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Miércoles, 12 de agosto de 2009

CULTURA / ESPECTáCULOS › TACUARITA, DE ROCíO MUñOZ VERGARA, APORTA SU TOQUE DE VITALIDAD

Una voz celebratoria en la poesía

La poeta andaluza trazó una peripecia heroica desde Sevilla a Rosario, donde dirige la editorial Espiral Calipso y coordina un ciclo de lecturas. En sus textos, lo narra siempre en el sentido de una búsqueda de verdad personal.

 Por Beatriz Vignoli

La epopeya de una mitología personal, una épica lúdica en primera persona del singular: son breves definiciones que le cuadran al primer libro de Rocío Muñoz Vergara. Obra de una española andaluza oriunda de Sevilla, pero editado en Rosario, la poesía vigorosa del libro Tacuarita (2009, Espiral Calipso, Rosario) está imbuida de un espíritu lúdico, como lo demostró su autora con histrionismo genial en su presentación, hace exactamente un mes. Rocío Muñoz acaba de cumplir 26 años. La suya es una voz que canta, que asume lo específico estético de la poesía que es su capacidad de sonar como música. Es una voz celebratoria, capaz además de jugar inventándose otros tonos en poemas, como "La autopenita" o "Mente cata", que recuerdan los experimentos con el lenguaje de Jorge de la Vega o de Violeta Parra en los años sesenta. Es una voz (en todo sentido: el literario y el concretamente vocal) cuya voluntad de modernidad no encontraba lugar en la neoclásica España de estos tiempos. Y por eso (entre otros motivos) cruzó el mar.

Al relato del antes, durante y después de este periplo o peripecia heroica (realmente heroica, ya que un tumor congénito le dejó como secuela una discapacidad visual), Rocío lo ha ido narrando en poemas que exploran diversas formas pero cuyo sentido es siempre una verdad personal, formulada a la manera del mito. La lectura festiva que de ellos hizo en la presentación tuvo además mucho de ritual, porque, se sabe desde la Antigüedad, el mito cobra vida a través del rito, o de la liturgia, es decir: la celebración de la letra hecha cuerpo. Rocío debe su nombre de pila a una festividad popular, de origen medieval, donde la religión es apenas la excusa para la fiesta de los afectos. Súmesele a esto una vasta cultura literaria, adquirida desde la niñez a través de los libros que le leía su padre y sistematizada luego en sus estudios de Filología Hispánica en la Universidad de Sevilla. Tema de tesis: lo fantástico en la narrativa de Horacio Quiroga.

Muy lejos de cualquier escepticismo posmoderno, muy cerca del ideal vanguardista de la fusión entre arte y vida, la letra, en Tacuarita, es vida y encantamiento. "Palabra actante", escribe Patrica Rei en el prólogo. En la poesía de Rocío Muñoz, todo es nombre propio en tanto todo invoca al ser. No hay que ver en esto, sin embargo, ninguna oscura metafísica premoderna sino más bien un deseo de reconstrucción de algún vínculo necesario entre signo y sentido; deseo que sin embargo está atravesado por la crisis posmoderna del sentido. Es que nadie puede existir por fuera de su época, y escribir contra la veta de la posmodernidad en su vacío radical es una forma, si bien oblicua y antagónica, de reconocer ese vacío. Tales son sólo algunas de las tensiones y pasiones que dan su carnadura a una poesía cuyo campo de batalla es el presente, contra cuyos molinos Rocío arremete con las adargas que le da la literatura de todos los tiempos. Al fragor de esta lucha se fusionan (y en eso sí es posmodernista, mal que le pese) la cultura de masas con la alta cultura (hay alusiones a Los 101 dálmatas de Walt Disney, a la Odisea o a Frankenstein, de Mary Shelley) y mitos arcaicos. Esta rica combinación, tan contemporánea y ecléctica, tan de hacerse cargo de todos los símbolos creados por la humanidad, es similar a la que se puede encontrar en Jung o en las obras maestras del animé. Además, un ingrediente interesantísimo es el oído de la autora para pescar los modismos del habla rioplatense en general y rosarina en particular.

Los símbolos personales de Rocío Muñoz ilustran la tapa de su libro: la luna, las cartas, los colores rojo y negro, el mar. Algunos de estos símbolos se develan en el libro, que lleva varios epígrafes, entre ellos uno del mitólogo Joseph Campbell: "Los sueños son mitos privados. Los mitos son sueños públicos". América es la tierra prometida, en la mitología personal de Rocío Muñoz. América también es para ella el sonido de la lluvia ("Allá extrañé la lluvia de acá, la lluvia americana. Allá cae serena. Acá no: es una explosión"). América fueron primero los cuentos de Quiroga en la voz de su padre, después una ponencia sobre el mito de Dafne y Apolo con la que participó en un congreso de lenguas clásicas en la Universidad Nacional de Rosario en 2006, y por último su viaje de ida a Rosario, donde codirige con Mara Morosano la editorial Espiral Calipso y un ciclo de lecturas, además de conducir un taller literario.

Escribe en uno de sus poemas, "Mente Cata": "¿Por qué no puedo/ meterme la mano en la cabeza/ y sacarme la mente/ para que dé una vuelta y se despeje?/ ¿Por qué la mente no es de plastilina?/ ¡Qué bueno que estaría/ rodarla por el piso/ llenándola de pelos y de mugre/ aplastarla y hacerla pedacitos/ o amasarla y construir todas las cosas...!/ Mente juguete/ mente para jugar/ mente no sujeta a una cabeza/ mente descabezada/ que rueda que se rompe y se rehace/ mente que se derrite y se congela/ mente de plastilina/ descubridora/ mente mentira/ mente bola mente torta/ mente cisne dragón tortuga puente/ mente desatinada y multiforme/ ¿por qué no puedo regalarla/ o juntarla con otra/ o robarla o venderla o sacudírmela?".

En su ponencia, Apolo era el villano. Lo suyo es lo dionisíaco. O como dijo ella a Rosario/12 en una entrevista: "¡La parte del barroco que se retoma en el romanticismo que se retoma en el surrealismo! Esa es mi corriente de vida". Poetas que escucharon su presentación coinciden en que tanto Rocío Muñoz como su obra (suponiendo que pudiera separarse a una de otra) aportan al campo literario local una vitalidad, una autenticidad y un espíritu de celebración que desde hacía años se venía extrañando.

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A Rocío Muñoz Vergara, su padre le leía Horacio Quiroga. Fue su descubrimiento de América.
 
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