Miércoles, 15 de abril de 2009 | Hoy
Por Adrián Abonizio
Maguila está justo enfrente de mi casa y cuando llegamos nosotros, la familia, él ya estaba instalado desde tiempos inmemoriales como el yuyo creciente en las alturas de los paredones, sobre la pensión arrabalera donde vive. El habla de las calles de tierra, de los intestinos que un malevo se juntó en un duelo y que gracias a esa actitud se pudo salvar, de los jamones colgando en lo del gallego Ortizalba y de aquel lance que establecía que quien cortara de un tiro el hilo se apropiaba del jamón. -Están todavía las marcas en la pared, informa señalando el aire. Habla de fuentes naturales con patos, cazados por vecinos con solo caminar algunas cuadras y de la escarcha que te dejaba quemazones las manos y de los braseros congelados. Aparecen también caballadas fantasmales, fugitivos con trabucos, mujeres de dos cabezas.
Maguila camina con un bastón de caña y su sombra astrosa, pendular y fornida se proyecta por el pasillo antes de ver la luz de la puerta, su dominio. Sonríe con una sonrisa perpetua. Hoy que algo he leído y visto descubro tiene la cara de Onettti. Y habla como él. A mis ocho años Maguila se transparenta como un diamante por fuera negro y lleno de claridad adentro; sabe contar las cosas, si bien arrastra las erres, al estilo caribeño, se nota que domina el arte de captar la atención. Le gusta discurrir, exagerar mientras se lleva la mano a los anteojos pesados como puentes en un tick de fabulador que se da un respiro. Los demás son su excusa, habla y encanta. Sonríe y parece que nos escuchara, pero es su proceso de encantamiento. Luego se sentará en la reposera de mimbre y hará observaciones que nos mantendrán en vilo. Una pelota rueda hasta su pie de franela: la apoya contra el bastón, hace un jueguito y la arroja a la cancha de cemento y bleque, allí a sus pies. Sonríe Maguila. Me mira la camiseta cosida con intersticios y elucubra que es para alimentar mosquitos. Le cae en su pelada marrón una parva de florcitas violáceas y se sonríe.
Me ha crecido el cabello, alarga. Fuma, matiza entre la pipa y los Particulares con papel rojo dentro. Maguila resucitó según se cuenta: lo estaban velando y se levantó lúcidamente. Bueno, discúlpenme, dicen que dijo, pero ya es tarde así que me voy a dormir pero a mi cama. Maguila es una historia en pie: fue maquinista de tren, carbonero, pintor de obra de altura y de buques. Trabajó en la marina y bajo las aguas. Pescó en barquitos chilenos la langosta o el cangrejo y tuvo como mil hijos. Maguila hoy vive enfrente de casa en la pensión oscura pero afable, en la última de las piezas, donde su dueña, piadosamente le ha colocado frente a su puerta un santo que el se empeña en darlo vuelta de cabeza, ponerle sombreritos de flores, cascarudos pegados. La dueña lo ama. Puede ser su hija: lleva una laca amarilla en el pelo, gesto desairado de quien no ha sido feliz y baldea con furor, pero a Maguila lo ama.
¿Cuántos años tiene Maguila? ¿Cien? Ochenta largos? Alguien lo ha descubierto en la tapa del viejo Goles posando con la camiseta de Atlanta. Creímos que era de Central, por eso fuimos en manada.
Eso fue cuando volaba, ahora no puedo, nos ha dicho. Antes volaba, fichaba para los judíos. Venía un centro y paf, adentro, era porque volaba, dice entre el humo que es azul de verdad y piafa como un toro manso, como un tren a vapor, como un buey sabio. Maguila está obligado a verrnos jugar pues la hora de su descanso es nuestro partido. Y él siempre está afuera con sus pies en alto sobre el banquito y nosotros dándole como endemoniados a la pelotita.
Jugás como un policía le dice a Luis que efectivamenbte se hará de la fuerza en los años subsiguientes.
¿Por?, le pregunta cocorito Luis que vive en la misma pensión.
Empujás, pegás mucho. El fulbo es picardía y se sonríe. ¿De que vale reempujar cuando la pija es corta? Larga una risotada. Tiene una marca de baba añeja en las comisuras. No nos da asco. Maguila ostenta una cicatriz que va de la oreja hasta la barbilla imperceptible pero brava, de otras épocas. Le preguntamos, se pone serio. Los gorilas, hijos, los gorilas. Y el garrafero nos explica que los gorilas son los que echaron a Perón y masacraron los bustos de Eva y bombardearon la Plaza de Mayo cuando Maguila estaba justo ahí.
Después de eso a Maguila solo le decimos Maguila, nunca más gorila.
Vamos aprendiendo muchas cosas. Morfón, me grita con ternura. !Que no es la hora de la leche todavía!, y se zambulle en una de sus risotadas, plena de humo, flores de paraísos mientras la cicatriz se le contonea como nunca. Maguila no es gorila pero se parece a uno.
Es un gorila pero de los buenos, explica López. Y asentimos. Vamos aprendiendo el juego de las diferencias.
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