Lunes, 4 de septiembre de 2006 | Hoy
Por Sonia Catela
y los fogones mostraron a la noche cordobesa el monte convertido en mostrador de carnicería y muerte, más de mil cadáveres del enemigo, la cuarta parte de su fuerza, viéndome en la necesidad de tolerar que mis hombres encendieran ese fuego para el que, los arbustos espinosos que abundan en la provincia, proveyeron combustible suficiente; había que calentarse, matear si quedaba yerba, dormir un par de horas, tan exhaustos y hambrientos nos habían dejado los tres días de combates en el río Tercero, pero vencedores (alzá ramitas, buscá las más chicas y sin espinas, las ponés debajo de la leña y agregando papel se logran unas buenas llamas ¿trajiste los fósforos?, a que te olvidaste los fósforos, apilalas en el asador ¿cómo se llama este arroyo? los cordobeses le ponen nombre a cualquier chorrito, pero qué poca agua trae, por eso estamos solos, a quién le pedimos fósforos ahora que te los olvidaste nomás, lo sabía, con vos no se puede contar).
Yo argentino ellos argentinos nos metimos bala cuando, dando principio a la operación acordada, me moví en dirección a las fuerzas de mi adversario, del vado de Anisacate al salto en el río Tercero, y sabiendo en carne propia que los lugareños no favorecen mi causa y avanza su sedición en mi contra, reprimí el vandalismo con una escaramuza afortunada: la partida de Balmaceda junto a alguna milicia del Río Cuarto se volvió y pudo, rápidamente, matarles unos hombres a ellos argentinos yo argentino, rápidamente, unos diez, doce, quince hombres matarlos en el Salto, degollar la rebelión,
(Río Tercero se llama este arroyo, sí, río este cauce casi seco, te recomendé que ante todo pusieras los fósforos, ahora vas a tener que ir al pueblo y el asado se demorará hasta las tres de la tarde y los chicos llorarán de hambre, te lo dije, poné los fósforos primero que nada, fósforos, sal, carne, por lo demás uno se arregla, chicos, ayuden a juntar ramitas)
y me moví a Soconcho, dejando la capital de Córdoba desguarnecida y sitiada por la insurrección que me aflige, ocupada por la infantería de ese caudillo singular, y jugándome el resto amago a uno y otro flanco del adversario, obligándolo a retroceder, arremolinándose ellos alrededor de su general, el que, a vista de cualquiera, atraviesa con su lanza a cuantos quieren salvar sus vidas apelando a la fuga, ellos él argentino yo, muertes que mejoran la moral de mis hombres a lo largo de esta lucha muda, que se desarrolla sin disparos, sin gritos y en el más penetrante silencio, por más de dos horas que nos alejan una legua del inicio de la batalla donde los fogones alumbran un campo de muerte y carnicería, mil cadáveres enemigos, en el Salto del Río Tercero, la cuarta parte de su fuerza, metiendo bala, aniquilado el enemigo, argentinos yo ellos
(¿y ahora, en qué te demorás? ¿querés que los pibes se sigan llenando con pan? qué porquería alzaste, una bala oxidada, pero tirala y seguí con el asado, no lleves más basuras a casa, disfrutá del lindo día, del lugar serrano pura naturaleza, chicos, no jueguen con carbones encendidos, hay mucha sequía; Hernando, retalos, un paisaje sedante, ¿eso será peperina?)
el enemigo arrollado en el Salto del Río Tercero aunque todavía su general se atrinchere en la capital cordobesa; Tejedor y Correa, mis voluntarios para llevarle el fulminante ultimátum, me son devueltos en parihuelas, baleados en su honroso argentino desempeño, para el golpe final sólo resta el refuerzo del escuadrón de Ojo de Agua pero lo ralea la deserción de ciento veinte hombres de mi compañía, y aporta sólo treinta por "miedo a los capiangas del general Quiroga" tal el candor con que el comandante Isleño me explica la defección que contradiré con un movimiento de estrangulamiento cercando a mi contrario, acosándolo y a hostigamientos consumaré los más de mil cadáveres en este campo de carnicería y muerte que ha de ser alumbrado por los fogones que no tengo más remedio que tolerar por el hambre de mis tropas, exhaustas, a punto de sucumbir por frío luego de tres días de combates en el río Tercero, Córdoba, yo argentino ellos, mil cadáveres, su derrota
(¿de qué será esta bala? mirá qué forma, enchapada en bronce, para mí de cazadores no, más bien parece militar, pero qué van a hacer por aquí los militares en esta soledad, en esta tierra virgen, una bala vieja y oxidada, y ahí, esa otra; no es que le busque explicación a todo, tampoco ando imaginando cosas, qué podría imaginar en esta desolación espinosa, en esta tierra chica, estéril, pobre, ¿imaginar qué? una bala, punto. ¿Que qué hago? qué carajos voy a hacer, fuego, o no me pediste que hiciera fuego, que alumbrara el silencio del frío que te cala los huesos y te deja exhausto, hambriento, como si hiciera tres días que anduvieras batallando en estos alrededores el río Tercero, en este arroyo de mala muerte, como si pudiera albergar mil muertos y quedarse tan mudo, como si pudiera pasar algo por el estilo en un lugar donde uno viene a trincarse un tinto, un asado de vaca y echarse unos eructos, dame esa tira de costilla, querés, que ya son las tres de la tarde y los pibes me tienen los forros llenos con la cantilena de que se mueren de hambre en este cauce polvoriento que lleva nombre de río como si acaso le corriera alguna agua por su tripa seca, algo de agua por sus venas mezquinas, vacías).
(Un enfrentamiento entre José María Paz y Facundo Quiroga se desarrolló, con el costo y movimientos descriptos, en los lugares cordobeses que se señalan)
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