Lunes, 7 de junio de 2010 | Hoy
CULTURA / ESPECTáCULOS › CINE. STELLA, DE SYLVIE VERHEYDE, CON REMINISCENCIAS DE LOS CUATROCIENTOS GOLPES
Ambientada a finales de los 70, la película cuenta la historia de una chica que comienza el secundario, y es objeto de burlas. Su familia es poco convencional y ella aprenderá a construir sus puentes a la adultez a partir de la amistad.
Por Emilio A. Bellon
La relación de los niños y adolescentes con el mundo de los adultos, en lo que hace a sus frágiles vínculos, encuentra una larga tradición en el cine francés; continuada hoy en esta cinematografía y en la que caracteriza a los hermanos Dardenne, de origen belga. El film que se ha estrenado esta semana, que parte de los propios apuntes biográficos de su realizadora, Stella participa de la herencia y modos de ambas cinematografías y se conecta particularmente con aquel film emblemático de la Nouvelle Vague, de fines de los 50, Los cuatrocientos golpes, del siempre presente Francois Truffaut.
Como en el film de Truffaut, obra que saluda al cine de los neorrealistas en el nuevo espacio de las transformaciones del cine de aquellos años, el relato va incursionando tanto en el medio familiar como el escolar. Y como en este mismo film, sus protagonistas se permiten construir algo diferente al medio que no los comprende, a través de la visión de films y de la lectura. Así el puente que se da entre ambos films entre el personaje de Los cuatrocientos golpes, Antoine Doinel (que merecerá todo un capítulo Dickensiano) y el de Stella, esta preadolescente de once años, nos lleva a transitar el puente que reconoce el nombre de Balzac.
Stella se mueve entre dos mundos reglados por pautas y comportamientos que no llega a comprender, que no la reconocen desde sus propias inquietudes. A fines de los años 70 transcurre esta historia, páginas autobiográficas, que nos son narradas desde el propio punto de vista de la protagonista, con una cámara que siempre la acompaña, que describe a los demás, como lo señalan los films de Truffaut, sin juzgar conductas, evitando separar territorios respecto del bien y del mal.
La vemos a Stella ingresar a la escuela secundaria, en un medio en el que ella será progresivamente descalificada y en la que no encuentra más que autoritarismo y violencia por parte de sus docentes. Salvo en una profesora que le abrirá ventanas a sus soñadas perspectivas de vida. En el espacio de la escuela, en el que la mayor parte de los niños observan una vida marcada por mandatos y rutinas, Stella no es aceptada por sus pares. Pero sí se conectará con la hija de exiliados argentinos, de origen judío, con quien podrá remontar su propio vuelo.
Ante los films con Marlene Dietrich, que se transmiten en un aparato de televisión de pequeño formato, Stella anima sus propias fantasías desde el glamoroso blanco y negro, brindado por su mentor Josef Von Sternberg. Stella ve estos films en altas horas de la noche, en su propio ámbito doméstico, extensión de ese bar que define como hogar, frecuentado por una galería de personajes de particulares conductas; entre los cuales, ella, soñadora, sensible, se conectará con la soledad y melancolía de uno de ellos, Alain, rol que interpreta, en su participación última para el cine, el hijo de Gerard Depardieu, Guillaume, antes de morir.
Stella tiene en su habitación una suerte de altar de imágenes de Alain Delon: sueña con él, en esa etapa de la vida en la que se comienza a incursionar en otras emociones. Y sí, Stella se atreve ahí donde sus padres están marcando una imposibilidad, donde se frenan por sus propios temores, en donde ya han fijado sus límites.
Al ver Stella, en más de un pasaje, pensaba en La culpa es de Fidel, el film de Julie Gavras, la hija del director de tantos films críticos sobre aspectos tan polémicos de las sociedades de nuestro tiempo. Allí están los años 70, el punto de vista de una niña, las resonancias de los hechos latinoamericanos, las contradicciones que van surgiendo a diario, los diferentes modos de percepción de los otros. En Stella, igualmente, hay un contraste entre los modos de vida de la gran ciudad, París, y el espacio provinciano del norte, en donde Stella visita a su tía y abuela y en el que una amiga espera.
Porque es la Amistad, sí, con mayúscula, en su periplo, lo que realmente es destacado por la realizadora como el gran punto de apoyo en el que el relato permite que la propia protagonista vaya construyendo su identidad. En esta dirección, Miguel A. Coca, psicólogo, señala: "Creo que lo más relevante es ver cómo Stella tiene una percepción de una realidad muy profunda, a pesar de que la mayor parte de los adultos no lo comprende así".
La voz en off de la protagonista, que atraviesa y une los distintos puntos del relato, nos hace llegar sobre aquello que sí conoce: las reglas de juego, el juego en sí mismo, los pasatiempos y escaramuzas del mundo de los adultos. Pero igualmente las letras de las canciones de amor. Y en este sentido es más que significativo que en dos oportunidades se escucha, en versión integral, el tema tan exitoso de aquellos años 70, Ti amo, en la voz de Umberto Tozzi. Poco a poco, descubrirá el mundo de los libros y su ingreso a esta morada la llevará a sorprenderse con su revelación.
Su mirada, acuerda Alejandra Lille, "no excluye a los padres, aprende con su familia desde lo que su familia puede brindar, aún en su omisión. Su mirada rescata los afectos: en el bar, en la escuela. Su forma de escapar a la indiferencia de algunos es a partir de la construcción de un espacio de amistad. Desde la amistad misma proyectará su propio camino de aprendizaje".
Esta apreciación es compartida por Miguel A. Coca para quien "esa relación que se inicia con la hija de exiliados, Gladys, cuyo padre ha publicado una obra respecto de esa etapa de la vida, le permite a Stella descubrir otra forma de compartir".
Jean Cocteau, Honoré de Balzac, Marlene Dietrich y tantos otros. Alain Delon y Umberto Tozzi. Y una amistad que abre puertas, tal como el epílogo del film lo destaca, a través del juego, las confidencias, las travesuras y los secretos contados a media voz. Y nuevamente Truffaut.
Podemos pensar que Stella y Antoine Doinel, pese a diferencias de años, compartir el mismo banco del aula. O tal vez, ahora, la misma mesa de café.
Stella. 8 (ocho) puntos.
Francia Bélgica, 2008
Guión y dirección: Sylvie Verheyde
Fotografía: Nicolas Gaurin
Intérpretes: Lèora Barbara, Karole Rocher, Benjamin Biolay, Guillaume Depardieu, Melissa Rodrigues.
Duración: 105 minutos.
Sala de estreno: Del Siglo.
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