Miércoles, 4 de febrero de 2009 | Hoy
CULTURA / ESPECTáCULOS › CON SILVIA, EL ROSARINO RICARDO GUIAMET SE ANIMA A UNA VOZ FEMENINA
La narración se centra en tres investigadores rosarinos, entre ellos Silvia, que viajan a Córdoba, donde el mausoleo de Miriam Stefford es la punta del iceberg para desplegar la fascinación por el escritor maldito Raúl Baron Biza.
Por Beatriz Vignoli
En su primera novela, Silvia: tálamos y túmulos (Rosario, Editorial Fundación Ross, 2008), el rosarino Ricardo Guiamet (n. 1959) vuelve a recorrer el mundo de su libro de cuentos Polinesia (2007), con el que obtuvo en 2006 el primer premio en la sección Cuento del concurso literario del Concejo Municipal de Rosario. Es un mundo urbano y en parte rural compuesto de lugares que son casi "no lugares" (calles, bares, hoteles, coches en la ruta, parajes desolados, estaciones terminales, baños públicos, departamentos minúsculos) y que están atravesados, más bien que habitados, por protagonistas reacios a la acción que se enfrentan sin cesar a lo mismo que el autor trabaja en su poesía: el horror de lo real puro. Como armas poseen un humor cínico y culto, que de poco les sirve ante la intemperie existencial, y una mirada educada por el cine: esta vertiente cinematográfica de la literatura de Guiamet está doblemente presente en Silvia. No sólo la usan los tres integrantes del trío protagónico de la primera parte para defenderse del miedo inventándose películas, sino que hacia el final la cámara parece encarnarse en la mirada del narrador, como lo demuestra una magistral secuencia de mirón y espiada que parece haber sido escrita plano por plano, más guión que narración.
Pocas páginas antes hay un pasaje donde la yuxtaposición de espejo retrovisor y parabrisas evoca el film noir; toda la situación (el remisero que le cuenta a su pasajera historias verdaderas de terror en medio de la noche, en plena ruta) parece salida de alguna película de Jim Jarmush o alguna road movie. Casi al comienzo, la vista que tiene la protagonista de sus dos compañeros de estudios junto al monolito de Miriam Stefford desde lo alto de una sierra es una perfecta toma aérea. Pero lo que va hilvanando todas estas viñetas casi aleatorias es la poderosa subjetividad de la protagonista. Porque Guiamet se le anima a una introspectiva tercera persona femenina, que es la "Silvia" del título.
Al comienzo, el relato hace foco alternativamente en Silvia, Alejandro y Matías, un trío de investigadores universitarios rosarinos en Historia que parten a las sierras de Córdoba menos para investigar que para escapar del tedio de la ciudad, y que metidos los tres en el auto de Alejandro conforman una suerte de familia provisoria. El tono ligero de bromas entre colegas es apenas una superficie por donde (como en los filmes de aventuras de exploradores que encuentran espantados un tesoro sublime y ancestral) emerge a través de esa punta de iceberg que es el mausoleo de Miriam Stefford toda una historia real que es casi una alegoría de la historia argentina: la del escritor maldito y millonario Raúl Barón Biza.
Nacido en Villa María (Provincia de Córdoba) en 1899, Barón Biza es más conocido por la novela de su hijo Jorge, El desierto y su semilla (1998) que por su propia obra, censurada por el gobierno conservador. Su matrimonio con la actriz, aviadora y dama de sociedad cosmopolita suiza Miriam Stefford terminó trágicamente al morir ella a los 26 años en un accidente aéreo junto con su instructor. La leyenda cuenta que en el faraónico mausoleo que le dedicó, que es bien real y que está emplazado cerca de Alta Gracia, el viudo hizo sepultar las joyas que le había regalado, entre ellas un enorme diamante del que se decía que atraía desgracias sobre sus poseedores. Consecuente con esta maldición, la tragedia continuó: la segunda familia que el escritor formó con la abogada y activista radical Clotilde Sabattini pereció íntegra por mano propia, padre incluido.
Guiamet (quien parece tan fascinado por el tema que cabe preguntarse cómo es que no le dedica la novela entera en vez de inventar una Blair Witch Project literaria con tres jóvenes rosarinos de clase media sin demasiada relevancia) lo encara desde un ángulo distinto, fresco. "Es que quedé obsesionado con él, se justificó Alejandro. Es la gran historia argentina, un delirante que refleja mejor que nadie, en forma aumentativa y caricaturesca, las peores miserias de la oligarquía pero no sólo de [ella], sino también del pensamiento ése supuestamente zurdito y revolucionario de los Lugones, Terreros o Pueyrredones, que pontifican acerca de alzamientos bolcheviques y maximalistas en las pampas pero que a la vez disfrutan de sus miles de hectáreas traducidas en viajes a Europa con la vaca atada. El es el gran mito que nadie ni siquiera se atreve a poner en palabras. Todos le temen, el Papa lo excomulga, sus libros los secuestra el gobierno de la Década Infame. A la vez apoya a Uriburu, como todos, pero después se alza en armas para restituir a Irigoyen, como todos también".
Junto al mauseoleo, Silvia pasa de objeto del deseo secreto de Alejandro a sujeto de cavilaciones filosóficas hasta que una llamada intempestiva a su celular la arroja en picada a su pasado. Sus compañeros también tienen el suyo: Alejandro, un matrimonio al que hizo naufragar en una tempestad de autodesprecio y celos; Matías pendula entre dos amantes de diversas edades, a cuál más enigmática. Pero el de Silvia, de quien poco se sabía hasta ese misterioso llamado, se ha hecho presente a través de aquello que venía rondándolos a los tres como el mal agüero de un melodrama histórico: la Muerte, con M mayúscula. La Muerte que, en la particular versión de la teoría psicoanalítica que parece subyacer como tesis en esta novela, es una sola con el sexo y el amor, que también son uno solo. Y todos los símbolos de la obra, ya desde el juego de palabras del subtítulo, surgen del inconsciente de la cultura como la prueba clínica lacaniana de ello.
Ricardo Guiamet es psicoanalista, además de docente y ensayista sobre cine. Como poeta, pertenece al núcleo central del neo objetivismo de los '80 y '90 junto con Oscar Taborda, Graciela Saccone, Daniel García Helder y Martín Prieto. Con ellos participó en antologías y en ciclos de lo que hoy se llaman performances. Bien se le puede perdonar a esta novela lo adolescente de sus influencias literarias, fijadas en algún lugar entre el peor Cortázar y el peor Borges (Rayuela y "Emma Zunz", respectivamente). Porque su psicología es certera y, al revés del peligro que suelen correr las primeras novelas, Silvia (tanto el libro como su heroína) termina por dar más de lo que promete. La aventura ligera se transforma en la versión en realismo sucio de un viaje iniciático al Hades a través del cual la protagonista alcanza una dimensión a la vez honda y épica. La edición, de la flamante colección "Adán sin Costilla" de la Editorial Fundación Ross, se luce con el diseño de Javier Armentano pero pide a gritos un buen corrector.
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