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Domingo, 10 de agosto de 2003

Las virtudes pasionales

Por B. S.

La pasión se alimenta del imaginario y lo alimenta. Por eso, la intensidad pasional de ese cadáver robado, el de Eva Perón, de esa edad de oro, la del peronismo, de ese hombre que vive en Madrid y al que se le niega, como a un profeta temido, la tierra que le pertenece. La revoluciónque alienta en estas configuraciones míticas tiene un potencial infinitamente más fuerte que la de las ideas políticas que peticionan una racionalidad intelectual y un conocimiento basado en la empiria de la sociedad y la economía. Más que una teoría, la pasión produce lo que sus argumentos sólo pueden explicar: identificación de masas.
Exige también sus virtudes teologales. Los Montoneros fueron expertos en la codificación de los valores que esas virtudes expresaban y realizaban plenamente. La disposición al sacrificio y a la muerte fue un tema presente desde los primeros documentos y comunicados de la organización. Emerge, como consigna vertebral, que acompaña el nombre de Montoneros y su representación gráfica. Es repetido como rezo y promesa en ocasión de muertes o de victorias, cuando se recuerda a los héroes y las acciones pasadas. La izquierda guerrillera ya había difundido esta nota ideológica por toda América latina y sus portadores eran los seguidores del Che, Camilo Torres, Javier Heraud, Sandino. En su versión argentina, el panteón heroico incorpora algunas notas propias: los caudillos, especialmente Facundo Quiroga y el Chacho Peñaloza, el San Martín austero y pobre que armó un ejército gigantesco desde la nada, la Evita revolucionaria que infructuosamente advirtió los peligros y quiso dar armas a su pueblo.
Las virtudes coagulan alrededor de un núcleo oscuro y poderoso: el del sacrificio y la disposición a la muerte. Sólo es posible matar bien, matar con justicia, si la aceptación a caer en la lucha acompaña las acciones. El coraje fue, en los Montoneros, otra de las virtudes teologales. Cristianos primitivos de la era del imperialismo, esos doce primeros jóvenes experimentaron la alegría del desafío. Lo único que se puede perder es la vida (las alternativas repiten esta alternativa de varios modos: patria y victoria o la muerte) y, si eso sucediera, como sucedió poco después del secuestro con varios de sus protagonistas, el nombre quedaría inscripto en la lista de los mártires.
La tradición rioplatense abundó, en el siglo XIX, en fórmulas donde la muerte se colocaba como única alternativa a la victoria o al nombre de la causa defendida, y donde se prometía muerte al enemigo. Artigas y los caudillos federales firmaron documentos y proclamas con el dístico binario en cualquiera de sus variaciones. El nombre mismo de Montoneros sale de esa tradición y tiene resonancias plebeyas y nacionales: la montonera es la formación gaucha original, una forma incomprensible para el militar de escuela europea, que sólo ve en ella el “montón”, el agrupamiento azaroso y desprolijo de jinetes y lanzas. El militar a la europea ignora la lógica que cohesiona el “montón” y que lo potencia, pero, a su pesar, conoció el resultado de su velocidad, de su aparente imprevisión, de su habilidad para cambiar de frente, retirarse y desaparecer. La montonera es la respuesta americana a las tácticas europeas de la guerra; antes que una formación militar es una formación cultural.

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