Lunes, 4 de septiembre de 2006 | Hoy
OPINIóN › 7 DIAS EN LA CIUDAD
La única forma de zanjar las diferencias en la disputa entre la provincia y la municipalidad de Rosario alrededor de los fondos coparticipables, es que ambas partes cedan posiciones. Las necesidades de la gente no entienden de jurisdicciones y egoísmos, aunque en un año electoral como el 2007, difícilmente los políticos admitan estas simplezas.
Por Leo Ricciardino
La disputa por la coparticipación que la semana pasada enfrentó al intendente Miguel Lifschitz con la vicegobernadora María Eugenia Bielsa y el ministro de Hacienda provincial, Walter Agosto, está lejos de haber llegado a su fin. Es más, el mismo titular del ministerio santafesino ya hizo un anticipo de lo que vendrá en 2007: "No sabemos aún cómo se distribuirán los fondos coparticipables para el año próximo, pero sí sabemos que presentaremos el presupuesto en tiempo y forma", dijo Agosto a este diario el fin de semana, adelantando que los reclamos de Rosario no tendrán incidencia directa en la decisiones que se tomen en la materia.
Ahora bien, ¿alguna de las partes en disputa tiene enteramente la razón?. No, y ese es el problema. Rosario ejerce un reclamo legítimo, sobre todo, en materia de salud. La famosa Ley Pascutto distribuye fondos para los hospitales en toda la provincia, con excepción exclusiva para los hospitales municipales de esta ciudad y eso es una injusticia por dónde se lo mire, sobre todo teniendo en cuenta que estos centros de salud atienden mucho más allá de los límites urbanos.
Pero también es cierto que la Municipalidad, desde las épocas de Héctor Cavallero, ha elegido mantener una autonomía en el área que le ha significado fuertes dividendos políticos. Es así que cuando se toma la decisión de destinar fondos a la Salud Pública cercanos al 50 por ciento del presupuesto, era secretario de Salud Hermes Binner. He ahí una de las razones de su crecimiento político imparable. Rosario no se ha negado a recibir la ayuda de la Provincia, pero tampoco está dispuesta a conceder lo que la provincia pide a cambio.
Y lo que la provincia pide a cambio lo ha puesto con claridad esta semana la vicegobernadora. "Que Rosario admita públicamente que ya no puede sostener a sus hospitales, nosotros vamos a hacer todo lo que esté a nuestro alcance para acercar esa ayuda", dijo María Eugenia Bielsa exponiendo claramente la lucha de vanidades.
Es decir, la mayor disposición de fondos para la atención de la Salud o para coparticipar en favor de Rosario, dependen de que desde aquí se deponga la actitud política que se ha seguido por años. No es plata, es capricho político y eso, es inaceptable. Lo mismo que ha sucedido desde la municipalidad, que se traduciría en "girame el dinero pero no hagas política con eso". O, "ayudame, porque realmente lo necesito, pero que nadie se entere". Sería algo realmente gracioso si no hubiera en el medio de esta disputa centenares de miles de personas esperando más obras, mejores servicios, y una atención aún más aceitada de la salud.
Rosario ha llegado francamente al límite y es hora de admitirlo. No tiene que ver con la manera en que se administran los recursos, sino con que esos recursos son finitos y la ciudad no para de crecer en demanda de infraestructura y servicios. Esta es ya una ciudad Estado le pese a quien le pese, es lo que la realidad marca. Cómo se financia una ciudad así que no es capital de provincia, es una incógnita que tendrán que develar los que tienen responsabilidad de gobierno en el Palacio de los Leones y también en la Casa Gris que, a juzgar porque lo se mostró hasta ahora, nadie está dispuesto a ceder nada para hallar un punto intermedio.
La ciudad tiene reclamos legítimos pero a veces se parte de una ecuación falsa. Rosario no puede recibir en base a lo que tributa, así no funciona el Estado, porque si no las pequeñas poblaciones morirían de inanición. El Estado parte de un reparto solidario en todos sus niveles, de una ley de compensaciones de las asimetrías.
La única salida posible para esta disputa como en la mayoría de las discusiones es que ambas partes resignen algo. La provincia debe comprender que cada acción que emprenda en Rosario será políticamente compartida en sus resultados con la municipalidad. Y viceversa, la municipalidad deberá entender que sin la necesidad de arrastrarse hasta la capital provincial, tiene que exponer claramente su necesidad de financiamiento extra, admitiendo que los resultados de esas inversiones serán compartidos con el poder político instalado en la Casa Gris. Pero esto, en todo caso, difícilmente pase en un año electoral como el que se avecina.
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