Sábado, 28 de julio de 2007 | Hoy
CULTURA / ESPECTáCULOS › ENTREVISTA AL CRITICO MUSICAL SERGIO PUJOL
A partir de haber dictado un curso acerca de "Rock y Pensamiento" en Rosario, dieron como resultado el nuevo Opus del reconocido periodista.
Por Paul Citraro
Desde la programación de los Talleres de Pensamiento, siempre bajo el pulso de la Facultad Libre de Rosario, Sergio Pujol editó Las ideas del rock (Homo Sapiens), una producción que eleva el techo de la génesis del pensamiento acerca de la supuesta música inculta, y que tendrá su presentación en la ciudad en el mes de agosto. Rosario/12 y el autor intentaron hablar acerca de ello.
-El libro tiene cierta apreciación más valorativa a partir del discurso sonoro que el rock se apropia a partir de los 60.
-Ahí está el meollo, sin duda. Pero no por una cuestión nostálgica, sino porque en ese momento se produce la gran ruptura. Creo que Elvis y el viejo y buen rock and roll preparan el terreno, pero no protagonizan una revolución cultural. Fijate que, salvo excepciones bizarras, no hay muchas referencias directas a Elvis en la escena de hoy. En cambio, cuesta escribir sobre Coldplay sin citar a McCartney.
-Por momentos, en la etapa de los Beatniks, adquieren una mirada tan existencialista que ¡Sartre o Camus reclamarían sus ideas como derecho de autor!
-Tienen todo el derecho a reclamar. Quizá más Camus que Sartre.
-En el trato de teórico que recibe el rock en su primer época, y la más visitada, ¿hay como una puerta abierta al cortejo y la ambigüedad que tiene en relación al jazz?
-Reconozco que puede haber cierta deformación profesional. Hace unos años, en un curso de análisis y estilo musicales que doy en La Plata un alumno me indicó, no sin algo de razón, que yo había analizado el rock/pop de los 80 poniendo el acento más en Sting y su acercamiento al jazz que en los Smith, por caso. Bueno, eso habla de la amplitud del rock como género. Y quizá también de mis limitaciones como crítico.
-Usted le da un trato preponderante a Los Beatles.
-No debe haber, en la historia cultural de la segunda mitad del siglo XX, un hecho tan consensuado como el de la importancia artística de Los Beatles. De cualquier manera, esta vez no me detuve en el impacto sociocultural del grupo; eso lo hice, parcialmente, en mi libro La década rebelde. Preferí en cambio analizar las innovaciones que trajeron al sistema de creación y producción de canciones. Por ejemplo, la noción de autoría y composición cambia radicalmente a partir de los 60. Salvo algunas cancionísticas muy precisas, como la de los cantautores franceses tipo Brassens o la escena folklórica americana, no existe una música popular previa a los Beatles en la que autor, compositor y ejecutante sean una misma entidad creadora.
-Por otra parte aparecen artistas como Dylan en esto de la trasnmisión de la oralidad y ruptura.
-Ciertamente. Pero el Dylan más interesante, en mi opinión, no es el primero (el más "oral", como decís) sino aquel que electrifica el escenario de Newport en el 65. Y ahí Dylan se hace rockero, cambia de "identidad". O mejor dicho: elige ser del rock. Y obviamente, los Beatles eligen ser dylanianos. Es un fenómeno de sinergía artística muy interesante.
-¿Cómo se ve hoy al rock, con respecto a la identidad original que tenía?
-Hay elementos de continuidad. Esa idea tan curiosa de la autenticidad en un contexto básicamente "inauténtico" como es el de nuestra sociedad contemporánea marca una continuidad. La autenticidad en el rock tiene que ver con la soberanía sobre las canciones; hay en ese punto una cuestión moral y política.
-¿Considera que el rock actualmente está perdiendo terreno en esto de liberar acción a quienes comandan el negocio?
-Si pensamos al rock en una escala temporal amplia -digamos, cuarenta y pico de años, por lo menos-, debemos concluir que el "negocio" es un aspecto intrínseco a la cultura rock. Es cierto que hay, siempre hubo, una escena under, pero yo la entiendo más como un sub20 de la música que como una realidad autónoma, como puede haber sido la de las vanguardias artísticas de otros tiempos. Lo que sucede es que el rock ha perdido capacidad de choque fuera de su mundo. Y al ser socialmente inofensivo, da la impresión de estar más manejado que antes por la industria.
-En Argentina hay una cuestión estética que tiene que ver con la apropiación de clases. ¿Acaso estamos hablando de un remanente político y social?
-Más que un remanente, yo diría que asistimos a una suerte de proletarización de ciertas expresiones culturales que antes eran de exclusivo dominio de la clase media. La brecha social de la Argentina de las últimas décadas se reproduce al interior del rock.
-Parece ser que este solapado ejercicio implícito de andar dando cuentas al público, al sistema, a la tradición, ha diversificado los caminos y el concepto de lo que se entiende por rock.
-Nunca fue fácil definir al rock, pero la fragmentación actual, con un sistema de citas muy complejo y sutil, hace aún más ardua la tarea. Por eso me parece más interesante focalizar ciertos núcleos "temáticos" y expresivos de la música joven a través del tiempo que dar una definición cerrada de algo que, claramente, aún continúa.
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