porque sí, porque tienen ganas.
Los escritores, en público, se parecen a los actores. ¿Alguno de ustedes estuvo en una fiesta de actores? No hay reunión más desagradable para la persona común. Los actores empiezan a fingir en cuanto llegan a la fiesta, y la competencia abrumadora se terminará cuando se vayan. Los escritores son como los actores, parados cada uno sobre su pedestal, hablando de su obra. Se pueden sonreír cuando hablan de la de los otros, pero cuando pasan a explicar la propia se cargan de aplomo y severidad.
En los dos campos hay excepciones. Hay arquitectos pagados de sí mismos, pijoteros en sus saberes y prontos a exhibir lo poderosos y geniales que son en el brunch gremial. Y hay escritores copados, con los que uno puede ir a cenar tranquilo, que se toman su propia obra como un trabajo más (y no como un designio divino) y son capaces de burlarse de ella y de todo (y de todos), de la literatura misma. Y cuando te pueden ayudar lo hacen sin esperar nada, y comparten información, y son siempre iguales, estén contestando un reportaje o durmiendo la mona.
Si tuviera que hacer una lista con los arquitectos que me gusta estar, no alcanzaría esta página. Pero mi lista de escritores es bien corta, y son con los que salgo a veces, o en los que me refugio durante las entregas de los premios, o a los que acepto ir a sus cumpleaños. Poquísimos hermanos. Entre esos personajes estaba Fogwill. Nos acaba de dejar.
Fogwill fue un escapista de la hipocresía en un mundo de hipócritas. Un tipo íntegro, capaz de darte una mano en un mal momento; alguien al que le interesaba lo literario por afuera de quien lo hiciera, un propulsor de textos, escritores, ideas. Un tipo que jamás iba a firmar un panfleto idiota para quedar bien con un editor, con un diario. Alguien que decía lo que le parecía sin eufemismos, directamente a la cara. Alguien de verdad, además de ser un escritor enorme, el mejor cuentista que ha dado la Argentina. Y este animador antiestablishment se acaba de morir, y todo todo, desde ahora en más, va a ser más choto. Y todas las reuniones de los literatos van a ser muchísimo más estúpidas, y la Literatura y la literatura, en su fase social, van a ser el aburrimiento absoluto, la mierda definitiva. Ya no creo que vuelva a ir a una de esas fiestas, sin él. Me quedo con los libros y me salgo del resto, del cotillón, para siempre.
Se fue un Maestro, pero sobre todo se fue mi amigo. Estoy muy triste.
Te voy a extrañar, te voy a releer. Un abrazo allá adonde estés.
Adiós, capo; gracias.
Adiós, Fog.
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