Domingo, 12 de agosto de 2007 | Hoy
CULTURA / ESPECTáCULOS › TEATRO. EN AGOSTO, "INTERVENIDOS (ENSAYO PLOSKY)"
Un grupo de actores de un elenco estatal es intervenido
y los protagonistas quedan encerrados por la burocracia.
Por Julio Cejas
Tres actores encerrados en un teatro intentan alcanzar tortuosamente el estreno de una obra. Son los integrantes del grupo de "Teatro oficial del Estado" que acaba de ser intervenido y que deberá en esas condiciones llevar adelante un objetivo que terminará por enfrentarlos a sus propias contradicciones. Sobre esa estrategia argumental el grupo "La sociedad del ángel", reaparece en escena después de 6 años de estrenada su última obra, "Rey de Corazones" (2001), teniendo en su haber aquella poética "Botellas al mar" (1998), dirigida por Gustavo Guirado. En esta oportunidad el grupo dirigido por Esteban Goicoechea se permite reflexionar sobre una temática que pareciera haber desvelado a más de un teatrero de las últimas generaciones y que pone en tensión los procedimientos y las intimidades del proceso creativo. El espacio elegido no podía ser más significativo, la Caja Negra del Café de la Flor, un ámbito ideal para "encerrar" a estos actores entre cajas que ostentan los números de las diferentes escenas, una kafkiana interpretación de un elenco confinado a una atmósfera de encierro burocrático.
Más allá de las múltiples interpretaciones que pueden hacerse de este juego dramático como la inevitable comparación con esa otra obra inconclusa que es la reconstrucción traumática de un país que pareciera estar permanentemente intervenido, el disparador mayor sigue siendo una indagación ácida y certera acerca de los límites entre la realidad y la ficción. Desde la elección del subtítulo: "Ensayo Plosky",la obra va a apelar a un emblemático arsenal de significantes que a manera de guiños impactarán con mayor eficacia, sobre el espectador informado y fundamentalmente sobre los realizadores teatrales.
Ese extraño apellido desentierra sonoridades con sabor a cierta tradición teatral que nos remite a los grandes maestros como Stanislawsky o Grotowsky, o al gran dramaturgo Antón Chéjov ,a quien pareciera evocarse en una sarcástica reflexión acerca de la importancia monolítica del texto. Todo es distanciado a partir de una parodia ingeniosa que recorre los caminos recorridos por diferentes escuelas que dejaron su impronta a partir de sus "verdades sagradas" y que estallan en este ensayo intervenido.
Pero tampoco escapan las alusiones a las nuevas metodologías de actuación, ciertos ejercicios que son el abc de los nuevos manuales de infinidad de talleres que han sacralizado a los maestros contemporáneos.
Por momentos los paralelismos con cierta vanguardia revolucionaria donde el deber de "los camaradas" sería juntar la mayor cantidad de huesos posible para reafirmar la causa, insiste sobre el carácter dogmático de ciertas enseñanzas.
Una vez más y en un estilo que nos recuerda en parte a "Fingido" de Leonel Giacometto, se desnudan frente al espectador las penurias y las pasiones de los actores del teatro independiente, esa otra cara que se esconde entre bambalinas y que define una forma especial de concebir el teatro. Detrás la lucha del poder, las rivalidades entre las actrices, el enfrentamiento con el director en una escena que nos recuerda a aquella extraña película de Federico Fellini, "Ensayo de orquesta", donde los músicos derrocan al director de orquesta y después del caos vuelven a sumirse ante una figura más despótica y terrible.
Y la ya remanida pero siempre eficaz alusión al espinoso tema del desnudo que según el director es inevitable porque "¡al espectador hay que darle lo que quiere ver, hay que ir a lo seguro¡". O esas reflexiones desgarrantes de una de las actrices cuando confiesa estar "cansada de ser otra" y el planteo imperioso de "querer ser ella misma", una nueva reflexión que tiñe las búsquedas de gran parte del teatro que pretende romper el simulacro y abrevar en la dramaturgia del actor.
Una de las escenas más impactantes que resume estos interrogantes es la demostración que el director hace a sus actrices de esa "mentira" en las que están inmersos mientras muestra las cajas que no tienen nada: "Es todo una mentira, todos los actores son una mentira, está todo vacío". Y el deseo que pareciera ser otra constante en las experimentaciones de los últimos años de "volver a sentir, miedo, alegría, espanto, lo que sea pero que sea real".
Un deseo que comparte gran parte de los espectadores que han abandonado hace mucho las salas para entregarse a ese otro simulacro más creíble que produce la adicción a los "Grandes Hermanos" o la pasión desbordada de "Bailando por un caño".
Un equipo actoral que lleva adelante el itinerario trazado por la dirección responsable también de la dramaturgia con registros que demuestran un aceitado mecanismo donde se lucen Paula Fernández, Mariana Flores y Mauro Guzmán.
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