Martes, 18 de agosto de 2015 | Hoy
CULTURA / ESPECTáCULOS › PLASTICA. DUENDERO, EXPOSICIóN INDIVIDUAL DE DIEGO DE ADúRIZ
El artista bonaerense no dialoga explícitamente con tendencias canónicas. En sus piezas más logradas consigue recobrar para el arte contemporáneo el poder mágico del signo y el trazo. Lo más sólido de su obra es el dibujo.
Por Beatriz Vignoli
Ciertas imágenes recurrentes en la obra gráfica de Diego de Adúriz (Buenos Aires, 1977) provienen de toda una heterotopía de símbolos místicos: los siete colores del arco iris, los nombres de las 7 notas musicales, el número 7 repetido; pirámides, templos, soles, cruces, alas de ángeles, personajes con los brazos en alto (los orantes de la iconología de algunos pueblos originarios), a la que suma símbolos personales: gatos, ojos que se multiplican unidos por los párpados. El viernes, de Adúriz vino a Rosario a inaugurar una exposición individual de dibujos, Duendero, que puede visitarse en el espacio Richieri (Richieri 452) de martes a viernes de 16 a 19.
A diferencia de mucho del arte contemporáneo que suele verse desde hace 15 años en los museos rosarinos, Diego de Adúriz no es un artista que dialogue explícitamente con tendencias canónicas. Su estética y procedimientos se nutren de fuentes pop como la ciencia ficción para chicos (desde La guerra de las galaxias hasta los videojuegos, pasando por ese realismo mágico socialmente aceptado que es el animé japonés) o vienen a alterar los modales de las redes virtuales; por ejemplo, mostrándose feo en Facebook. Más cool kitsch, imposible, de Adúriz ha incursionado en los más diversos formatos: moda, vestuarios para bandas de rock, máscaras, collage digital, acciones en vivo, capturas de pantalla y autoedición de poesía.
Pero lo más sólido de su obra es el dibujo. Y allí no es nada minimalista: su línea, tan proliferante como concisa, inventa seres sobre la marcha. Duendero, su serie de dibujos de duendes, se funda en la inquietante sospecha sobre el lenguaje como dador de ser que la modernidad no cesa de tratar de reprimir: dibujar un duende es hacerlo existir. Después hay que vivir con él, hacerle lugar. La línea opera aquí como pulsión invocante. Lo que se invoca es algo que aún no está del todo pero podría advenir: aquí, ser es ser dibujado. Las obras provienen de un rincón de su taller al que de Adúriz llama su "cubil".
Cabe advertir que la magia no siempre funciona y el peligro del estereotipo infantilista acecha (y acomete) a la vuelta del crayon. Pero el color se exalta y gana por amor. Le preceden vanguardistas como Xul Solar, neovanguardistas como Jean Basquiat (elementos de cuyas iconografías cita en sus obras) o, más acá nomás, la también polifacética Fernanda Laguna. O Guillermo Iuso, quien también incluye extensamente el texto manuscrito en sus dibujos. O todo el art brut, raw art u outsider art, el arte de los no reconocidos como artistas. Ecos del ensayo estético esotérico De lo espiritual en el arte, de Kandinsky, como también cierta mitología moderna materialista sobre el origen rupestre del dibujo como cacería mágica (véase Arnold Hauser), alientan sin conflictos en esta renovada fe en el poder del trazo.
Miembro tardío de aquella extraña refinería creativa que fue la galería Belleza y Felicidad hasta mediados de la década pasada, de Adúriz siguió exponiendo por la veta de sus sucesivos avatares (Appetite, Sapo y actualmente, Mite) y en las grandes ferias de arte. Pertenece a una generación afortunada, la de los artistas que no necesitan pelear obra tras obra su cualidad de tales porque ya no hay una ortodoxia estética que acatar so pena de caer en la herejía de la no artisticidad. El mundo del arte actual se parece al mundo actual en general: se entra o no, de una vez y para siempre. Y una vez adentro, la libertad estética es tan amplia que nada se pierde al comportarse (en la obra, vale aclarar) como si uno estuviera afuera. Mejor así.
Famoso por sus acrobáticas performances (hubo una en Londres, en 2008), de Adúriz es uno de los pocos que pueden jactarse de haber realizado una obra en colaboración con un animal. Uno de los doce dibujos al pastel que expone en Richieri parece quemado, o roto en un exceso de apasionamiento gráfico o simple furia. La historia detrás de las heridas del papel es todavía más interesante: su autora fue una perra llamada Santa. Encontrarse con el dibujo parcialmente destruido (se lo ocultaron al principio, cuenta) lo llevó a replantearse la destrucción como realización, a pura técnica de literal garra y diente. Rehizo entonces el dibujo sumando figuras animales y pequeñas deidades iracundas. Una de ellas lleva el texto "Perra Santa" y funciona como firma de su imprevista socia. Detalle biográfico: la intervención canina coincidió con un problema de salud transitorio del autor humano. Esto permitiría quizás interpretar el dibujo vulnerado como huella de la propia vulnerabilidad, aunque este modo antropocéntrico de mirar la obra huele, apesta más bien, a crítica al viejo estilo. Una lectura más del siglo XXI es admitir lo casual como un encuentro, en la vena del reactualizado concepto de sincronicidad.
En sus piezas más logradas, de Adúriz consigue recobrar para el arte contemporáneo el poder mágico del signo y el trazo. Al igual que otros internautas inquietos de hoy, encontró información sobre magia esotérica moderna y urbana, a la que algunos de sus practicantes llaman magick (con k) o magia del caos. De allí toma algunos iconos particulares (el ocho en zig zag, el pentáculo) pero más que nada una idea general del diseño como una configuración de trazos fuertemente reales y capaces, por la elegancia geométrica de su composición, de grabarse en el subconsciente del espectador.
Una vez más, como cuando Antonin Artaud descubrió el teatro balinés (encuentro cuyos efectos Artaud desarrolla en su ensayo El teatro y su doble), la magia vino a enseñarle al arte una lección a menudo olvidada: la de que una línea en un dibujo no opera eficientemente como soporte de significación en algún código simbólico sin funcionar a la vez eficazmente como condensación de goce en lo real. De ahí la insistencia, la superposición, el barroquismo del palimpsesto por el cual un ojo triple puede ser a la vez un triángulo (más allá del arte sacro católico) o un paisaje traslucirse en el rostro de un animal. Los mejores dibujos de DDA (como gusta firmar) son aquellos donde sentido y significación del pictograma se hacen uno, aunados en la convicción (¿genuina o teatral?) del artista de estar abriendo con su dibujo un "portal" a mundos legendarios. Diego de Adúriz participó en la Beca Kuitca y colaboró con Roberto Jacoby en Darkroom 3. Más sobre su obra en http://www.boladenieve.org.ar/en/artista/106/deadurizdiego.
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina | Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.