Domingo, 15 de abril de 2012 | Hoy
> MARCOS GORBáN, EX PRODUCTOR GENERAL DE GH Y OPERACIóN TRIUNFO
Por Juan Pablo Bertazza
Sentado en una moderna banqueta de su casa en Almagro, Marcos Gorbán conjuga la hiperquinesia del productor de TV –atiende permanentemente el teléfono, se para, camina, se vuelve a sentar, prende la computadora– con esa actitud reflexiva del que ya está de vuelta. De vuelta de los proyectos más exitosos de la televisión voyeur argentina: las cámaras ocultas de Tinelli, Gran Hermano y Operación Triunfo.
En definitiva, es el cerebro no tan invisible detrás de las dos especies más claras de reality show (la del aislamiento y la de la emoción) y de ese antecedente prehistórico del fisgoneo que fueron las cámaras ocultas. Desvinculado por decisión propia de Telefé, una decisión que empezó a tomar forma durante uno de los últimos Gran Hermano, cuando un candidato le dijo en el casting “quiero ser yo mismo” y entonces hubo algo de hartazgo, un irreversible déjà vu, Gorbán vendría a ser a la televisión lo que son esos jugadores excepcionales que saben retirarse a tiempo del casino y con los bolsillos llenos. Embarcado ahora en un proyecto secreto de ambiciones aun mayores que las que dejó atrás, acaba de publicar Nominados, la biografía sobre Gran Hermano escrita desde adentro y desde afuera a la vez.
Esa naturaleza anfibia ––habiendo estado tan adentro, estuvo y vuelve a estar afuera– lo vuelve un rara avis en el siempre cambiante ecosistema televisivo: “Hoy, muchos dicen ‘Yo a Tinelli le doy 40 puntos de rating’ y enseguida van a parar a un cementerio repleto de gente que dice eso. Yo hice cámaras cómplice que midieron 40 puntos y fracasos rutilantes, pero en ninguno de los casos era por mí, es muy fácil comerse la magia de la televisión”. Los ejemplos de ese caro desencanto pueden parecer pueriles, pero no por eso menos reveladores: “Lo aprendí en Videomatch con unas zapatillas. Ibamos a grabar cualquier cámara oculta y venía un tipo de una marca conocida que me daba bolsas repletas de productos para cada integrante de la producción; yo ligaba tantas que empecé a regalarle a todo el mundo zapatillas, estaba buenísimo. Después de cinco años me voy de Videomatch y lo voy a ver al flaco porque necesitaba botines para jugar al fútbol. ‘Claro’, me dice, ‘son 500 pesos. ¿Sabés qué pasa?’, me habló con lástima: ‘vos no estás más en Videomatch’. Pero si está todo bien, no me echaron, me fui yo, ahora me voy a jugar un partidito con ellos, respondí. ‘Lo lamento, 500 pesos’”.
La réplica de ese mismo temblor lo encontró, años después, mucho más curtido: “Ya en Gran Hermano 2007, cuando fue la famosa nominación espontánea de Marianela Mirra a Diego Leonardi, logramos ganarle a Tinelli después de perder en el rating durante diez días consecutivos. A la mañana siguiente, doce personas me llamaron y te juro que todos empezaron a decirme exactamente lo mismo: ‘Marcos, boludo, hace diez días que no hablamos’”.
Un animal atípico en el ecosistema televisivo, Gorbán resume en una frase su distancia con respecto al medio: “No me enteré de los desaparecidos por Montecristo”. Cuando habla y menciona a cada uno de los participantes de todos los ciclos, incluso aquellos de los que él ya no participó, demuestra una memoria prodigiosa, como un dios que se refiere a sus criaturas, como un artista que habla de sus personajes. “Gran Hermano es una máquina de contar historias que sólo se pueden contar de esa forma”, sentencia Gorbán antes de iniciar una enumeración de los hitos más recordados de la casa: historias como el debate que generó la inclusión de Diego Leonardi en GH 2007, un ex presidiario que hizo hablar por televisión sobre la condena, la seguridad y la reinserción en la sociedad; la decisión de Viviana Colmenero de salir de la prostitución y cambiar de vida, y que terminaría ganando la edición de Gran Hermano 3; la salida del closet de Gastón Trezeguet dentro de la casa generando un verdadero efecto dominó en Juan Castro, Fernando Peña y Osvaldo Bazán; la participación de Diego, hijo de un alto oficial de la Fuerza Aérea, que tenía una formación Opus Dei ultra católica, “un muy buen tipo con una formación de mierda, lo cual generó con otros participantes un verdadero choque de mundos”.
Pero Marcos Gorbán también fue el prestidigitador del otro mundo dentro del mismo formato, el de la emotividad, el dinamismo y el talento de la gente común de Operación Triunfo. “Empezamos a hacerlo con la cabeza aun formateada en Gran Hermano y fue un aprendizaje: el público es otro y también la repercusión mediática. En Gran Hermano si un pibe estornuda sale en todos lados, en Operación Triunfo un tipo mete 45 mil personas en un estadio del interior y no sale en ningún lado. Alguno dijo ‘qué interesante, porque estos pibes no son boludos sino que se forman como artistas’. Sí, bárbaro, pero no publicaste una sola línea”.
Si bien Expedición Robinson fue, en rigor, el primer reality show que desembarcó en nuestro país, la permanencia de Gran Hermano hizo que se borraran esas huellas. Lleva más de diez años en Argentina: desde las Torres Gemelas y la crisis del 2001 hasta el nacimiento y desarrollo del kirchnerismo, marcando una época, una estética y hasta una inesperada educación sentimental no exenta de fuentes literarias como aquel dato escupido hasta el hartazgo: le debe su nombre a la novela 1984 de George Orwell. Eso produjo que muchos tildaran al programa, sobre todo en sus comienzos, de experimento nazi.
“La verdad que nunca pensé que lo fuera, ni siquiera me provocó un dilema ético. Algo que sí me pasó antes cuando hice las cámaras ocultas de Tinelli: vos pensá que yo venía con una arraigada ideología de izquierda, del periodismo de investigación, de estudiar en una Universidad donde se decía, más o menos, que Tinelli era el opio de los pueblos, una estratagema de la CIA para sacarle plusvalía al obrero idiotizado. El dilema ético se me resolvió adentro. En esa época todavía no se usaban mails, pero llegaban 300 cartas por día de donde sacábamos las ideas para las cámaras, ese era el único feedback con el programa. Una de esas cartas era de obreros de Firestone en huelga de hambre, habían tomado la fábrica y decían: ‘El único momento que paramos y nos relajamos fue para ver tu programa, así que esta carta es para agradecerte’”.
Gorbán interviene así en una vieja discusión en el corazón del progresismo y la izquierda: la cultura libresca cuyas ramificaciones populares alcanzan a Arturo Jauretche y la divulgación versus un presente popular mediático y tecnológico. “Tinelli nunca fue un abanderado de la clase obrera ni pretendió serlo, pero tampoco era ese opio del cual era acusado. Hay otro mundo, un mundo que habita esa gente a la cual decimos proteger, gente que tiene cabeza propia, identidad, gustos propios y ¿quién sos para negarle entretenimiento, que es lo único gratis que tienen? Ahí empecé a sentir la televisión de otra manera. Uno de los grandes problemas de la izquierda es que tienen la cabeza cerrada, porque parten de pensar que tenemos que concientizar y no nos dan bola porque no son inteligentes, porque no son conscientes y a veces puede pasar que somos nosotros los que no somos conscientes.”
No sólo en sus televidentes encuentra la televisión lo popular: un gran hallazgo de GH fue encontrarlo también en los participantes. Después de todo, uno de los grandes emblemas de GH fue empezar a incorporar como actores a una pequeña porción de aquellos que conformaban el mundo de los televidentes. Sin embargo, ese casting también tiene una historia y, sobre todo, una evolución: “En el primer casting estábamos convencidos de saberlo todo acerca de los participantes, pero a los veinte días nos dimos cuenta de que no sabíamos nada, en siete veces que los entrevistamos no nos contaron cosas que empezaron a salir a los dos días al aire: participantes que imaginábamos que iban a actuar de determinada manera no lo hicieron, hubo genios que se convirtieron en boludos y boludos que se convirtieron en genios”.
La prueba más palpable la cuenta Gorbán en su libro: cuatro de los seis primeros ganadores del ciclo estuvieron cerca de no entrar a la casa, de no ser elegidos. En ese sentido, lo que se impuso fue un dilema: cambiar o perecer, incluso tener que aceptar, en cierta forma, que era necesario dejar librado algo al azar, “con el correr de los ciclos fuimos soltando las riendas: sólo sabíamos un 30 por ciento y el otro 70 por ciento lo íbamos a descubrir con el público. En la entrevista sólo flota la manera de presentarse, el ser social y dentro de la casa eso se desarma. Empezás a ver otra cosa, a no comprar el marketing del personaje, el mismo que les ponemos los medios: el preso, la puta, la colorada, el rubio, el carnicero, el policía. Empezás a fijarte en cómo estructuran el discurso, en cómo mienten, en las grietas de su discurso. Otras veces, son explícitos: en el casting de 2007, una postulante se sentó y empezó diciendo ‘si hay que chupar siete pijas, lo hago, sólo díganme por cuál empiezo’. Durante un mes escuchás a 1000 pibes así y no te digo que las sabés todas, pero salís muy empapado de los deseos o los miedos de esa generación. Eso, al final, es lo que intentás representar en el casting”.
El reproche principal al formato GH es que el aislamiento parece haber impedido la circulación de nuevos aires de época: lo social parece haber sido desplazado por lo político. ¿Cómo encontrar a un militante político desinteresadamente interesado en entrar a la casa? Después de un repertorio amplio de representaciones sociales, es curioso ver que un GH hoy sea, en cierta forma, muy parecido a ver alguna de las primeras emisiones. De hecho, no hubiera estado nada mal en la casa un poco de pasión política, que entre tanto vasito de color y partido de pool, y charlas cigarrillo en mano en el patio, se armara un debate en torno, por ejemplo, a los medios de comunicación.
Gorbán reconoce que, en cierta forma, lo intentaron y no salió: “En Gran Hermano 2 pensamos buscar un piquetero; el tema es que vinieron muy pocos y los pocos que vinieron eran un estereotipo, como el que trabajaba en la policía sin ser policía, los que entrevistamos tenían pie de barro no ideológicamente sino como personaje televisivo, no despertaban empatía”.
Pero si hablamos de aislamiento, y sobre todo de la relación entre el formato y la realidad, esa realidad que intenta controlarse y anular pero que siempre parece ingresar por la ventana, existe un caso emblemático que fue el atentado a las Torres Gemelas en pleno programa. Un silencio que también generó muchas críticas.
“Decidimos no decirlo, pero luego de discutirlo a nivel canal. Si tirás esa información adentro de la casa corrés dos riesgos: generar una pelota de angustia al aire que después no la podés parar, o convertirlo en una banalidad absoluta: decirles ‘chicos murieron 5000 personas’ y que respondan ‘qué horror, ¿nos traen pizza?’. Eso era peor. Al no tener la posibilidad de manejar algo tan delicado y serio decidimos que esa información no entrara. Las críticas decían ‘ahh... no les dicen nada’. Bueno, se estudió seriamente por qué no hacerlo. También hay una cuestión de programación: ¿conviene que los tipos discutan esto? La apuesta fue: si el público necesita saber acerca del tema tiene 70 opciones, cables nacionales y extranjeros, cuando quiera un recreo tiene Gran Hermano. Esa fue la decisión”, cuenta Gorbán.
Pero no sólo la realidad y la actualidad ingresan por la ventana de un formato que intenta tapiarle todas las puertas. También la idiosincrasia, la historia y hasta la cultura de cada país van moldeando su propio show. Es decir, a pesar de ser un formato internacional, es difícil trasladar ciertas particularidades sin que choquen con idiosincrasias locales. En Bulgaria, por ejemplo, la religión a la hora del casting se volvió un elemento fundamental: se agarraron a trompadas católicos y musulmanes. En Italia, la arquitectura de la casa incluye una variable: junto a la muy lujosa casa de Gran Hermano hay un basural con un par de muebles, y los chicos pueden terminar en cualquiera de los dos lugares dependiendo de las pruebas. “Claro, en Roma eso era gracioso, pero acá, con ese 50 por ciento de la población debajo del índice de pobreza que había en el año 2001, no, porque gran parte del público argentino vivía, por ese entonces, así.”
En ese sentido, Marcos Gorbán identifica con mucho espíritu autocrítico lo que él considera el peor error de traducción, una especie de traición involuntaria a la historia de nuestro país y, sobre todo, a su memoria: “Cuando los llevábamos a votar les poníamos anteojos negros porque en la Argentina los ojos vendados connotan otra cosa. Pero hubo algo que, sin embargo, se nos pasó: en GH 3 hicimos el primer intercambio de un participante con otro país, un flaco que se llamaba Eduardo Carreras, se fue a España y acá vino una gallega, la animalada que cometimos, y en parte fue idea mía, fue la manera en que sacamos a Eduardo de la casa. Le dijimos: ‘pasado mañana te vas para España y no se lo vas a decir a nadie’. Eduardo, por favor, al confesionario. Eduardo se fue y nunca más apareció en la casa. Tres o cuatro días después, en la gala aparece desde España. Sin embargo, durante tres días esa casa tuvo un desaparecido y nos lo comimos, el planteo de los pibes era exactamente el mismo: ¿donde está Eduardo? ¿Qué pasó? ¿Está bien? Hay cosas con las que no se juega”.
A juzgar por las escasas repercusiones de las últimas temporadas –un solitario Cristian U brillando solo y una última edición casi sin atractivos y con bajísimo rating–, el futuro de Gran Hermano parece menos prometedor que la carrera política de Lilita Carrió. Sin embargo, Gorbán, quien ya dejó de ser productor general de GH, no opina lo mismo y sus argumentos son, al menos, atendibles: es un formato con mucho potencial que, al igual que la ficción, tiene el don de reinventarse. “Pasa en todo el mundo: los españoles, por ejemplo, te dicen que el GH 6 fue un desastre, que el 7 fue el que más marcó, el 8 fue más o menos y el 9 excelente.” Sí, pero resulta notable que este último programa prácticamente careció del típico rebote mediático en otros canales.
“Creo que hay una decisión del 9 y América de construir más su contenido, durante varios años estaba la tentación de vivir a costa de los otros. Creo que es más sano para la televisión apostar a lo propio para crecer, aunque te cueste más esfuerzo pero, en todo caso, es un crecimiento genuino.”
Pero sí hablan de Tinelli, por ejemplo...
–Ahora no tanto, y también hablan de otras cosas, no hay tanta dependencia.
¿Perdió interés Gran Hermano?
–Viste cómo es esto: si Maradona no hacía el gol contra los ingleses era un egoísta cocainómano hijo de puta porque no se la dio a Valdano. Sí creo que hay una crisis del formato, algo que llamo el fenómeno Ciardone (la modelo que levantó vuelo después de una brevísima participación en GH). El que salió segundo de aquel GH fue Juan Expósito, un fenómeno, gran tipo, pero estuvo adentro de la casa cuatro meses y cuando salió no pasó nada, mientras que ella, que sólo estuvo una semana en la casa, nunca dejó de trabajar desde entonces. Los primeros participantes buscaron experiencia, ganar, aventuras, romper un límite. A partir de 2007, la búsqueda se centró en algo instrumental y profundo: Leonardo quería sacarse la mochila de haber estado preso; Ciardone, explotar su carrera de modelo; Marianela Mirra, comprarse la casa y ayudar a su familia, que tenía problemas económicos. Pero hoy la mayor parte de los pibes van por la fama en sí, hacen actos de presencia en boliches donde antes del programa no los dejaban entrar y ahora les pagan dos lucas por tomarse dos cervezas. Es la parte de cabotaje de la fama, lo peor que le puede pasar a la televisión.
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