Domingo, 12 de agosto de 2007 | Hoy
Son los vecinos de dos manzanas de Las Flores Sur, delimitadas por Lirio y Hortencia, y unidas por Petunia. No están loteados ni registrados en catastro.
Por Sonia Tessa
El frío intenso lastima la piel cuando cae la noche en Las Flores Sur. No es lo único que lastima. La fisonomía del barrio es inconfundible, con sus calles transitadas por gente de lo más diversa que vuelve a su casa, y los grupos de jóvenes que empiezan a juntarse pese al frío. Las exiguas lamparitas apenas iluminan los frentes. La presencia de un forastero llama la atención, es indisimulable en esa geografía de viviendas a medio construir, donde lo que manda es la precariedad. Pero la sabiduría popular dice que cada casa es un mundo. En ese pequeño universo que las personas construyen dentro de sus hogares, Sonia Reinoso está contenta porque puede poner -de a poco y con esfuerzo- los pisos de cerámica en el comedor. La mitad se los regaló una de las patronas, Marcela. Los otros los compró con su trabajo como empleada doméstica. Los coloca ella misma, sin ayuda, antes de que Lucas, su hijo adolescente, llegue de la escuela secundaria. En esa humilde casa de material, Sonia muestra los papeles que acreditan la historia de dos manzanas de Las Flores Sur ajenas a los registros de catastro. "No existimos, y queremos existir", dice con más elocuencia que cualquier tratado sobre la exclusión social. "Lo único que pedimos es que nos dejen pagar para ser dueños de las casas que nosotros mismos construimos. La mayoría de los habitantes de esta zona recibió viviendas sociales y aunque vinieron después, ya son los propietarios. Nosotros estamos aquí desde 1978, va a hacer 30 años, pero no podemos ni siquiera poner un medidor de luz o de gas, porque no estamos registrados", relata en su propio nombre, aunque recoge las inquietudes de varios vecinos.
Sonia recurrió al Concejo Municipal, a la Empresa Provincial de la Energía, a Litoral Gas, a la Administración Provincial de Impuestos, pero en todos lados recibió la misma respuesta: las dos manzanas delimitadas por Lirio y Hortencia, y unidas por Petunia, entre Flor de Nácar y Guaria Morada, no están loteados. En la página web de la Municipalidad, en el plano de Rosario, esas manzanas están descriptas como 5-646, y se indica que "no hay planos de mensura disponible".
Pero esas manzanas existen. El colectivo que llega hasta allí es el 140/148: pasa Circunvalación, toma por su paralela, Previsión y Hogar, y se interna en el corazón de Las Flores Sur, por Flor de Nácar, la calle sobre la que están la plaza, la vecinal, la parroquia y la escuela Nuestra Señora de Itatí. Es una calle llena de vida. El recorrido del ómnibus termina una cuadra antes de la comisaría sub 19. En esos pocos metros se distingue un pequeño santuario del gauchito Gil, uno de los varios diseminado en ese barrio nacido de la decisión de tapar la pobreza, en plena dictadura militar. La familia Reinoso vivía en la villa del bajo Ayolas, en los terrenos donde se proyectaba el puerto. Todos sus habitantes fueron trasladados por la Municipalidad, el 15 de agosto de 1978, a esos terrenos ubicados después de Circunvalación. El gobierno militar les prometió que impulsaría planes de autoconstrucción. Pero sólo les entregaron un terreno delimitado por una pared, con dos aberturas y cuatro ventanas. "La medianera y el tapial lo teníamos que hacer nosotros", cuenta Sonia, que recuerda que le dieron el lote 59 en la calle que se llamaba Emaus. Los materiales recibidos no resistieron ni siquiera una lluvia.
Desde entonces, Dora y Ricardo -los padres de Sonia- hicieron crecer la familia hasta sumar la friolera de 15 hijos y decenas de nietos. Vieron transformarse la calle de los carros, como le llamaban mientras era de tierra, en el pasaje Petunia. Tuvieron medidor de luz cuando el servicio lo brindaba Agua y Energía de la Nación, pero se los sacaron poco tiempo después, en 1982. Sufrieron la mayor de las pobrezas, ante cada crisis, y asoman la cabeza ante cada reactivación, aunque no salen de la pobreza. Ricardo sigue usando el carro, para juntar aquello que le permita pasar mejor el día. Todas sus hijas trabajan. Aún en ese contexto, no abandonan la ilusión de la movilidad social, y por eso se enorgullecen de haberles garantizado la escolaridad. Incluso, una de ellas es maestra jardinera. Sonia comenzó a estudiar el profesorado de historia, pero no pudo con las monarquías europeas. Eso no impide que su voluntad de trabajo, y de lucha, la impulse a pelear para conseguir la propiedad de la tierra sobre la que echó raíces. "Quiero garantizar que mi hijo Lucas tenga algo, que nadie pueda sacarlo de aquí", dice.
Desde el Servicio Público de la Vivienda, explican que ese organismo es el propietario de las dos manzanas, registradas con el número 646 de la zona 5, y los vecinos cuentan con un acta precaria de tenencia, firmada en 1986. En realidad, como hay mucha movilidad de habitantes, sólo algunos tienen el documento firmado durante la gestión de Horacio Usandizaga. Aseguran que no hay ningún riesgo de desalojo, aunque reconocen que distintas dificultades administrativas impiden la regularización patrimonial. En la Administración Provincial de Impuestos le dijeron a Sonia que no podían realizar el loteo porque no tenían plata para pagar los agrimensores. Hasta hace tres años, esos terrenos no podían escriturarse porque eran inundables, pero luego de los trabajos de terraplén sobre el arroyo Saladillo, dejaron de serlo. Y ahora están en condiciones de inscribirse en catastro. En situaciones similares están otras manzanas de la zona, que en su gran mayoría pertenecen al organismo municipal, pero no fueron registradas a nombre de quienes las habitan. En cambio, las habitantes de las zonas regularizadas con el Programa Rosario Hábitat -en Las Flores Sur son las manzanas que rodean a la 5-646- sí cuentan con la escritura que acredita la propiedad.
Recibir servicios es una quimera en ese contexto de exclusión, aunque Sonia se empeñe en incluirse con su trabajo, que le permite -por ejemplo- mejorar su casa. "En 1980 nos pusieron los medidores de la luz, pero los sacaron sin explicaciones. Nos dijeron que nadie podía construir porque eran terrenos inundables, y pertenecían a Coca Cola, que nos iban a volver a trasladar, pero eso no pasó", relató la historia de esos terrenos de los que nunca se fueron, ni siquiera en 1983 y en 1986, cuando se inundaron.
Como todos en esas manzanas, Sonia está enganchada de la luz, y no tiene gas natural. Quiso pedir el medidor para la energía, pero no tiene lote para que la inscriban. Si bien está el tendido de la red de gas, no puede conectarse por lo mismo. Para obtener el agua, debe caminar una cuadra hasta una canilla comunitaria. "Quiero tener un número de lote que acredite dónde vivo", pidió.
En esa zona del populoso barrio, la mayoría de los habitantes son trabajadores portuarios y sobre todo, empleadas domésticas, mujeres que son el único sostén de su familia. También hay algunos albañiles y otros que trabajan en frigoríficos. Y unos pocos que sólo viven del cirujeo. "En esta cuadra hay cuatro casos sociales, de personas que no podrían pagar porque no tienen trabajo. Son analfabetos, pero los demás estamos dispuestos a pagar. Somos gente de trabajo. Queremos que se lotee para poder decir donde vivimos. Para poder registrarnos en las empresas de servicio, para existir", afirmó.
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