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Jueves, 4 de diciembre de 2008

CONTRATAPA

Coincidencias

 Por  Julia Rossi

Tengo dos novelas nuevas. Dos regalos pero, al mismo tiempo, dos novelas que quería leer desde hacía mucho tiempo pero que no podía conseguir. Feliz, feliz, feliz estoy. Las miro, leo las contratapas y las solapas de la que tiene solapas. No quiero entrar todavía y quiero hacerlo ya mismo. Leo la primera página de cada una, porque tampoco tengo mucho tiempo en ese momento, y ahí es cuando algo pasa. Toda la felicidad se ve conmovida por la sorpresa. Sigue siendo sorpresa pero algo la derrite un poco o, al menos, la contamina con otras cosas que no tienen nombre.

La primera de ellas comienza así: "Mi madre había sido una persona tan alegre". La escribe una de las autoras que más me gusta. La frase sigue de un modo bastante más impactante, pero esa parte es la que me golpea. Y esto es porque la otra novela empieza así: "Mi mamá era maestra de puntero". Es de una autora, por lo que se dice, bastante genial. Claro que lo que sigue le da sentido a esta partecita que cito (y que quizás la haga bastante más citable).

Pero aquí estoy yo, sorprendida, escribiendo, sentada con estas dos novelas sobre la mesa, cuyos comienzos han paralizado la lectura de ellas para mí. Lo primero que pensé fue "mirá vos, qué coincidencia". Al instante me avergoncé. Reincidí en la idea y después, en la vergüenza. Necesito distraerme. Abro el diario.

Claro, esto es lo que faltaba. La santísima trinidad de las coincidencias en el día de la fecha. En una de las columnas que me gusta leer los sábados, hay una nota que no tiene nada que ver con lo anterior. Satisfecha, la leo toda. Las ha habido mejores. Pero no era calidad lo que buscaba, sino variedad. Mejor dicho, variación. Contenta, quizás liberada, me dedico ahora a mirar la foto que ilustra la nota de Muñoz Molina de hoy. Y la miro durante el tiempo que me separa de la lectura del pie de la foto, en la que puede leerse el nombre de la fotografiada y la relación que la vincularía, tiempo después del momento en el que se tomó la foto, con Virginia Woolf: es su madre.

*

El motivo o la simulación autobiográficos aparecen constantemente como estímulo, como invitación, como amenaza. Pienso en mi mamá. Pienso en escribir sobre ella. Es una idea a la que le había dado muchas vueltas en algún momento, de la que había desistido en otros, de la que, incluso, ya me había aburrido.

Hablo con una escritora acerca del material familiar y sus posibilidades. Ella tiene una "idea clara" al respecto, aunque no se dé cuenta. Dice que su hermana tiene una "idea clara" sobre la política de su país (quiero ilustrar con esto que conoce la noción de "idea clara", aunque ella le diga "opinión formada"), pero ella la tiene con respecto a muchas cosas. No me refiero únicamente a que sea campeona de la Biblia, sino a cosas mucho más contundentes.

La forma se desintegra en recuerdos inconexos que carecen de una posibilidad cronológica. Mi familia se presenta en mi memoria bajo la apariencia de episodios irregulares, en formatos que no coinciden ni pueden coincidir. No puedo ordenarlos. No puedo asirlos todos al mismo tiempo. No veo la relación que pueden tener. No sé qué pasó antes de qué, ni qué realmente pasó, ni diferencio lo que viví de lo que me contaron. Me parecen, al mismo tiempo, demasiado íntimos y ajenos. La atrocidad y la ridiculez se disfrazan la una de la otra mientras buceo o planeo entre las anécdotas familiares.

"Lo que se hereda no se hurta", decía mi mamá. No sé si ella lo percibía como un arma de doble filo. Es más lo que me asusta que lo me asegura. ¿Garantía de qué? ¿Cobijo o abismo? El hurto habla de una intención de otro. ¿Y si es uno el que quiere desprenderse? Dar testimonio es una forma de vomitar aquello que no se hurta. Sé que hay una parte que no puede siquiera vomitarse.

*

Vuelvo a la sorpresa primera y a la impresión. Miro las novelas. Bonitas cubiertas, por cierto. La lectura, ¿es una herencia en mi caso? Nada desdeñable. Un poco cara, la verdad. No me quejo (siempre recuerdo esa leyenda en un mueble de la Biblioteca Argentina).

La sorpresa se desvanecerá, lo sé, cuando pueda empezar a hacer algo con eso. Seguir dando vueltas a la idea, en principio. Y, a continuación, con algún tiempo intermedio de alguna otra cosa que me distraiga, hacer algo con eso. ¿Escribir? Puede ser. A veces, la impresión de las coincidencias de este tipo me hace llorar. Pero, como me decía mi mamá, soy un poco andreitadelboca. Lo era y no lo he perdido por el camino (afirmación que no puedo permitirme acerca de muchas cosas más). De todas maneras, de momento, tengo una tabla de salvamento que me asegura una especie de tiempo suspendido (no es un suspenso absoluto: la sensación sigue su camino independientemente de la voluntad de detención, por más empeño que le ponga). Mejor dicho, tengo dos. Una, Nadie sabe adónde va la noche. La otra, Las primas. Me aferro a ellas y camino sobre la plataforma que me brindan. Tendré un fin de semana de un caminar elegante sobre piedras móviles, suspendidas sobre lo que soy. Caeré cuando dé el siguiente paso. O encontraré algo.

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