Viernes, 2 de diciembre de 2005 | Hoy
Por Federico Tinivella *
La cama
Recostadas en la cama, como perchas a contraluz, sacudidas, así, en un cuarto empañado. Del velador blanco solo recuerdan ahora qué difícil era encenderlo. Recostadas, un cuadro en la pared o un mudo espesor de bailarinas latiendo. En las veredas el sonido de los baldes espesaba la quietud o el espanto. Solo atrßs del cuadro, sólo atrßs de mí, una decía al oído, la otra en cambio, nada decía.
Hamacas
Eran bailarinas a contramano, imaginaban, ahora sí juntas, ahora las dos, muñequitos diminutos sobre un tocadiscos. En la plaza, en la arena, se podía recortar el mundo. Hay un pedacito de mí en un granito de arena. Las hamacas se queman en invierno, de soledad cuelgan soportando el vacío. Colgadas, huérfanas, las hamacas se desvanecen en el sueño de las hermanas.
Gotas
En la bañera, que es casi como un barco, que es eso en la cabeza desprendida de una muñeca de trapo, visten el cuero de escalofríos, frotada una, dejada la otra. Hay burbujas desperdigadas, debajo del agua laten los ecos de un tiempo gastado. Es que llega la inundación, es que el agua tiñe la cintura de la palabra ausencia.
Caen en un vaso 2, 3, 10 gotas, contadas una a una, fotografiadas con lentitud de daguerrotipista, con los ojos abiertos esconden un cuerpo que espera esos orificios que abre la lluvia en las paredes descalzas.
Una le dice a la otra
Dejarme tirada en la hierba, después de marear los brazos en postes de luz. El horizonte se atraganta con mis ojos, que lo buscan, le pintan el rostro de blanco, lo convierten en una geisha. Derrumbada en la hierba puedo oír caer las voces de un coro de grillos exhaustos. Lamer la piel de una noche abierta, penetrarla, como los postes de luz al horizonte.
Puedo agitarme hacia los lados sin paredes derrumbándose, hacia los lados, sin paredes. Mis ropas ardiendo, los dientes sin un sitio donde terminar de absorber el aroma del aire.
El cuerpo establece los ritmos, las manos llegan al negro, penetran las oscuridades, taparme los ojos, concluir todo indicio real, apagar los conductos infames, ocluir el latido perplejo de las sombras, cerrar los ojos, sembrar un cielo, dejarme tirada en la hierba.
Y ella también
Llevo dos puñales atados a la espalda, cuando caigo, duelen, profundo en la espalda. Llevo un ojo ciego para no verme en el borde del acantilado.
Llevo al tiempo acumulado en la superficie del estanque, para poder mirarme en el reflejo del cuerpo, en el reflejo de la profundidad del estanque, en mi pasado, que me llega, me arrincona en cuerdas de escarcha.
Llevo una esquina rota, un deseo, lo inacabado, cuando alcance a completarla, a completarme, detendré mis pasos, me acercaré al río.
Pinturas
Más tarde cuando ya las frutas pierden el calor del mediodía, en la cama, en las huellas de la cama, vuelan dos gorriones tibios al otro lado del espejo. Sacuden, en velocidad lenta, edificios que de arriba parecen pequeños. Hay un breve murmullo, respiran solas, saben decir quién habita esa pantalla que de mañana se quita el rush y deja paso a la mermelada. Saben descubrir la tristeza debajo de una sonrisa pintada, en las púrpuras prisiones de un disfraz apolillado.
Las dos
Eran dos hermanas sobre un alambre, sacudidas, bellas. Prendido a la ventana recortaba el tiempo atado a sus escamas. Nunca las dejé de ver, en la calle, en las terrazas, en los bordes de un recreo, que las invita a pasar, a tocar la campana.
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