Sábado, 28 de julio de 2007 | Hoy
Por Gary Vila Ortiz
Querido Fernando:
Sigo con los fragmentos de la interminable carta de don Nicanor. Su Continental 340 debe estar exhausta de tanto teclear. Y es muy bueno que mi viejo amigo escriba: eso lo distrae de no pocas tristezas y de algunos achaques. Espero que esta semana finalmente podamos encontrarnos. Escuchar jazz como música de fondo de nuestras conversaciones telefónicas no es para nada desagradable pero en realidad prefiero que nos veamos y escuchemos el mismo disco en el mismo lugar. Además, necesito que me ayudes a buscar unas fotos de Borges que guardamos juntos hace un tiempo y no recuerdo en qué caja las pusimos. Un abrazo. Gary.
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"Ando leyendo las novelas de José Pablo Feinmann. El prólogo de 'El mandato' tiene un aire borgeano, pero la melodía es tocada a la manera de Feinmann, y me pareció espléndido el prólogo, espléndida la melodía. Poco a poco surgen aquellos que ignoro si de manera consciente o inconsciente demuestran hasta qué punto Borges influye, a la larga, en la escritura de otros. Argentinos, digo, porque en los extranjeros ya ha influido bastante."
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"Leo en una revista mexicana de fines de 1973 unos brevísimos relatos de Julio Cortázar ('Cortísimo metraje') y de Borges ('El cien cabezas' y 'El aplanador'), y no puedo recordar en qué libros están incluidos. No parecen apócrifos y no tengo a mano 'El libro de los 3577 apócrifos' para comprobarlo. Aún cuando en ese volumen no se encuentren todos."
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"Quien esté interesado en el problema del mal y sea creyente debería recordar, o al menos eso ocurre conmigo, lo que decía Maritain, filósofo admirable que supo decir un rotundo NO a todo aquello que traicionaba la esencia del cristianismo. Maritain comentaba un libro que trataba el problema del mal diciendo que ante todo hay que comenzar teniendo en cuenta la inocencia de Dios. Somos nosotros y nuestra libertad los que podemos hacer el mal y lo seguimos haciendo sin respiro alguno. Podríamos suponer, por nuestra parte, que Satanás también es inocente. El único culpable es el hombre, libre de asesinar de la manera que se le ocurra. En nombre de alguna de las tres religiones monoteístas, en nombre de la nada, en nombre del estado, a través de siniestras perfecciones, en algunos países se practica la pena de muerte. Al respecto, y no como el comienzo de una argumentación, me gustaría recordar la historia de la Torre de Babel, que se encuentra en el Génesis. Quienes intentaron esa construcción fueron los descendientes de Noé. Usted, como yo, es un discreto lector de la Biblia y tiene varias versiones, así que sabe de qué se trata. Una primera versión. 'En aquel tiempo todo el mundo hablaba el mismo idioma. (...) Pero el Señor bajó a ver la ciudad y la torre que los hombres estaban construyendo y pensó: Ellos son un solo pueblo y hablan un solo idioma; por eso han comenzado este trabajo y ahora por nada del mundo van a dejar de hacerlo. Es mejor que bajemos a confundir su idioma para que no se entiendan entre ellos. (...) En ese lugar el Señor confundió el idioma de todos los habitantes de la tierra y los dispersó por el mundo. Por eso la ciudad se llamó Babel'. Otra versión. 'Yavé bajó para ver la ciudad y la torre que los hombres estaban levantando y dijo: Veo que todos forman un solo pueblo y tienen una misma lengua. Si esto va adelante, nada les impedirá desde ahora que consigan todo lo que se propongan. Pues bien, bajemos y confundamos ahí mismo su lengua, de modo que no se entiendan los unos a los otros. Y una tercera. 'Era entonces la tierra de una misma lengua y unas mismas palabras. (...) Y dijo Jehová: He aquí un pueblo que es uno y todos estos tienen su lenguaje y han comenzado a obrar, y nada les retraerá ahora de lo que han planeado hacer. (...) Ahora, pues, descendamos y confundamos sus lenguas, para que ninguno entienda el habla de su compañero'.
En la versión francesa, Dios es nombrado como El Eterno y en la inglesa es The Lord. El libro 11 del Génesis es el que contiene la narración de la construcción de la Torre de Babel. Fue a orillas del Éufrates y en nuestros tiempos se identifica a las ruinas de la torre con las de un monumento de la antigua Borsipa, en BirsNimrud."
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"Si no está cansado seguiré un poco con la Biblia, con mis malas lecturas de ese libro formidable. (Y ahora un comentario de Mister Wingren, quien mira por sobre mi hombro mientras le escribo esta carta me obliga a este paréntesis que tanto disfrutará nuestro común amigo Fernando. Dice Wingren, sin dejar de revolver los estantes de mi biblioteca, que seguramente ya lo he cansado con tanta religión y sospecho que aunque no me lo diga, interesado en una novela policial ambientada en la Edad Media, considera que yo no soy un hombre religioso, un poco porque no me conoce tanto como él cree y otro poco por su moral calvinista, heredada de su padre así como ese rígido y algo estrafalario sentido de la justicia y una tremebunda terquedad para sostener sus ideas, por lo cual me abstengo de iniciar una discusión que no nos llevará a ninguna parte y corrijo mi frase y escribo otra pero sin borrar la anterior y él sonríe y se me ocurre que haría muy buenas migas con Fernando porque tienen más cosas en común de lo que parece pero voy a decírselo después de impedir que tome prestados sin permiso un par de discos y otros tantos libros. Interrumpo, entonces, esta digresión dedicada con cariño a Fernando por el acaso mezquino interés en preservar intacto mi patrimonio cultural, por llamarlo de alguna manera). Ahora continúo, modificando la frase del principio para no perturbar a Mister Wingren. Aunque usted esté cansado, mi viejo amigo Gary, seguiré un poco con la Biblia, con mis malas lecturas de ese libro formidable. Usted sabe bien que me eduqué en un colegio católico. En los tiempos lejanos de mi educación estaba vedado leer la Biblia. También el libro de Maeterlinck sobre las abejas, dicho sea de paso, y por cierto Gide y Lisandro de la Torre. Yo los leía en casa, claro, pero después le contaba al Hermano Carlos, que era un magnífico profesor de lenguaje y de biología. Además, daba muestras de una gran tolerancia. Alguna vez hablamos con él de los días de la creación. En el quinto día Dios creó los grandes monstruos del mar y todos los animales que el agua produce y todas las aves. Fue en el sexto día de la creación que aparecieron los animales de la tierra, ya los domésticos, ya los salvajes, y también los que se arrastran por el suelo. En el texto hay discrepancias entre el escrito en griego y el escrito en hebreo. El séptimo día Dios lo declara sagrado, pues descansó de su trabajo de creación y además creó al hombre. En la edición revisada de la Biblia Latinoamericana (1995), Dios crea al hombre en el sexto día. Ese mismo día crea a la mujer. Pienso que una cosa es si nos creó antes de descansar y otra muy distinta si lo hizo en su día de descanso. En la mencionada Biblia, la mujer no surge de la costilla de Adán. Dice: 'A imagen de Dios los creó / Macho y Hembra los creó'. Por otra parte, en todas las versiones que he tenido la ocasión de consultar, el hacer al hombre a su imagen y semejanza se encuentra en el versículo 26 del Génesis. Pero es en el versículo 27 donde se habla de su creación. Dios no conoce la soledad. Uno de sus atributos es el no conocerla. Dios comprende la soledad del hombre y le ofrece una compañera. Pero es después del séptimo día que Dios determina que el hombre será libre y sabe que, siéndolo, querrá saber todo sobre el bien y el mal. Cosa que como usted ya sabe, todavía no hemos comprendido".
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"Estoy escuchando las viejas grabaciones de Ellington (después de todo no tan viejas). La ausencia de ciertas cosas se hace visible sin montaje alguno, simplemente se precipitan, sin poder detenerme en ninguna de ellas. Y quisiera recordar esa cara, esos ojos, esa mirada, ese lento hablar en la noche, esa música, aquel viento y aquella lluvia. Pero todo pasa con gran rapidez. No hay solución alguna. Si pudiera, ¿pero para qué? Me gustaría decirle a algunos pocos, no a muchos, ¿cómo pudiste actuar de esa manera? Pero creo que no habría razones valederas. Nada que justifique eso. Quiero decir, la pregunta. Lo que hicieron es algo sobre lo cual cada uno sabrá por qué lo hizo. Por mi parte, me invade otra vez ese cansancio de andar diciendo ese adiós que no quiere decirse. Que incluso a veces no se dice pero ese adiós existe. Es como un precio que algunos siempre pagan. Como el precio de amar. Como el de sentir ternura. Como el de explorar el sonido de esa música o ese gusto tan particular del ajo, la cebolla y el huevo. Hay un precio. Hay que estar dispuesto a pagarlo. Sin remedio. Quiero decir, para ser lo que uno es, sin saber si lo es por elección o por simple azar no tan simple, hay que estar dispuesto a pagar. Sin remedio y sin postergaciones. Sin otra esperanza que esperar que alguien llegue a darse cuenta".
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