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Domingo, 28 de septiembre de 2003

Lo que sé

Por Robert De Niro

Me gusta cuando las entrevistas son cortas. ¿Terminamos?
Cuando era adolescente fui al Workshop del New School. Ahí había actores como Rod Steiger, Harry Belafonte y muchos otros de la generación anterior a la mía. Apenas entré, el director me preguntó: “¿Por qué quiere ser actor?”. Como no sabía qué contestar, no dije nada. Entonces él mismo se respondió: “Para expresarse”. Y yo dije: “Sí, sí, claro, para eso, para eso”.
Nos gustaba andar en patines. No en estos Rollerblades que usan ahora, sino en patines con rulemanes. Nos agarrábamos de la parte de atrás de un camión y andábamos así un par de cuadras hasta que el semáforo se ponía en rojo y el camión frenaba. Pero un día cambiaron la frecuencia de las luces y nació la onda verde. Sólo que nosotros no lo sabíamos. De un día para el otro podíamos andar veinte o treinta cuadras sin parar. Así fue como me encontré colgando de uno de estos camiones y, recién después de cuatro cuadras, me di cuenta de que el semáforo siguiente no se iba a poner en rojo. El chofer no sabe que estás ahí. No hay más opción que seguir agarrado hasta que frene. Hay cosas que hacemos y que con los años nos damos cuenta lo estúpidas que eran.
Algunas personas dicen: “Nueva York es un gran lugar para visitar, pero nunca viviría ahí”. Yo digo lo mismo de otros lugares.
No tenía ni idea de que años después tantas personas me iban a reconocer por la calle desde sus autos y me iban a gritar: “You talkin’ to me?”. No recuerdo el guión original pero creo que la frase no estaba. Improvisamos. Por algún motivo, tocó un nervio. A veces pasa.
Marty Scorsese te escucha. Está abierto a lo inesperado. Acepta las ideas, no les tiene miedo.
No existe no tener miedo.
El dinero hace la vida más fácil. Si uno tiene la suerte de tenerlo, tiene suerte.
Salí de una reunión justo después de que atentaran contra el World Trade Center. Volví a mi departamento, que mira hacia el sur, y vi todo desde la ventana. Podía ver el fuego atravesando la Torre Norte. Tenía binoculares y una cámara de video –aunque no quise grabar nada–. Vi saltar a algunas personas. Después vi cómo se desmoronó la Torre Sur. Era tan irreal que tuve que confirmarlo inmediatamente mirando el televisor. Tenía la CNN prendida. Esa era la única manera de volverlo real. Como dijo mi hijo: “Fue como estar viendo a la luna caer”.
Nunca me generó problemas sentirme rechazado, porque cuando uno entra a una audición, ya está rechazado. Hay cientos de otros actores ahí adentro. Uno casi no tiene chances cuando entra a un lugar así.
A esta altura de mi carrera no tengo que lidiar con que me rechacen en una audición. Así que me siento rechazado en otros lados. Mis hijos pueden hacerme sentir rechazado. Los hijos pueden volverte humilde muy rápido.
Es verdad: almorcé en una tumba durante toda la filmación de Bloody Mama. Cuando uno es más joven, siente que eso es lo que necesita hacer para no salirse del personaje. Cuando uno se pone más grande, gana confianza y no necesita ser tan intenso para lograr el mismo efecto. Hasta se puede conseguir más si no se concentra en el trabajo todo el tiempo, porque se está relajado. Esa es la clave de todo. Cuando uno está relajado y confiado, consigue algo bueno.
Lo más duro de la fama es que la gente siempre es agradable. Estoy en una reunión, empiezo a hablar y de repente todos están de acuerdo -incluso si digo pavadas o algo totalmente desquiciado–. Necesito alguien que me diga lo que no quiero escuchar.
Hacer películas es un trabajo pesado. El público no lo ve. Los críticos no lo ven. Pero es un trabajo pesado. Cuando estoy dirigiendo una gran escena dramática, una parte de mí dice: “Gracias a Dios que no tengo que actuarla”. Porque sé lo difícil que es actuar. Es el corazón de la noche. Es paralizante. Hay que levantarse y hacer esa escena. Hay que hacerla y llevarla hasta ese punto. Y sin embargo, como director, hay que llevar a los actores hasta ese punto. Es difícil de cualquier modo.
¿Cuál es la diferencia entre el sexo y el amor? Hmm. Esa es una buena pregunta. ¿Pero ustedes no entrevistaron a Al Pacino? ¿Y él qué contestó?
Cuando muere uno de los padres, es el fin. Siempre quise reconstruir la historia familiar con mi madre. Quería que hablara con unos investigadores que conocí, pero al principio ella estaba un poco reticente. Sé que al final habría aceptado. Y creo que mi padre también. Pero no insistí lo suficiente. No conseguí que sucediera. Y eso es algo de lo que me arrepiento. No conseguí toda la historia familiar que hubiera querido para dejarles a mis hijos.
A medida que uno se pone más grande, más se complican las cosas. Es casi terapéutico hacer cosas simples con los chicos.
Si no vas, nunca vas a saber.

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