Desde tu muerte no fueron pocos los obituarios, los homenajes, el bautismo de bibliotecas y centros culturales con tu nombre, las reediciones prologadas de tus libros por amigos y seguidores. También, inevitables, discusiones y polémicas, payadas y chicanas, entripados y roñas entre quienes admiraban tu manera de hacer literatura popular de calidad y quienes, envidiándote la repercusión, te acusaban de bárbaro, lo que, admitámoslo, viene a ser un elogio que no te habría disgustado. Cuando la polvareda de estas rabietas se aplacaba, quedaba en el aire un olor a cebita retórica. Las trifulcas con los académicos suelen concluir así. Mientras tanto, lo que importa, lo que seguirá importando es que tus libros seguirán leyéndose, ganando nuevos lectores, acompañándolos tanto en la soledad de una derrota amorosa como en la niebla densa donde un país se busca a sí mismo sin encontrarse. Lo que cuenta, a la larga, es lo que queda. Y lo que queda son tus libros. Como vaticinó en 1997 Juan Martini, adquiriste el rango de clásico. Sí, sos un clásico, Osvaldo. Por derecho propio. Sin deberle nada a nadie. Muchos seguirán sin perdonarte esa honestidad. Otros, nosotros, seguiremos leyéndola. Guillermo Saccomanno
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