Domingo, 19 de enero de 2014 | Hoy
Por Guillermo Saccomanno
1 No conocí personalmente a Juan Gelman. Sin embargo, creo haberlo conocido porque lo leo desde los quince, dieciséis años, cuando descubría la calle y la literatura. Gelman formaba parte de mi programa de iniciación. Desde entonces me viene acompañando su poesía. Algunos amigos comunes se referían a él con esa mezcla de complicidad y admiración que provocaba tanto su obra como su compromiso político e historia trágica. Ahora, tras su muerte, prefiero encontrarlo en sus libros, lo mejor de él. Pero, ¿puede desprenderse una obra de una vida y sus contradicciones a cuestas?
2 A Gelman le gustaba poner las palabras en discusión. Le desconfiaba al lenguaje convencional. Y sin embargo, de ahí, del habla popular, parando la oreja, como recomendaba Viñas, extraía giros, retorcimientos, acoples, fórmulas nuevas de llamar lo mismo y, al llamarlo así, de otra forma, entonces lo mismo era otra cosa.
3 Pienso en poetas de los ’70 como una “sociedad de los poetas muertos”. Bustos, Santoro, Urondo, por citar unos pocos referentes poéticos comprometidos con las organizaciones armadas de los ’70. La poesía podía entenderse como “un arma cargada de futuro”, pero no alcanzaba para cambiar la realidad. Entonces era necesario, además del compromiso desde la escritura, pasar a la acción. Contextualizar, como pedía Viñas. Fines de los ’60, dictaduras, persecución y tortura. Me acuerdo: el primer cuento de Las malas costumbres, de Viñas, transcurre en una sesión de tortura. Frente a esta situación, la tortura, era evidente, la poesía no alcanzaba como vía de cambio. Entonces, la elección de las armas. La poesía de Gelman no es ajena a esta tensión. Ya desde sus comienzos, en Gotán, escribía bajo la influencia de la Revolución Cubana. “Abranse puertas de la historia que entra Fidel con el caballo”.
4 Busco un poema en el que conjeturo se puede encontrar una explicación a la pasión militante. Se llama “Bellezas”. “Octavio Paz Alberto Girri José Lezama Lima y demás obsedidos por la inmortalidad creyendo / que la vida como belleza es estática e imperfecto el movimiento o impuro / ¿han comenzado a los cincuenta de edad / a ser empujados por el terror de la muerte? (...) ¿por qué se afilian como viejos a la vejez? / ¿ por qué se pierden en detalles como la muerte personal?” Frente a esta crítica a dichos poetas, cabe una deducción: una poética de la juventud frente a la geriátrica del establishment. Un modelo: Roque Dalton, el poeta guerrillero salvadoreño. En los ’70, ser joven y ser revolucionario eran equivalentes. ¿Lo eran? Hace unos días, en un programa televisivo dedicado a Rodolfo Walsh, Lilia, su compañera, contaba que la conducción montonera era más joven que Walsh, Urondo y Gelman. Los jóvenes los respetaban, pero no tomaban en cuenta el diagnóstico de Walsh sobre la derrota de la guerrilla y su reclamo de pasar a una resistencia que debía guardar los fierros. Gelman también supo enfrentarse a la conducción montonera. Una diferencia generacional, me pregunto, ¿puede justificar los “errores” de la conducción política? ¿Acaso ser joven disculpa las “bajas”? Me pregunto: la juventud, ¿elude la noción de responsabilidad?
5 Gelman, como Borges, poseía una sensibilidad exquisita. Y un humor que le permitía resignificar todo el tiempo lecturas. Se ha dicho que Gelman supo disculparle a Borges su ceguera en respaldar la dictadura, disculpa que, con certeza, se cifra en el talento de Borges para jugar con la Biblioteca de Occidente y no sólo. En este sentido, mi Gelman personal es el de Los poemas de Sidney West, Los poemas de John Wendell y Los poemas de Yamanokuchi Ando. Los primeros corresponden a mediados de los ’60. Gelman le contó a Tomás Eloy Martínez en un reportaje publicado en este diario: “Me fui del Partido Comunista en 1964, y poco después publiqué Los poemas de Sidney West. Los Cuadernos de la Cultura se pusieron furiosos. ¿Cómo era posible que un poeta argentino hablara de Chicago y usara nombres sajones en vez de Pérez o González”. Es sabido, Sidney West pivotea sobre un remitente: La antología de Spoon River, de Edgar Lee Masters. Y en las composiciones de John Wendell asoman ecos de un John Donne reversionado. La misma crítica que el PC le hace a Gelman es la misma con la que la izquierda nacional pudo etiquetar Historia universal de la infamia. ¿Acaso “El asesino desinteresado Bill Harrigan”, ese cuento sobre Billy the Kid basado en una biografía de Walter Noble Burns, no puede ser leído como una ficción maleva? Como acápite a la obra de Sidney West, Gelman pone a otro supuesto poeta oriental: Po I-po: “La traducción, ¿es traición? / La poesía, ¿es traducción?”. La pregunta, que no lo es tanto, remite al Borges de “El escritor argentino y la tradición” (1932). No es a base de la diseminación de ombúes que lograremos una literatura de calidad. “Nuestro patrimonio es el universo: ensayar todos los temas (...). No podemos concretarnos a lo argentino para ser argentinos, porque o ser argentino es una fatalidad, y en su caso lo seremos de cualquier modo, o ser argentino es una mera afectación, una máscara”.
6 En estos días los obituarios de Gelman abundan en la alusión a su militancia. Al leerlos daría la impresión de que la militancia, su persecución indeclinable de la justicia, supera en importancia a su obra. Sin embargo, apostaría, es su escritura –las operaciones con la lengua, el desacartonamiento– lo subversivo en Gelman. Y que es ésta, la escritura, con la que convirtió el dolor en poesía, la que explica su potencial expresivo, lo que quedará. Es cierto, la vida explica muchas cosas. Pero no todas. Por ejemplo, la “magia fantasma niebla poesía”.
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