Lunes, 20 de marzo de 2006 | Hoy
CULTURA / ESPECTáCULOS › UNA NUEVA VERSION DE AQUELLAS INOLVIDABLES PANTERA ROSA
A partir del gran comediante que es Steve Martin, la nueva
"Pantera Rosa" termina siendo un digno entretenimiento. Evitando
comparaciones, potencia el recuerdo del inolvidable Peter Sellers.
Por Emilio Bellon
LA PANTERA ROSA 7 puntos
(The Pink Panther)
EEUU, 2006
Dirección: Shawn Levy
Guión: Len Blum, Michael Saltzman, Steve Martín
Fotografía: Jonathan Brown
Música: Christophe Beck
Montaje: George Folsey Jr., Brad Wilhite
Intérpretes: Steve Martin, Kevin Kline, Beyoncé Knowles, Jean Reno, Emily Mortimer, Henry Czerny
Fue en la última semana de mayo de 1964 cuando el cine Gran Grex presentaba aquel primer film de esa inmortal saga sacudida por un humor lunático, que tenía como protagonista principal al siempre camaleónico Peter Sellers, en un de los roles que ya ha pasado a formar parte de la memoria del siglo pasado. Por lo que podemos recordar, en aquella sala (que hoy los que tenemos cierta edad miramos con nostalgia y bronca) pudimos descubrir por primera vez aquel ya inmortal personaje animado que, desde su silencio, protagonizaba en la tradición de los grandes comediantes mil y una situaciones caracterizadas por una vena poética e insospechadas ocurrencias. Estábamos abriendo el álbum de tantas figuritas, series de dibujos animados y simultáneamente comenzábamos a tararear aquella melodía, con ciertas notas de suspense, que sigue identificando a cada uno de sus personajes.
A sala llena, durante varias semanas y meses en cartel, el primer film de la serie La Pantera Rosa pasaba a ubicar a Peter Sellers y en igual medida a Herbert Lom en los roles de Inspector Jacques Clousseau y el Inspector Dreyfus, en la pista de Tom y Jerry, el Gordo y el Flaco, Jerry Lewis y Dean Martin, La Zorra y el Cuervo, y el Coyote y el Correcaminos. Con algunos toques de estos personajes, ambos se lanzaban detrás de robos, homicidios, pistas falsas. Y siempre Clousseau, siempre él con su aire provinciano, su impermeable, su insignia, su hablar afectado, lograba finalmente burlar cepos y tretas, y con su encendida imaginación, pese a todo, nos sorprendía.
Fueron ocho los films de toda esta antológica serie, tres de ellos realizados después de la muerte de nuestro amado Peter. En estos días, luego de que Roberto Benigni interpretara en 1993 al hijo del mismísimo Inspector Clousseau, fruto de una noche de amor con aquella criada de la mansión Ballon, María Ganbrelli (en la historia del `64 lo actuaba la rubia danesa Elke Sommer), que en el último film de Blake Edwards (el padre de toda esta prole u herencia de sueños y risas) lo protagoniza una seductora y otoñal Claudia Cardinale.
Toda esta gran leyenda se escribió en pentagramas, graffitis, revistas de historietas y gozaba de una particular ambigüedad en los años del pop art y de las comunidades hippies. Por eso, cuando tomamos conocimiento hace año y medio de que algunos osados profesionales del cine querían revivir al inspector Clousseau y todo ese mundo de alocadas travesuras en nombre de la ley, sentimos (y era muy lógico ciertamente) una cierta atracción y más que algunos recelos. Revivir a Clousseau, ¿Quiénes se atreverían a tamaña osadía?
Pero si bien el director de este nuevo film, que está ganando la presencia de un más que masivo público, es alguien que no detenta en su haber títulos de la talla a lo Blake Edwards (ver en video La carrera del siglo y la siempre presente La fiesta inolvidable), lo cierto es que pese a todos los prejuicios y resistencias uno puede admirar como Steve Martin (60 años, veinte y pico más que los que tenía Sellers cuando aceptó este rol) construye su propio personaje desde los gestos y tics que diseñan toda una nueva fisonomía en el cine, en un entrecruzamiento de sus roles anteriores y lo que legó nuestro admirado Peter Sellers. También como él, Martín compuso numerosos roles, que lo ubican par a par con aquel otro (quien a su vez miraba a Alec Guinnes) en su arte del disfraz.
Ya desde el prólogo, desde el primer momento en que este inspector llegado a la ciudad -llamado por su jefe, el mismísimo Dreyfus- intenta estacionar, se instala en la sala la carcajada contínua, acción que llevará a que ese pequeño auto que conduce, que cabe en la palma de una mano, sea el actor de tanta catástrofe. En tal caso, y desde esta dirección, podemos decir que aquellos gags de los films de las series se ven hiperbólicamente; como ocurre con el tránsito que realiza fuera de su órbita un globo terráqueo. El nuevo film de Shanw Levy, resistido de antemano, no obstante lleva a ciertos momentos logrados de gran entretenimiento.
En Clousseau opera lo imprevisible; los objetos adquieren vida propia en su mano y realizan actos que no estaban previstos cuando lo construyeron. En la nueva versión, obviamente como era de esperar, está presente la actual tecnología: desde celulares hasta internet y son ellos dispositivos que permiten recordar cómo se vigilaba, espiando, y al mismo tiempo como se descubren objetos encubiertos. No podía estar ausente, teniendo en cuenta la edad del personaje, la tan promocionada pastilla azul del Viagra, cuyo destino y periplo atenta contra los mismos cimientos del Waldorf Astoria de Nueva York, ante una cita que recuerda aquellos finales amorosos interrumpidos por Cato.
El gran comediante Steve Martin, que allá en los inicios de su carrera compuso esa joya de la parodia del cine negro Cliente muerto no paga, reconstruida por montaje con casi veinte secuencias del film de género y que maravillara en el rol de aquel perverso dentista en la remake de La tiendita del horror, entre tantos otros hallazgos como L.A. Story, rinde tributo de manera muy humilde a su predecesor. En este desafío, que lo pudo haber llevado a su quiebre como actor, recuerda desde sus gestos y expresiones, desde su simpática torpeza, a quien siempre nos seguirá acompañando, el entrañable Peter Sellers.
Claro está, aquí el guión original no es de Blake Edwards (tampoco conocemos declaraciones sobre este nuevo film), pero las conductas de inocencia, travesura y villanía se siguen jugando entre él y su superior, Dreyfus, quien aspira siempre a la Orden de Mérito y a la Condecoración como Héroe Nacional, ya, en su rol decisivo en el segundo film Un disparo en la sombra.
Cercanos ya a los 60 años, Kevin Kline y Jean Reno son respectivamente Dreyfus y el ayudante del mismo Clousseau y, como la aparente femme fatale, ubicamos a la cantante negra Beyonce Knowels. Aquí también, cercano a su figura, hay un gran anillo, desmesurado, del color que tanto marca a los amigos del delito. Tras una muerte inicial -en pleno partido de fútbol- del poseedor del mismo, comienzan las indagaciones. Dreyfus, Clousseau y su asistente Ponton se subirán a una accidentada misión, que si bien tiene momentos no logrados, divierte. De igual manera, en algún momento y ante cierto equívoco, el relato gira hacia la comedia dramática y la humanidad del personaje emerge con sutil ternura.
Era todo un riesgo, más que un riesgo. Allí estaban Steve Martin y Kevin Kline al borde de un abismo. El haberse detenido antes de dar el penúltimo paso les hizo ver el horizonte de otra manera. Y en el film, particularmente ellos dos, obran con cierto pudor, indicándonos a cada instante que no debemos compararlos con sus maestros predecesores. Sino, antes que nada, descubrir un principio de composición que intente potenciar el recuerdo de aquellos.
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