› Por Samuel Barondes
En la edad de oro de la filosofía griega Teofrasto, sucesor de Aristóteles, se preguntó algo por lo que aún es recordado: “¿Cómo puede ser que, teniendo Grecia el mismo clima y teniendo todos los griegos una educación similar, no tenemos todos el mismo carácter (o personalidad)?”.
La pregunta es especialmente notable porque hace foco en lo que cada uno de nosotros sentimos que somos. Ahora sabemos lo suficiente como para ofrecer una respuesta: cada personalidad refleja las actividades de los circuitos cerebrales que se desarrollan gradualmente, bajo la dirección de la combinación de los genes y las experiencias de una persona. Esto conduce a la inevitable conclusión de que en las diferencias de personalidades influyen mucho los eventos fortuitos.
Hay dos tipos de eventos al azar que influyeron en la contribución genética a nuestra personalidad. Primero, la más obvia: los eventos que reunieron a mamá y a papá. Cada uno de ellos tiene una colección particular de genes, una muestra personal de las variantes que se han acumulado en el genoma colectivo humano. El segundo evento fortuito fue la unión única de un espermatozoide con un óvulo en particular, cada uno de los cuales contiene una selección aleatoria de la mitad de las variantes de los genes de cada padre.
Es la interacción de la mezcla resultante única de las variantes de genes maternos y paternos que juega un papel importante en el proceso de desarrollo de 25 años de duración, que construye el cerebro de la persona y la personalidad. Así que dos accidentes de nacimiento, los padres que nos concebieron, y las combinaciones de esperma y de óvulo que nos hacen, tienen una influencia decisiva en el tipo de personas que somos.
Pero los genes no actúan solos. Las personas se adaptan al mundo físico y social. Por ejemplo, los circuitos cerebrales que controlan las características de la entonación se activan para ser influenciados por el medio ambiente durante una ventana limitada del desarrollo.
Pero así como el azar influye en la combinación particular de genes que somos (y tenemos) al nacer, también influye el particular ambiente en el que nacemos. Nuestros genes nos inclinan a ser más o menos amigables y confiables. Y el lugar donde crecemos nos inclina a adoptar determinadas metas, a tener ciertas oportunidades y formas de comportarnos. Los aspectos más obvios de estas influencias ambientales son la cultural, la religión, lo social y lo económico transmitidos por padres, hermanos, maestros y pares.
Por supuesto, azar no es destino. Reconocer que los eventos fortuitos contribuyen a las diferencias individuales de la personalidad no significa que cada vida esté predeterminada o que no haya libre albedrío. La personalidad que surge a través de estos accidentes biológicos y socio-culturales puede ser modificada deliberadamente en muchos sentidos, incluso en la adultez. Sin embargo, los eventos fortuitos que dirigen el desarrollo cerebral en nuestras primeras décadas dejan marcas permanentes.
Samuel Barondes es neurobiólogo y autor de Making Sense of People.
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