Domingo, 30 de octubre de 2005 | Hoy
"Una (Siempre fuimos tan vulnerables)" es otra muestra acabada de
la obra de Jorge Dunster, un minucioso científico a la hora de
hacer teatro, y se constituye en una metáfora acerca de la vejez.
Por Julio Cejas
En el marco de la XXI Fiesta Provincial del Teatro, organizada por el Instituto Nacional del Teatro (INT) y la Secretaría de Cultura de la provincia de Santa Fe, se presenta esta noche a las 21.30 en el Cultural de Abajo (Entre Ríos y San Lorenzo) la obra de Jorge Dunster Una (Siempre fuimos tan vulnerables). Producto de la decantación de aquella original Bordeaux (Los nudos del Dr. Duboise) estrenada en el 2001, donde este director lograba uno de los productos más acabados de su producción, Una se gesta en el marco del III Congreso de la Lengua Española. Allí, a pedido de los organizadores, el director de Catástrofe I y II, Diamante y Sueño de una noche de verano, retrabaja su material privilegiando el tema del lenguaje.
Es interesante destacar el proceso de trabajo de este minucioso científico del teatro local, alguien que llega desde otras vertientes, como las matemáticas y la música, y termina fundando la Dramadicea, algo así como la herramienta con la que compone sus propuestas dramáticas. Esta historia de las hermanas Amanda y Miranda Gierbrich tiene sus antecedentes en el antológico film ¿Qué pasó con Baby Jean? que tuvo como protagonistas a Joan Crawfort y Bette Davis.
Si en Bordeaux esta historia estaba mucho más desarrollada y el itinerario de repeticiones basadas en la estrategia de nudos matemáticos impregnaba el mundo desolador de las Gierbrich, en Una la síntesis es demoledora y predispone a mayores interpretaciones. Pero el secreto de la metodología de Dunster siempre recaló en la cuidadosa elección de su equipo actoral, casi un condimento excluyente a la hora de decodificar los enigmas que plantea su método.
Tanto en Una como en su versión anterior, se hace difícil separar la responsabilidad del director-autor, el equipo técnico y la capacidad de dos actores de la talla de Horacio Sansivero y Sergio Escobar. Estos reconocidos transformistas que crearon esa dupla irreverente de Mariquena del Prado y Mimí Nervios, se cargan la difícil tarea de animar a dos esperpénticas figuras que se mueven al compás de los sonidos de una noche de Epifanía.
No hace falta ser un entendido en matemáticas ni un conocedor de las últimas tendencias experimentales en el teatro para disfrutar de un juego que tiene mucho más teatralidad que ciertas obras consagradas. Vista desde otro lugar, la historia de estas dos mujeres encadenadas a una convivencia fatal mientras el tiempo transcurre desdibujándolas inexorablemente, es una metáfora acerca de la vejez.
Rosario tiene la posibilidad de mostrar al resto del país que también es capaz de generar una forma de pensar el teatro que en principio nada le debe a los grandes popes de las llamadas "nuevas tendencias teatrales". Cuando todavía los nombres de Spregelburd, Tantanian, Daulte y Veronese, por citar algunos de esos encumbrados creadores porteños, no circulaban en los corrillos teatrales vernáculos, la poética de Jorge Dunster ya se estaba elaborando en matemático silencio.
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