Lunes, 4 de septiembre de 2006 | Hoy
CULTURA / ESPECTáCULOS › EL REGRESO DE ALEJANDRO DORIA CON UNA HISTORIA DE SOLIDARIDAD
"Las Manos" es la historia de un paradigma de solidaridad y entrega. Un regreso más que alentador en la filmografía de Doria.
Por Emilio Bellón
LAS MANOS (Argentina Italia España, 2006) 8 puntos
Dirección: Alejandro Doria
Guión:Juan Bautista Stagnaro y Alejandro Doria
Fotografía: Guillermo Behnisch
Música: J. Jusid
Intérpretes: Jorge Marrale, Graciela Borges, Duilio Marzio, Belén Blanco, Carlos Portaluppi, Horacio Peña.
Duración: 120 minutos
Salas de estreno: El Cairo, Showcase, Village
El recorte que eligen representar, desde el guión, Alejandro Doria y Juan Bautista Stagnaro sobre la vida del padre Mario Pantaleo nos lleva a visualizar de entrada, ya desde la primera secuencia, a una mujer de mediana edad llamada Perla, que un día llega a una gran casona. Su entrada está planteada desde las rejas de un ascensor que ella, inmediatamente, subirá para arribar al lugar donde un grupo de personajes humildes esperan con devoción el momento en el que el sacerdote acerque sus manos, ore, frente a ellos.
Pero el film de Alejandro Doria -retirado desde hace más de una década del cine- elige a este hombre, nacido en Pistoia en julio de 1915 (que llegó primeramente a nuestro país en la década del `20, junto a su familia) no sólo para dar cuenta de un itinerario de fe y de curación, sino de caracterizar las conductas dogmáticas, los intereses manipuladores que algunos sectores de la institución eclesiástica manifiestan. Conocida ya es la trayectoria de su realizador, quien logró en los años de la dictadura ofrecer una trágica metáfora sobre el encierro y la opresión en La Isla y Los miedos, junto a su habitual colaboradora la guionista Aída Bortnik.
De esta manera, Doria y ahora Stagnaro nos llevan a retratar los últimos años de la vida de este hombre, discípulo del Padre Pío. Ordenado a los 20 años sacerdote con inmediata labor en la iglesia San Pedro de Casilda y en el Hospital Provincial de esta ciudad, con pase posterior a la localidad Rufino para ejercer su ministerio, luego, en Gonzalo Catán, provincia de Buenos Aires.
Narrar otros aspectos de la biografía del padre Mario nos llevaría a quedarnos en un plano exclusivamente informativo, privando inclusive al lector la posibilidad de admirar aquella secuencia del film, en la que ya, de regreso a su ciudad natal, se conmueve en el espacio que había sido su hogar familiar. Y es allí donde a través de un relato surcado y atravesado por el asma y la espera, escuchamos de boca de quien ahora lo interpreta un sublime Jorge Marrale retazos de una vida desgarrada. Allí, frente a los ojos de su amiga, la señora Perla, con su cuerpo vencido ofrecerá uno de los grandes momentos en la historia del cine argentino, para quien firma esta nota.
Caracterizado por un hombre que milita en la fe primitiva cristiana, con un discurso que abre los brazos sin excepciones (será monseñor Alessandri quien le recuerde que "la Iglesia no es democrática"), el personaje del Padre Mario es un paradigma de solidaridad y de entrega, frente al dolor ajeno. Conductas que, por otra parte, se deben enfrentar a las mezquindades y prejuicios de un mundo que desea controlarlo y poseerlo todo. Y es por ello, que, creo, que frente a un mundo globalizado y que nos lleva a una continua despersonalización la elección de Alejandro Doria, se convierte en la necesaria presencia de otro "darse cuenta".
Una forma de vida que permite que otras voces puedan ser escuchadas como las de sus enfermos, como la de los que piden por los otros. Una conducta que no se piensa en término de réditos económicos, como algún lector ya estará tentado de asociar con otros nombres. Una humildad que los lleva a él y a la señora Perla, y al joven padre Javier (que parece desear ocultar parte de un pasado y disimular un conformismo presente) a vivir en un limitado espacio de un vagón de ferrocarril.
La idea de filmar esta historia surgió de una invitación que le hiciera Graciela Borges a Alejandro Doria, al mantener ella una reunión de trabajo con productores españoles. Esa idea, tomó forma de varios guiones, y su director define a Las manos en términos no ya de una gran película sino de "un film hecho con mucho amor, buenas intenciones y mucho respeto". En relación con la actriz, podemos señalar que, contra lo que podemos pensar, la Borges está siempre en ese segundo plano, siguiendo atentamente con su mirada y sus silenciosas acciones a ese hombre que admira y venera, por haberle permitido plantearse un giro en su vida. La actriz, ya madura, ya constante en su tesón profesional, no oculta en este film sus arrugas.
Relato de espontánea bonhomía, Las manos se narra igualmente desde una banda sonora que nos abre sensaciones sobre los espacios del intimismo y de lo auténtico. Film que se caracteriza por un gran despojo, historias de vida que deben confrontar con una tiránica ley que pretende alejar a nuestro protagonista de su obra. Pero en torno a ello, y al mismo tiempo desde los imperativos de los otros, el film deja emerger un humor sobre lo cotidiano que le otorgan una sorprendente verosimilitud.
Deseoso de conocer, el padre Mario llegó a cursar y diplomarse en la carrera de psicología (algo que parecería contradictorio con la fuerza severa de la doctrina). Pero él funcionó como una excepción, como un hombre orientado desde su deseo de conocer y su acción de curar, adquiere no sólo la faceta de lo milagroso sino también de una concepción que nos lleva a diferenciar un modo de pensamiento distinto, el de Oriente, respecto del nuestro.
En su biografía, leemos que su primera misa fue oficiada en 1944 en el pueblito de Mutera en el sur de Italia. En ese mismo espacio, donde en esos años, estuvo confinado el escritor Carlo Levi por su oposición al fascismo. Médico y escritor, Levi ayudará a los enfermos frente un control del poder del alcalde que intentará alejarlo de su tarea; tal como lo plantea Francesco Rosi en su film Cristo se detuvo en Eboli, film que sólo pudimos conocer a mediados de los años `80, tras diez años de prohibición. Tanto el Padre Mario Pantaleo como Carlo Levi pensaron su profesión desde el dolor ajeno.
Tal vez a partir de este film, el nombre de Jorge Marrale pueda ser más considerado en nuestra pantalla. Basta recordar su participación en Ay Juancito de Héctor Olivera, El faro de Eduardo Mignona, Los amores de Kafka de Beda Docampo para poder tener presente su estatura actoral. Igualmente la Borges renuncia a su condición de diva, como lo ha subrayado en tantos films y junto a ellos, en el rol de aquel monseñor empurpurado, Duilio Marzio, quien había actuado con la actriz en el film de Raúl de la Torre del `85 Pobre Mariposa, historia que transcurría cuando el triunfo del peronismo en 1945 en un clima de violentas consignas antisemitas. En un espacio árido, alejado de los grandes centros, la obra del Padre Mario Pantaleo, fallecido en 1992, aún continúa. Y en el film en relación con su concepción de vida, las palabras de San Agustín, filósofo del siglo V (antes de Freud), leídas en Confesiones permiten ampliar un territorio que otros intentan cercar.
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