Domingo, 4 de mayo de 2008 | Hoy
Por Luis Novaresio
"Yo obedeceré hasta la muerte. Pero a mí." Jean Paul Sartre
Uno: Un senador americano dijo que el número de personas muertas debido a las catástrofes naturales es menor a las provocadas por el hombre para mantener la democracia en el mundo. Las guerras, bah. Y apenas, dos líneas en un periódico perdido.
Una buena parte, casi la mayoría, de los menores de diez años están condenados a la exclusión en Latinoamérica. Hoy la pobreza debería redefinirse como la ausencia de posibilidades, dice la directora del Observatorio de las desigualdades de nuestro continente. Ella, es un paréntesis, observa lo que perturba a todos. No como otros que observan a los que osan en estas tierras pensar distinto y, mucho peor, decirlo por la prensa. Cierro paréntesis. Nuestros abuelos eran pobres porque no tenían bienes materiales pero sí la chance de trabajar la tierra, sus talleres, desarrollar sus oficios. Hoy los pobres lo son porque no tienen posibilidades de dejar de serlo. Estos niños pobres no tienen horizonte y esa es la nueva naturaleza de la pobreza.
Nair tiene siete años. Padece de distrofia muscular espinal. Necesita una silla de ruedas y una medicación que sólo se consigue en Córdoba por algo así como 7 mil pesos por trimestre. Y no resisto; ¿por qué? ¿Por qué le toca a ella padecer esa debilidad muscular crítica que la confina a una improvisada cuna en donde está inmóvil?
Dos: La primera vez que dudé fue cuando estudié las vías de su demostración. La paradoja del conocimiento. Me atrevo a decirte que más que paradoja es la maravilla del conocimiento. Conocer, saber, aprender, en realidad, es tan revolucionario como una trompada. El dolor que paraliza, el hormigueo en donde el puño hizo el daño, la sangre que corre para gritar el dolor y, por fin, lo insoportable de no haberlo podido contener. Aprender es un hormigueo que golpea, que sangra sin rojo, insoportable convicción de todo lo que falta conocer. Así te pasa a vos, ¿no?.
Resulta que nos habían hecho estudiar las vías que el Santo había propuesto para demostrar la existencia de Dios. Cinco caminos. Racionales. Porque si entra el Espíritu Santo o la fe, no cuenta. Tiene que ser con las manos del hombre, con los ojos del hombre, con la inteligencia del hombre. Dios existe. Silencio. Dios existe. Silencio. ¿Existe, verdad?. Bueno, no veo cómo se te ocurre preguntarme semejante cosa, creo en Dios padre, creador del cielo y de la tierra, vengo recitando desde que apenas me levantaba del piso, pésame Dios mío por haberte ofendido. O algo así. No es casual. No podés acordarte justo del recitado del Pésame, Dios te salve te sale, Padre nuestro te lo acordás, Señor, yo no soy digno de que entres en mi casa, lo mismo. Pero el Pésame, justo el pésame, no te lo podés acordar. Sugestivo, ¿no?.
Dios existe. Eso se siente. Acordate de tus pedidos desesperados antes de irte a dormir para que no descubran tus viejos que te quedaste con las chirolas del vuelto del pan, fungidos en dos bolas de frailes, de las rellenas de dulce de leche, que en la panadería La Moderna cuestan justo lo que sobra de tres felipes. Acordate, cómo no va a existir Dios, que si te portabas bien tenías regalo del día del niño, se comía pastafrola o hasta incluso dejaba de llover para ir a jugar a la canchita. Eso te lo decían tus viejos, todo eso podía Dios, podía más, porque estaba en todos lados a la misma hora. No entiendo. Vos dijiste que no entendías, sin haber leído jamás lo de la ubicuidad como hiciste de más grande, trompada intelectual que excita. Es como si estuviera allá arriba, dijo tu madre traspasando el techo del departamento de pasillo, ubicando su índice en el cielo, azul celeste, y nos ve a todos en todo el planeta. No entendiste entonces. No entendés ahora. Antes lo soportabas, porque había tanto por hacer. Ahora, si Dios existe, ¿por qué sufren los inocentes?.
Las vías del Santo, Tomás de nombre de pila, son cinco y muy sencillas. ¿Y obvias?. Detesto tu agnosticismo destructivo. ¿Pero no son obvias?. Si hay movimiento es que hay un primer motor que lo provoca. Claro. Si hay orden es que hay un primer ordenador. Sencillo. Y así. No te entiendo. Es tan sencillo como saber que el prejuicio destructor atenta contra toda lógica. Si el verano sucede al invierno, la noche al día, la vejez a la juventud, es obvio que hay un orden de sucesiones lógico. Y si hay orden, te pido que no me interrumpas, es que hay alguien que primero, antes de todo, supuso, gestó el orden. Movió de manera inicial, sin nada que lo precediera.
Dios debería saber que después de trece siglos desesperados de Edad Media, medio oscura si se la mira con un ojo, hubo un francés que le escapó a la antorcha de la Inquisición y supo que existía. Pensaba y existía, dijo Descartes. Esa es la frase simple que se cita con tanta fuerza e ignorancia. Y el hombre, escapado a Holanda, supo que los sentidos lo engañaban: Una mano lejos de tu cabeza se ve más grande que tu propia testa. Al lado de tu cabello es, obvio, menor. Supo que la ciencia se había equivocado y recordó a los quemados como Giordano Bruno o arrepentidos a la fuerza como Galileo que sabían que la Tierra no era el centro del universo. Y sólo Juan Pablo II le pidió disculpas. Quinientos años más tarde. Todo lo engañaba. Salvo que si pensaba en su mano, en el sol, estaba pensando y existía. Porque pensaba. Porque yo, como vos, pienso. Luego, existo. Acepto que el francés no niega a Dios. Dejame que piense que el miedo no es zonzo.
Si Dios existe, ¿por qué condena a la muerte a diez mil inocentes con un huracán o con una guerra y a miles de pibes con el subdesarrollo? O más: Tsunamis, enfermedades, hambre, dolor de inocentes, Nair. Los designios de Dios son insondables.
Dios no explica el sufrimiento en esta vida y nos reserva su plan para la vida eterna que deberemos ganar con trabajo y fe. Y ahí, es la cólera. ¿Es pecado capital? No me los acuerdo. Seguro que sí la lujuria. Como no, por supuesto. El cura te dijo a vos un día que masturbarse estaba mal. ¿Te acordás?. Eramos pibes, tiempo en el que el cuerpo pedía más de lo que sabíamos y sabía menos de lo que nuestras fuerzan podían. Y no sólo te can a crecer pelos en la mano, podés quedarte ciego, sino que, esencialmente, aquello es finito. Se termina. ¿Se me acaba?. ¿El qué?. La semilla que pone el padre en la madre no es para siempre. Si la desperdiciás, te quedás sin. Si una foto de Susana Traverso vale más que tu futuro no te va a alcanzar para tener hijos. Y entonces sufriste. No todo el tiempo, pero muchas veces, después, con la mano y las sábanas pegoteadas, sufriste. ¿Te habrás ganado el cielo? Me gustaría tener tres hijos: ¿me habrá sobrado semilla?.
Es cierto que ya estoy más viejo. Es cierto que pregunto con más duda y no con tanta petulancia. Al menos, lo intento. Es cierto también que ante la enfermedad o adversidad propias o de los que me rodean, hubiera necesitado desesperadamente el rezo que quizá hice en secreto. Pero nada de eso mitiga la duda: ¿por qué sufren los que no lo merecen? Nair no lo merece. Los ex combatientes de Malvinas tampoco. Y son ellos, los soldados que defendieron la patria con su cuerpo, los que convocan para el sábado que viene al Monumento de los caídos para que compremos locro hecho por sus manos para juntar dinero para Nair. Son siete mil pesos cada tres meses. Y ellos revolverán el locro en este mundo revuelto, te escucho cantar el tango. Pero, ¿sabés qué? La vida y mis preguntas son más que el tango. Son, nada más ni nada menos, que las ganas de saber. Incluso de la bondad toda. Si es que existe. Si alcanza con creer que en la mirada de los soldados se refleja una realidad inasible. ¿Alcanza? ¿Existe?
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