Domingo, 4 de junio de 2006 | Hoy
CULTURA / ESPECTáCULOS › UN CLASICO DIFERENTE, EL SANTAFESINO SILAS BASSA
Tiene una larga trayectoria en Europa, empieza a ser reconocido
como un pianista clásico de estirpe pero a él le interesa
continuar con la exploración que le de otra amplitud a su música.
Por Edgardo Pérez Castillo
Alejado del prototipo estético de un pianista clásico, el santafesino Silas Bassa mantiene un equilibrio entre su condición de destacado intérprete y la irreverencia propia de la juventud. Porque así como el músico combina su pantalón y corbata negros con un cinturón atestado de tachas, también traslada el cruce al terreno artístico, donde hace evidente su intención de intercambiar lenguajes como mecanismo para el acercamiento de públicos diversos. De paso por Rosario en el marco de la gira de conciertos que incluyó sus actuaciones en el Museo Castagnino y el Museo Fernández Blanco de Buenos Aires, el santafesino dialogó con Rosario/12, en una entrevista en la que delineó su innovadora concepción artística, ésa que sostiene desde su creciente carrera en Europa.
Todo comenzó rápidamente para Bassa, quien a los cuatro años descubrió en el piano familiar un divertimento temprano: "En ese juego también estaba la búsqueda concreta de música. Ahí fue cuando mi madre se sentó y empezó a enseñarme mis primeras melodías, mis primeras canciones, que fui repitiendo". Con esa base, entre los 8 y los 18 años se formó en el Profesorado del Liceo Municipal de Santa Fe, tomando a la concertista y pedagoga Marta Part como guía. En medio de ese proceso de aprendizaje, Silas atravesó por las razonables crisis de la adolescencia y fue entonces cuando el piano aparecía como un medio de canalización: "Buscaba por el piano una manera de evadirme de esas crisis. Por ejemplo, en un punto llegué a decirle a mi mamá que quería dejar el colegio y dedicarme sólo a la música. En el peor momento de crisis adolescente justamente quería dejar todo y quedarme con el piano, pero no lo hice y terminé mis estudios".
A partir de allí comenzó a viajar a Buenos Aires, donde después de un año se entrevistó con el maestro Aldo Antognazzi, quien luego de ver tocar al muchacho lo tomó como alumno, lo que motivó su radicación en la Capital Federal. Eran fines de los 90, y la estadía del santafesino en suelo porteño no duraría demasiado, sólo lo que le llevó obtener su título en el ciclo superior del Conservatorio Nacional López Buchardo y comenzar a desarrollar una vida social y de conciertos que le permitió hacerse de un nombre en el medio clásico, y de la mano de Bruno Gelber logró una beca que le permitió perfeccionarse en Europa.
"Cuando fui a Francia tenía un objetivo concreto: trabajar con Monique Deschaussées, una profesora que el destino me puso en el camino --narró--. Fue ella quien me motivó a radicarme, entonces decidí irme con el costo que fuera. El trabajo que hice con ella fue una síntesis de todo lo que había hecho hasta ese momento, a hacerlo consciente. Por ahí como empecé de chico, de manera muy espontánea y natural, no lo había hecho consciente, pero eso en algún momento tiene un límite. Las cosas que vienen espontáneamente pueden funcionar hasta un cierto punto. En ese momento estaba ahí, había terminado el Conservatorio, tenía mis títulos, y sentí como un vacío, como si dijera `sólo sé que no sé nada`. Sentía que había un límite, y esta profesora abrió todo ese mundo que yo creía cerrado, y entendí que en realidad el verdadero trabajo artístico y consciente con la música estaba por comenzar. Hice un replanteo, volví a hacerme preguntas. Fue un período difícil, porque todo lo que tenía adquirido en Argentina como músico, como pianista reconocido que ya tenía un nombre, allá no existía. Fue encontrarme sin mi fuerza mayor, sin el piano, porque estaba en medio de un planteo nuevo. Fue duro, pero ese trabajo me permitió restablecer la conexión con el piano desde otro lugar, fue lo que hoy me hace sentir mucho más fuerte y seguro en mi relación con el instrumento".
- ¿Entre esa seguridad aparece nuevamente la espontaneidad?
- Claro, finalmente la síntesis termina cuando luego de todo ese trabajo consciente y analizado de lo que había hecho, empecé a buscar mi esencia. Ese fue otro trabajo, el de reencontrarme con quién era antes, quién era ahora y quién podría ser a partir de esa mezcla.
Mientras tanto, la mixturación también se da en la búsqueda artística de Bassa, quien se confiesa adepto a las músicas populares del mundo entero. Con ese concepto, en París generó un proyecto con la cantante eslava Aldona Nowowiesjska: "Fue un intercambio entre lo que ella me aportaba a mí desde su mundo de la música popular y lo que yo aportaba desde lo clásico. Eso me interesaba mucho, me parece muy rico combinar distintos mundos".
- En la actualidad comienza a ser más aceptado el cruce de lenguajes.
- Sí, empieza a ser más generalizado, pero de todas formas sigo sintiendo que el mundo clásico es bastante cerrado y restringido a cierta especie de elite, cosa que no va con mi forma de pensar. Pienso más bien en abrir, cuando doy un concierto pienso en darle algo al público que trascienda al hecho de que sea o no clásico. En París hice esa experiencia de hacer una primer parte tocando Chopin, porque todo tenía que ver con Polonia. El público que había venido era más bien clásico, el que viene habitualmente a los conciertos que doy, y no el que iría a verla a Aldona a un boliche, un bar. Fue muy interesante ver cómo la gente reaccionaba en la segunda parte, cuando ella se incorporaba al concierto. Estaban más bien pasivos, observando, hasta que entraron en el espectáculo y después era todo una fiesta. Eso me pareció muy importante. Asimismo, estuve trabajando con una cantante de jazz, y en una parte yo tocaba unas piezas clásicas, y sentí cómo la gente escuchaba con un silencio que no es normal en un bar, apreciándolo con mucho respeto en un contexto que no es habitual.
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina | Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.