rosario

Viernes, 9 de mayo de 2008

CONTRATAPA

Fragmentarios

 Por Mario Alberto Perone

¿Te acordás de las hamacas vacías que se balancean a sí mismas en Firmat? Según me han dicho, ese hecho, misterioso si los hay, continúa sucediendo. Al principio, era una sola, después fueron las otras dos, alternativamente juntas o por separado. Ya dejaron de ser noticia, como las famosas vacas mutiladas. Pero no he visto ninguna explicación racional de estos acontecimientos que despiertan una curiosidad morbosa durante un corto tiempo. Después nos habituamos, y quedamos listos para una nueva sorpresa, que nos preocupará un poquito, porque la historia no cierra ni llega la respuesta de ninguna institución competente. Mientras tanto, dicen en Firmat que las hamacas se siguen balanceando, aunque no haya nada de viento. ¿Jugarán los chicos allí?

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En la mesa de al lado una pareja joven discurría animadamente sobre el amor, etc. etc. hasta que él le hizo la pregunta decisiva: "¿No creés que, comparado con la pasión, el amor parece un sentimiento casi abstracto, secundario, innecesario?" Ella lo miró, acorralada, abrió la boca como para contestarle, pero no dijo nada. Sus ojos, muy abiertos, se humedecieron visiblemente.

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En una compra y venta de antigüedades y afines de calle Córdoba Peatonal, a la que siempre visito para regodearme mirando todos esos objetos con historia, algo me detiene frente a dos cuadros. Resistiéndome a creer lo que veía, no tuve más que reconocerlos como míos: son dos "collages" de dos series diferentes, que estuvieron expuestas varias veces, y cuya mayor parte regalé a mis amigos y a mis parientes. Preguntado el dueño acerca de la persona que los trajo para venderlos, no recordaba. Me dio un domicilio aproximado, dato suficiente para recordar todo. Habían sido regalados por mí a una mujer que compartió mi vida algunos años, a la cual nunca volví a ver, salvo de lejos, acompañando a su madre. Fue una sensación extraña: nunca vendí un cuadro, simplemente, no los hacía para eso. Y verlos ahora, con un precio de $150 cada uno, me puso en un dilema: ¿los compro yo para rescatarlos o dejo que el azar decida sus destinos? Son parte de mi vida, de mi acontecer, de mi tiempo. Están ahí, como un desprendimiento penoso de mi ser. Creo que me dolerá si no los adquiere nadie, creo que me dolerá si los adquiere alguien, creo que me dolerá si se los devuelven a la dueña, creo que me dolerá si al fin, me los traigo yo a mi casa.

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Nadie supera la higiene y la pulcritud de los ricos. Lavan cuidadosamente todo. Hasta el dinero.

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No pierdas tiempo contándome tu dolor. Tu dolor no me duele. Es más, apenas escucho cada palabra, la olvido y pienso en el mío, en mi dolor, que, simétricamente, no le duele a nadie, salvo a mí.

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Una amiga me preguntó: "¿Seguís pensando que una gata es compañía suficiente para vos?" Yo le contesté: "Sí". Ella insistió: "Por qué?" Yo le contesté: "Porque una gata tiene más vida que una planta pero menos vida que una mujer". Se enojó y me dejó plantado, como siempre lo hizo.

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El suicidio es el único delito cuya ejecución incluye simultáneamente su penalización.

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¿No es verdad que todos los autosuficientes obsequiosos y abnegados son insufribles?

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Discutiendo con un cura y al borde de un colapso nervioso, le dije: "Sí, claro que hay vida después de la muerte. Es la de los que seguimos viviendo."

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Cuando menos tiempo me queda es cuando más lo pierdo estúpidamente.

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La muerte de los padres deja a su hijo huérfano. ¿Existe una palabra para nombrar a los padres cuyo hijo muere?

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¿Quién dijo que se acabó la sociedad de clases? Veamos: clase alta y clase alta alta y clase altísima, clase media y clase media media y clase media baja, clase baja y clase baja baja y clase bajísima.

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