Domingo, 27 de febrero de 2011 | Hoy
Por Eduardo Pavlovsky
Para mí la obra de Ure dio una vuelta de tuerca en el teatro argentino. Lo digo con toda sinceridad y habiendo sido dirigido por verdaderos maestros de nuestro teatro como Jaime Kogan, Laura Yusem, Agustín Alezzo, Daniel Veronese o Norman Briski. Puedo decir que la definición de genio se le podría aplicar a él. Un genio a veces desbocado por su propia creatividad y otras transmisor de su propia creatividad a borbotones. Un hombre de una gran cultura además, musical, pictórica, histórica. En los ensayos era implacable. Tenía una llama que se recibía a raudales, pero se sufría mucho. Era capaz de ensayar desde las tres hasta las seis de la tarde, sin pausas y después irse sin decir una palabra. Entre el proceso de Atendiendo al Sr. Sloane, del dramaturgo británico Joe Orton, y el de Telarañas, una obra mía, trabajé mucho con él. Recuerdo salir mareado de sus ensayos y eso que yo era un actor para Ure, porque me gusta que el teatro sea fuerte y que no se encuadre en un enfoque naturalista. Atendiendo al Sr. Sloane es una pieza de cuando él empezó a dirigir, en 1968. En el teatro que se hacía en Buenos Aires en aquel momento lo central era el sujeto, la estructura, un teatro representativo del que Gené o Fernández serían los mejores ejemplos. Y él salió con algo que rompió con todo. Es el gran revolucionario del teatro argentino, sin lugar a dudas.
Tuvimos mucho éxito con Sloane... y hubiéramos tenido mucho con Telarañas también, pero nos prohibieron a la segunda función. Telarañas tuvo dos etapas. La primera fue con Zulema Katz, pero cuando lo mataron a Paco Urondo, que era su marido, ella se exilió. Entonces armamos otro elenco y ensayamos con Tina Serrano, Arturo Maly y un chico al que se le podía pegar en la cara y, según Ure, “todo bien”. La obra adquirió una gran violencia. Estrenamos e inmediatamente me llamó el secretario de Cultura y me instó a que la sacáramos de escena. Me dijo que si él veía eso en Estados Unidos era una maravilla, pero que acá no se podía hacer. Creo que Alberto multiplicó Telarañas, que exprimió cada personaje. Para cambiar y experimentar hay que arrancarse algo de uno mismo, para ser otro. Daba la sensación de que a cada actor le arrancaba algo. Y creo que son formas de interpretar la vida, no solamente el teatro.
Meses después de ese estreno, en el ’78, me tuve que ir del país. La obra se volvió a estrenar en Argentina cuando Pacho O’Donnell, como secretario de Cultura, inhibió la suspensión que tenía, en 1985. Esa puesta la dirigió Ricardo Bartís.
Quienes tuvimos cerca a Ure pudimos ver esa travesura diabólica, que yo no conocía ni conocí después. Solamente en las obras de Ricardo Bartís se ven estas cosas. El teatro de Bartís es su sucesor. Es difícil pensar en Bartís sin pensar en Ure. Ningún otro ha contenido esa explosión dramática en la que los personajes desbordan sus siluetas, se convierten en los estados, no en los personajes. Ure estaba a la altura de Bob Wilson o Tadeusz Kantor. A veces hasta se asustaba de lo mismo que creaba. Acá se ven muchos intelectuales que copian cosas, pero éste era un argentino con todos los chistes y modismos nuestros.
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