Domingo, 4 de junio de 2006 | Hoy
Por Luis Novaresio
Uno: Un stripper. No deja de ser una técnica, me dijiste. ¿El qué? El stripper, aseguraste. No entiendo. Símbolo, signo visible, hacerte ver de manera original en este mundo transido de simbologías que te aturden. Hacerte ver y escuchar.
Los que empezaron cortando las calles y las rutas, ¿se hicieron o no se hicieron ver? Piqueteros, consiguieron como nombre propio. Se escribe en castellano en medio de textos en inglés. New York Times, Le Figaró dicen piqueteros y lo ponen entre comillas. Como desaparecidos. Se escribe en nuestra lengua. Un piquetero es a una ruta, lo que un stripper a un geriátrico. Te miré. No me mires de esa forma, me dijiste, leyéndome el pensamiento. Eso es. No exagero. Imaginate a la jueza celebrando su cumpleaños en el palacete de Bulevar Oroño, torta con velitas, guirnaldas en los yesos y estucos y el disco pepé-pepé-pepé. Trencito de camaristas y empleados y un par de ravioles, pastillas de las romboidales, sobres de nylon con hierba fresca a modo de souvenir capturado en la calle, a la vista de todos. Y al final, el stripper. Podés dejarte el sombrero puesto, canta Joe, el chico se contonea aceitado e inflado en sus músculos con aire comprimido a anabólicos de farmacia y la foto necesaria. ¿Resultado? Tapa de los diarios, portada de los programas de televisión, voces estentóreas en declaraciones de la radio. Y el gobernador que se indigna, asquerosa, el público en llamas. Todos. Yo, tú, él, nosotros y vosotros discutimos, explicamos, nos involucramos. Y no. La jueza, pobre ilusa, se calza su armadura de convicciones y denuncia serena, toda vestida, que la complicidad de las autoridades permite que la ley se transgreda en forma de venta de falopa. Merca. Blanca. Frula. De todos los colores.
Tonta. Poco conocedora de las formas. Se hubiera alquilado un stripper, su señoría.
Dos: Hacerse ver. Y se hizo. Salsa, rock, mambo, tap. No me acuerdo más. Es que no lo creo. Gran tribuna a los gritos de los que bailan por un sueño televisable, no fuese a ser cosa que lo que se propone no sea pum para arriba. No critiques. Es popular. Es masivo, no popular. Que no es lo mismo.
¿Y entonces? Que sí, claro, que él se nota, se hace notorio. Bailarín rosarino que llega al olimpo de Marcelo, rubia la semidiosa que lo acompaña, y todo por un sueño. ¿Cuál? Escuela de aquí nomás que necesita de todo. Llamadas por teléfono en apoyo, nuevo modo inalámbrico de democracia semidirecta, pasa a la próxima ronda. Y a la que le sigue. El sueño se acaricia con los dedos, los chicos de la escuela pobre ya ven los vidrios, las estufas las paredes como la gente. Y Dios Marcelo, Dios minuto a minuto, dicen basta.
Marcelo Petrin se baja de su baile ensoñador del programa de Tinelli y vuelve a casa con su rubia, su probable contrato con Sofovich, pero sin ventanas ni calefactores.
La escuela se hizo ver. ¿Será que los funcionarios a los que les compete la cosa lo habrán visto? ¿O habrá que esperar a un próximo Fred Astaire nacido en la villa del monumento y la Virgen?
Tres: Es un escándalo. ¿Qué? No preguntes idioteces obvias. El uso del espacio público como si fuera propio, los recursos del estado, de todos, como si fueran el patio de tu casa. ¿El uso cómo? Vos, ¿sos o te hacés? Las dos cosas. Soy y me hago. Soy curioso y me hago el más curioso. La duda, la curiosidad, la desconfianza es la base de alguna posible creencia. Cínico. Propio de los filósofos del cinismo, me dijiste. A mucha honra, te dije.
¿El escándalo es el qué o es el cómo? Detesto el juego dialéctico o los chistes que terminan diciendo, si decís esto no pasa nada. Pero si decís aquello, pueden pasar dos cosas. No juego, me dijiste. ¿Qué escandalizó del geriátrico cumpleañero? La apropiación de un sitio público dedicado a los desvalidos por el paso del tiempo para que sea escenario de una chacota privada de su directora y sus empleados. En el trabajo, se trabaja. En tu casa, pitos y matracas. ¿Seguro? ¿Y qué si no? Que si la fiesta eran sandwichitos tapados con repasador húmedo, palitos, papas fritas y chizitos, un par de vasos de tinto, ananá fizz y fresita, ¿pasaba algo? ¿Hubiera habido discusión ético deontológico sobre los deberes del servidor público a la hora de su deber? No entiendo la pregunta. ¡No pasaba nada! Y ahora no seas vos quien se hace. El botón que eyectó a la Directora locuaz, sincericida, ausente de todo talento para demostrar que tiene alguno, fue un slip de cuero negro metido hasta el apellido de un pibe que ofrece placer con piernas abiertas y sonrisas por cien pesos. ¿Vos querés decir que el escándalo del geriátrico no hubiera sido de haberse celebrado un cumpleaños pelado, naif, sin stripper? Quiero. ¿Vos pretendés que todos se rasgan las vestiduras, desde el ejecutivo de la invencible provincia hasta la señora de al lado de tu casa, porque osaron meter a un parodiador de la excitación y nada más que por él? Pretendo.
No pretendo justificar semejante torpeza o semejante exceso de convicción de impunidad. Porque, en todo caso, es lo mismo. Imperdonable. Sólo quiero que pienses que el stripper que bailó en febrero según dice la denuncia de junio, fue quien hizo estallar a la Gachi, como le dicen todos, antes que ninguna otra cosa. ¿O hubo escándalo por si hace frío, por si faltan medicamentos que deberían comprarse con el haber de los abuelos, por si los proveedores del instituto se concursan y están en regla?
Si una yunta de bueyes solía tirar menos que un par de filamentos cilíndricos, sutiles, de naturaleza córnea que nacen de lo poros de la piel, hoy, se ve, no pueden tampoco con una anatomía innecesariamente brillosa que promete éxtasis, pero todo sin tocar. Los pelos, los hombres de alquiler siguen pariendo el prejuicio del sexo ajeno, del que no te animás, del que envidiás, del que te hubiera gustado saber.
Me parecés idiota. Parezco. Y soy.
Cuatro: Formas y fondos. Parecer antes que ser. Importa si se respeta la forma de decir que hay brutal impunidad prohijada por el estado a la hora de aplicar una ley que reprime la venta de drogas antes que mirar si el fondo de ese comercio monumental existe y beneficia a unos pocos. LA forma de decir. No decir que en esta ciudad (¿en este planeta?) la droga ganó la batalla. Hay que tener cuidado con un desnudista que atrapa con su corbata a la jefa de enfermeras y no ver si allí hay seres humanos tratados como tales o pagamos con nuestros impuestos un depósito de mayores que rumian un pasado mejor y un futuro helado. Formas por una zona roja. Fondo que nadie sabe quién mató a Sandra Cabrera. Forma con estadísticas que suma dos y dos son cuatro. Fondo de maestros suplentes que suplen desde hace años, años, años, la ineficiencia del estado. Formas que dicen que los animales no pueden ser ofrecidos en los circos. Fondo que dice que los animales no pueden ser ofrecidos en los circos. ¿No hay diferencia? Sí, tontito. En la realidad con anteojos del poder, se ve la diferencia. UN comisario que dice que un pibe no duerme en la calle de su jurisdicción y le da mate con galletas. Un funcionario que explica que los programas de articulación transversal llegan hasta el submundo de la desesperanza estructural. Lo dice. Lo dice. Forma. Fondo.
Ver la diferencia. De eso se trata. Ser aunque no parecer. O parecer, porque se es. Ver la diferencia. Una semana rara. ¿No?
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