Martes, 11 de abril de 2006 | Hoy
CULTURA / ESPECTáCULOS › "DE LAS SOMBRAS A LA LUZ" EN EL CEC DURANTE ABRIL
Artistas jóvenes con los ojos bien abiertos, como lo indica el afiche de la muestra, presentan propuestas que van del documental comprometido a la nostalgia de lo infantil.
Por Beatriz Vignoli
Cosas nuevas y extrañas verán los rosarinos este abril en las salas del CEC (bajada Sargento Cabral y el río). Y mucho de lo que vean tendrá a su vez que ver, como se narra a continuación, con cierto extraordinario apellido de raigambre irlandesa. Un libro de carne por Lisandro Aguilera, donde "cobijar la memoria de esas muertes", según el autor. Un Poncio Pilatos listo para llevar en procesión, del grupo Pobres Diablos, ostenta el sarcástico título de "patrono de la justicia argentina". Un damero formado por las caritas de los desaparecidos se superpone a la triple efigie de quienes ordenaron sus asesinatos, todo en blanco y negro, el color del pasado. Una rosa se desvanece (desaparece) en sucesivas "tomas" escultóricas logradas por Constanza Scelfo mediante algo que a simple vista parece la incrustación de varias rosas sucesivas en resina traslúcida; un libro de arte, carcomido a sacabocados, es presentado en una vitrina por Cristian Segura como prueba y alegoría del estado de la cultura nacional.
De las sombras a la luz, en su sección de artes plásticas, insiste en la denuncia de los crímenes impunes e imprescriptibles de la última dictadura. Fieles a la consigna convocante, que los sitúa como nacidos entre 1976 y 1983, muchos de los jóvenes artistas seleccionados se hacen cargo del destino histórico obligado de vengadores hamletianos al que los empujaron las leyes de amnistía. No todos, por supuesto, pero esa es la primera impresión que se tiene ante estas obras. La de que ellas expresan una decisión casi unánime de hacer justicia con las armas legítimas de un teatro de la metáfora. Así, en los ejemplos citados y en otros, una gama de saberes procedentes del diseño gráfico y otras zonas aledañas a la plástica (cine, historieta, murga o imaginería religiosa popular) se conjugan para afrontar el imposible desafío de ilustrar el horror.
"Otras siete cajas iguales a ésta guardo como a un tesoro, todas, recuperadas de un volquete que acumulaba escombros y desechos del desmantelamiento de la casa donde habían sido tomadas las fotografías, casi noventa años atrás", relata Silvestre Borgatello, autor del montaje fotográfico titulado "Plaques au gélatin bromure d'argent", rezaba en francés la gastada caja de cartón.
"Sergio Gasco nació en agosto de 1961", cuenta Diego Paruelo, quien retrató fotográficamente a un ex combatiente de Malvinas. "Su ubicación en el conflicto bélico fue al pie del Monte Longdon... Luego de la rendición de las tropas argentinas, fue trasladado como prisionero de guerra en el buque Canberra... Veinte años después, se encontró sin trabajo y con varias secuelas que le dejó la guerra. En abril de 2003 falleció a causa de una enfermedad terminal".
La historia en general, y el genocidio en particular, como tema, adoptan formas nuevas cuando la información elaborada no proviene de la propia memoria vivencial, sino de un legado de testimonios de segunda mano. Este acervo es enriquecido por la fe en que los datos obtenidos de la investigación periodística puedan expresarse mediante un lenguaje artístico alto y muy cuidado, como enseñan los maestros literarios de la non fiction: Truman Capote y Rodolfo Walsh. Lejos quedaron las siluetas grisadas, los barrotes y números, las alusiones crípticas, las cabezas encapuchadas, los cuerpos torturados y retorcidos. A mil años luz de toda aquella imaginería amordazada, la nueva generación aborda la figura del terror de Estado desde una mirada que privilegia lo verdadero por sobre lo verosímil. La suya es la lectura de los hechos que puede hacer un documentalista. Es una mirada que nació dotada de experiencia, y construye un relato donde la inocencia traicionada del "yo no sabía" ya no tiene lugar. Pero donde también se juega con esos documentos con una libertad que devalúa, diluye y borra peligrosamente el espesor contradictorio de sus capas de sentido más antiguas. Por ejemplo, a quienes hayan estado vivos ya en 1975 y contemplen el mencionado damero de víctimas sobreimpreso al friso de victimarios, les saltará a la vista la imagen imborrable de Ana María González, la célebre falsa amiga y luego asesina de la hija adolescente de Lambruschini. Aquí es una víctima más, pero la lectura original de aquella imagen (en puro blanco y negro de foto quemada, cual remera del Che) la inscribía en un folletín verité que hacía de ella el más puro ícono de la traición.
Otra zona para señalar, quizás la que más desarrollo pueda llegar a tener en los próximos años, es la de obras deliberadamente precarias y que remiten a los juegos y asombros de la niñez. Signan estas búsquedas la libertad en la elección de materiales, cierta sensación de obra instantánea, por así decirlo, y un espíritu infantil fuertemente marcado por el disparate y el absurdo. Aquí cabe hablar menos de pop o de dadaísmo que de "nonsense" al estilo de las canciones de María Elena Walsh o los cuentos de Lewis Carroll. Tal es el caso de El colectivo rojo, collage de la tucumana maría Belén Aguirre; el de Buscando a Kitty, de Maite Acosta, o el de la obra de Juliana García.
Lo informático adquiere protagonismo como método en los Diarios de Marnet del rosarino Pablo Jacobo. La información es el tema, y se presenta como la clave de un nuevo modo situacionista de concebir la belleza (además del horror), incluso en las obras que más celosamente preservan el ideal modernista de autonomía estética. En Fascination, pintura de un artista rosarino ya reconocido, Sebastián Pinciroli, recurren los ideogramas "tecno" de sus obras anteriores. Con gran solvencia técnica y buen gusto minimalista, Pinciroli delimita dos campos monocromos de una supuesta escritura enigmática lista para ser descifrada por alguna civilización futura. Se destaca también, en el rubro sígnico, el vigoroso planteo compositivo con que Aimé Pastorino imita los carteles callejeros en su monocopia Cartel 4.
En suma, una brisa de aire fresco que viene a renovar el panorama artístico local.
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