Domingo, 4 de diciembre de 2011 | Hoy
Por Gustavo Nielsen
Alquilé en Miami un mini-departamento para el que me pidieron un seguro, por las dudas de que rompiera algo. Cuando intenté abrir el primer cajón, me quedé con la manija en la mano; corrí la cortina del baño y se cayó el barral, intenté colgar una toalla mojada del perchero y se despegó. Inmediatamente supe que iba a tener que pagar por todas esas cosas que ya estaban rotas, y alguien había colocado disimuladamente para no tener que abonarlas. Pensé en llamar al dueño: al barral le faltaban unos topes adhesivos en las puntas, se había sostenido de milagro. También pensé en interpretar correctamente ese milagro del habitante anterior y repetirlo, cuando llegara el día de irme. También pensé en arreglar todo silenciosamente.
Soy del tipo de personas que con mucha facilidad rompe relaciones, proyectos, sociedades, viajes, carreras, pero nunca o casi nunca departamentos. Soy de los que construyen los departamentos. Para demoler hoteles está Charly García. O estaba, en otro tiempo.
El Miami Cinematheque está dirigido por un americano amigable llamado Dana. Daban la última de Lars von Trier y una retrospectiva del finlandés Aki Kaurismäki.
Pensé que no iba a poder ver Melancholia en Buenos Aires, porque escuché que el distribuidor no había querido traerla a causa de las declaraciones Hitler friendly de Von Trier. Me amargué por muchas razones cuando leí lo que el director había dicho. Incluso por la razón lateral que me llevaría a ver la peli fuera del cine, hurgando en Internet. Ya había visto la anterior así, Anticristo, con el horror adicional (la peli es medio de terror) de estar doblada al español. Cosas que pasan en la web.
Melancholia es una obra resuelta en dos partes. La primera es de esas genialidades a las que el Dogma nos había acostumbrado. Hay una novia que no quiere casarse, hay una boda. Los novios entran juntos y tarde a la fastuosa recepción. Parecen felices, pero no. Se irán solos a la mañana, cuando todo acabe. En la misma noche, la novia se viste y se desviste, ignora a su prometido, baila, se duerme, se garcha a un pibe, putea a su jefe, se caga en su hermana y mea en el jardín. Y no se casa. Tiene una razón para todo, pero es mística, o al menos así parece.
En la segunda parte, la chica vuelve a la casa donde sucedió la ceremonia. Está enferma, casi no come ni puede tenerse en pie: la depresión la ha ganado. Al mismo tiempo, Lars nos confirma la mística. Un planeta llamado Melancholia viene hacia la Tierra para chocarla y destruirla. La peli se va convirtiendo en una de clase B, hasta terminar con la total desaparición del mundo, con esqueletos quemados a lo Terminator 2 y luz cegadora. Hay veces que Von Trier rompe a los malos, como en Dogville; otras que rompe a la gilada, como en Los idiotas; y otras que rompe a los capos, como en Bailarina en la oscuridad. Pero siempre rompe algo. Rompe a su propio educador en Cinco obstrucciones. A la humanidad en Melancholia. Me hizo reír.
A Dana no le dio risa. La vio como una metáfora de la melancolía: el que, por autodestruirse, destruye a los que lo rodean. Comentamos eso después de la proyección, porque no hay cinemateca en el mundo sin presentaciones amables al principio, ni críticas encendidas a la salida. Le dije que le creería si habláramos de Buñuel, alguien que puede romperlo todo en El ángel exterminador, pero salir indemne. Lars von Trier es una máquina del suicidio. Si suspendía el final Billiken un minuto antes, la peli no iba a darle risa a nadie, y el exterminio estaba garantizado con las primeras imágenes, le dije. No tenía por qué hacer esa locura de comic en una peli que es dramática. No tenía por qué comprender a Hitler en público, cuando estoy seguro de que el danés no lo comprende ni en privado. Nadie que no sea un hijo de puta comprende a Hitler, y Lars von Trier no puede ser un hijo de puta.
En Anticristo, le digo a Dana, Von Trier mantiene una tensión casi imposible de quebrar, salvo por algo que él mismo incluye deliberadamente. En mitad de una película de suspenso, violencia mal, mete una ardilla que habla. Re-Disney. La ardilla dice (en mi versión) algo así como “joder, tío, deste bosque no te sales entero”. No conozco quien no se ría con ese animalito parlante, lo escuchen en danés, en inglés o en gallego. Una putada que rompe todo un clima. ¿No tiene amigos el dinamarqués? No creo que lo haga a propósito, pero no hay otra razón; todo lo demás que muestra es tan bueno que no puede no saber.
Volví al departamento enojadísimo con Von Trier y con Dana. Me dije que Lars, como es católico, es de los que se van sin pagar, o pagando lo que quieren en la manga de la misa del domingo y esperando que igual les llegue el cielo. Los católicos, en realidad, pagan mediante un administrador, el cura. Si el cura calculó mal el pago, se le grita como al contador cuando se equivoca con los números de la AFIP.
En el departamento se salió la puerta. Pensé: Lars von Trier hubiera dado una Amex falsa, para irse sin pagar. Y hubiera destrozado el plasma a patadas.
Kaurismäki, en cambio, es un dulce. Dana proyecta Lights in the Dusk. Es una peli de esas de perdedores-ganadores a las que Aki nos tiene acostumbrados. Algo del estilo El hombre sin pasado, un poco menos buena. Aquí hay un tipo al que le va cada vez peor, le pegan, lo echan de los lugares, las minas lo traicionan, lo meten en cana. No puede tener otra conclusión que la peor de las muertes, pero a último momento sabe aceptar a quien lo quiere de veras, y reacciona positivamente al amor. La reacción cubre apenas unos fotogramas finales. Sabemos, también, que en su futuro estará la perra Laika, que él tanto ansía. La felicidad hecha cine.
Von Trier y Kaurismäki son de países del norte. El Von Trier del principio, el de Europa, el de El elemento del crimen, cuando todavía pagaba lo que rompía, me digo, era protestante, igual que el finlandés. Se volvió católico cuando dirigió Contra viento y marea, al mismo tiempo que se volvía interesantemente sádico. A esa peli, la primera de todas las que me encantan de él, le sobran solamente las campanas del final; pero bueno, eso es el catolicismo recién aprendido. Me imagino que tuvo que leer un catecismo para dar la primera comunión.
El protestante paga por todo lo que rompe. Lutero, el que fundó la Iglesia Protestante, odiaba las indulgencias. Las indulgencias son las compras de perdones por cosas que se hicieron o se harán. Lutero decía que por los pecados había que pagar en serio, no con plata sino con castigos. Con Lutero no se puede zafar. La verdadera moneda es tu persona. Se paga con sufrimiento. Y acá, en esta vida. Los católicos pagarán allá, a donde después vayan, y mientras tanto vale ser un buen contribuyente. Para un sadomasoquista con guita como Von Trier, ser católico puede ser tanto más fácil. Y cuando pasa la manga del domingo puede hacerse el que mete una moneda, pero termina tirando una chapita oxidada, o un botón.
Al bajar por la Avenida Collins compro un destornillador, un cutter, un pomo de pegamento y un pote de cemento de contacto. Mañana es mi último día en Miami y, entre una bajada al mar y la compra de unas zapatillas copadas, voy a arreglar todo lo roto del departamento.
Aunque no lo haya roto yo, me digo.
Aunque sea ateo.
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