Lunes, 5 de marzo de 2007 | Hoy
CULTURA / ESPECTáCULOS › CURIOSA BUSQUEDA CULTURAL POR ESTADOS UNIDOS
Por Leandro Arteaga
Borat
EE.UU., 2006
Dirección: Larry Charles.
Guión: Sacha Baron Cohen, Anthony Hines, Peter Baynham, Dan Mazer.
Fotografía: Luke Geissbuhler, Anthony Hardwick.
Montaje: Craig Alpert, Peter Teschner, James Thomas.
Música: Erran Baron Cohen.
Intérpretes: Sacha Baron Cohen, Ken Davitian, Luenell, Pamela Anderson, Bob Barr, Mariam Behar, Spirea Ciorobea.
Duración: 84 minutos.
Salas: Monumental, Del Siglo, Showcase, Village.
Puntos: 6 (seis)
Los minutos iniciales son decisivos. Si uno los acepta, bienvenidos entonces a la gira de búsqueda cultural que, por suelo norteamericano, el periodista Borat lleva a cabo para el desarrollo y bienestar de su Kazakhstan. Internados en el periplo, y habiendo aceptado la caza del judío como deporte nacional, puede uno entonces participar de los delirios posteriores.
Ahora bien. Las locuras sucesivas tendrán su sustento en el país de la democracia vencedora. Y los barbarismos fluirán desde las declaraciones y reacciones de sus ciudadanos. Que sean capturados o no desde el artificio de la cámara oculta, no es lo que más importa. (Habrá que pensar qué es lo que ha ocurrido para que el espectador hogareño ya no necesite cuestionarse si lo que ve en la televisión es cierto o no). Lo que interesa es lo que del uso de este recurso se desprende. Y lo que surge es una radiografía que delata odios ya no tan ocultos, comportamientos agresivos, y autismo ciudadano.
En esos momentos es cuando Borat desprende ironía y causa la mayor mezcla de humor y horror. Pero no hay límites. O por lo menos no están muy claros. La grosería, ya sabemos, es ingrediente cotidiano de la televisión. Sacha Baron Cohen proviene de allí, y con su Borat hace un uso desbordante. Por momentos desde una mirada inteligente. En otros, desde la ausencia de cualquier freno. Con un descaro explícito.
Tal vez sea esto lo que provoque una sensación de desconcierto. Si la burla es burla general, estamos de acuerdo. Pero querámoslo o no, lo que finalmente aparece es cierto pastiche procedimental desde el que se destila tanto ocurrencia como, y de un modo adrede, mal gusto.
En ese hiato, entonces, uno se pregunta. Y lo que nos queda es un discurso entremezclado de recursos televisivos, bromas escatológicas, y conservadurismo norteamericano -reconozcamos- desenmascarado. La risa asoma. Otras veces no la encontramos o no sabemos dónde buscarla. Tal vez, lo mejor sea ver el film como un gran chiste, lleno de una sinceridad cruel.
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