Jueves, 24 de septiembre de 2015 | Hoy
CULTURA / ESPECTáCULOS › CINE. LA MUJER DE LOS PERROS, DE VERóNICA LLINáS Y LAURA CITARELLA
La ambigüedad es el lugar donde mejor descansa la película que tiene, también, a Llinás como protagonista. Un lugar casi onírico pero cercano, que araña su metafísica mientras dibuja un nolugar que puede estar escondido aquí nomás.
Por Leandro Arteaga
La mujer de los perros: 8 puntos
(Idem. Argentina, 2015)
Dirección: Laura Citarella, Verónica Llinás.
Guión: Verónica y Mariano Llinás.
Fotografía: Soledad Rodríguez.
Música: Juana Molina.
Montaje: Ignacio Masllorens.
Reparto: Verónica Llinás, Juliana Muras, Germán de Silva.
Duración: 98 minutos.
Decir "la mujer de los perros" puede equivaler a apodo desdeñoso o religioso, según se mire. Como bisagra entre uno y otro, aparece esta película. Que sea consecuencia de una motivación personal de la actriz (Verónica Llinás) en consonancia con la poética de una cineasta (Laura Citarella, directora de Ostende), repercute más. ¿Cuánto habrán hablado y discutido para encontrar el tono justo entre una y otra mirada?
Las dos, en suma, directoras de esta puesta en escena de desocultamiento gradual, que va de planos cerrados hacia la busca de un aire mayor. En el camino, quien se descubre es su protagonista y el entorno. Situada en un lugar no muy preciso del conurbano bonaerense, circula la historia de esta mujer. Podría ser cierta, o tal vez sólo consecuencia de lo que algunos han dicho de ella. Porque apenas hay rasgos que la definan o aprehendan. Entre ellos y de común acuerdo, sobresale la compañía de muchos perros.
Hay que atender a la reacción de quienes le rodean. Sus desprecios, los consejos, el desdén. Hay, eso sí, una amiga que parece de otra vida. También alguien con quien consolar los deseos del cuerpo. Pero también, por qué no, podrían pensarse tales situaciones como apariciones que a estos otros solitarios la alucinación les envía. Así, la "mujer de los perros" se yergue inmaculada.
De todos modos, también hay mucho de raigambre certera como para dudar de su existencia. Como si fuera una luz mala que ahuyentar, las piedras la corren pero ella también responde, y hiere. Con la misma arma con la que se procura la comida. En comunión intensa con su mundo natural y marginal. Lo suficientemente rápida como para desaparecer, allí cuando todo indica una presencia reciente: el robo de la fruta, las piedras de la gomera, el hospital, los perros.
La ambigüedad es el lugar donde mejor descansa la película de LlinásCitarella. Un lugar casi onírico pero cercano, que araña su metafísica mientras dibuja un nolugar que puede estar escondido por acá nomás. ¿Qué ha sido de esta mujer? ¿Alguien la recuerda? Si cayera muerta, ¿quién la reclamaría? Mientras tanto, un ciclo de estaciones, que van del frío al calor, se suceden mientras claman, de manera natural, su correspondencia con la misma circularidad femenina, vital.
Hay muerte porque hay vida. Con las dos convive esta mujer de perros, que no habla porque, como el cine, la palabra no es su esencia. ¿Qué es lo que la hace caminar, hacia dónde? La cámara la sigue y con ella convive. Husmea, come, no ríe.
El espectador queda pegado a ella, a su piel de sudor acalorado o afiebrado. La lluvia, la noche y las mañanas nacen y se apagan, y por allí clama con sus pasos sin ruido esta figura huidiza, surgida de la combustión nada espontánea que significa la dupla LlinásCitarella.
Tal vez esta mujer sin nombre, de apodo cariñoso o desdeñoso, tenga rasgos de ellas. Seguramente tenga también los de otros más cercanos, con toque de preferencia en todo espectador.
Salvaje, por momentos bella, a veces inconmovible, casi una fiera, esta mujer de los perros es un interrogante que se construye desde su misterio. Que la cámara nos la muestre siempre, sin dudarla, hace de la experiencia un acto de fe. ¿Cómo no creer?
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