Lunes, 10 de septiembre de 2007 | Hoy
Por Sonia Catela
El viudo por tres veces viudo apoyó la mano en el dintel y fingió sorpresa: "¿qué la trae por aquí?". ¿Qué? Asco y atracción. Lo sabe. "Pase", se bebió mis ojos.
Llegamos al comedor.
Me empujó hacia atrás el mal aliento de los objetos. Pero el hombre husmeó sólo el vapor que emana de mi botón, ése que quiere abrir. "Un té", ofreció. El viudo por tres veces viudo va a pedirme la mano. Ofrecerme un papel que legalice su tránsito encima de mi carne. Mientras prepara el preámbulo de la infusión, observo los muebles abrochados con llaves. Se les pudre adentro el aliento. Puertecillas oscuras, sin respirar. Encerradas.
¿Cómo han muerto las mujeres de este viudo?
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Vuelve él, ya no de camisa sino de saco rayado y moñito.
Busca mis columnas, se abraza a ellas. Con su sexo sepulturero, una pala, excava dentro de mi cráter.
Me pone sus cosas y se quema. Bebe mi lava.
Rodamos sobre sábanas viejas, sobre la fosa.
En la cómoda, tres mujeres dentro de sus portarretratos presiden nuestros revolcones. "Cásese conmigo", se humilla, de rodillas el viudo: "soy indigno de usted"; se pone atrás de mí, se cobra las palabras que acaba de pronunciar, me busca por donde no se debe, ahí me pone sus cosas. En el baño, al enjuagarme, mi vagina chorrea granitos de tierra, terroncitos.
Los huelo. Dejo que se desarmen al correr del agua.
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En una parada de nuestros caballos desbocados, largo la primera frase: "¿Te gusta Neruda?", y tanteo la tapa del Nuevo Testamento que la mesa de luz unge como púlpito.
Corrige: "Tenés que preguntarme: ¿vamos a tener un hijo? Es lo que se averigua la primera vez". "Ah". Consulto a las tres esposas que callan y asienten; inquiero: "¿Y, habrá un chico?". "No" desechó el viudo. Y me buscó y clavó en mi volcán tres cruces.
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Esos reflujos míos lo bautizan "Jeque", apelativo que él rechaza. "Soy tu bebito, no tu califa", "¿Como las otras?". Afirman que sí sus dedos, el aro de su índice y su pulgar. "Brindemos", propongo una vez que desato su nudo de mi cavidad y se lo devuelvo.
Nos casaremos.
No necesita que me vierta las historias de sus esposas, aquellas que vine a buscar. Reproduce conmigo lo actuado con sus mujeres, gesto por gesto y acto.
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Saco de mis costillas una, y hago un marido.
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Si las tres muertas nos vieran se alegrarían repasando sus diarios personales, que se reescriben en este dormitorio, jornada a jornada. Pero donde están, en sus huesos resecos, probablemente no alcancen a distinguirnos y rememorar.
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Un portarretrato con mi foto; lo alineo en diagonal contra el espejo de la cómoda, paralelo a los otros y repitiendo sus dimensiones. Al notarlo, el viudo triplemente viudo pendula su cabeza de arriba abajo. He obrado como se debe.
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Si repito cada momento de Elda, Lola y Caro ¿reiteraré el último, el de vestirme con sudario?
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Ante la mesa; la preside el reloj de pared. En tres minutos podremos desdoblar las servilletas. El viudo tomará el sacacorchos y abrirá el vino. Hambre a horario fijo. Charlo de banalidades; pero mis palabras caen sobre el mantel mezcladas con basuritas. Tomo una entre los dedos; huele como el aliento del mobiliario de la casa. El marido no ha advertido nada. Disimulo.
"¿Por qué no comés?" indica. "A esta hora se come..."
Consulta las órdenes del reloj. Se les subordina.
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Al atardecer, acabados nuestros trabajos, me adoctrina en artes de tango. Presentaremos un número de baile en cierta peña de la Costanera llamada Caminito. Yo seré "Justina", la cuarta en la genealogía. Debutamos el 15 de mayo. Ahorro mis palabras, por lo de las basuritas. Pero, algunas resoluciones que he tomado, me incitan a que se las comente al marido.
Los meses de convivencia se han precipitado sobre mis vísceras a colmillos filosos.
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Hablo. Que no me gusta el tango, que no lo seguiré bailando ni siquiera el 15. "Todo se repite", responde imperturbable, o aburrido.
Rallo chocolate por si encuentro, mezclada, alguna viruta de afecto verdadero del viudo hacia mí. No la hay. Y de mí hacia él. Tampoco.
Machaca: "Ni pienses en suspender el debut, ni se te ocurra"; mira a través de las paredes. Pero no ve. Me empecino: "No sólo que no bailo. Te dejo". Me fricciono con suavidad la comba pronunciada del vientre. Empieza a notarse. Ignoro todavía si quiero lo que crece ahí.
El viudo se mueve a tientas, fuera de todo orden. "¿Y ahora qué hago?", farfulla. Yo aún viva, marchándome, viva, le tambaleo el mundo.
En esta casa, las pertenencias a llevarme son escuetas; no sé qué hacer con mi portarretrato. Finalmente salgo sin él. Le dejo el problema irresoluble al hombre tres veces viudo, que queda perdido, quebrado su tic tac.
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