rosario

Viernes, 30 de enero de 2009

CONTRATAPA

El tinto

 Por Bea Suárez

Cuando era niña en casa se tomaba vino (mi hermana y yo también tomábamos, un poquitito con enormes cantidades de soda de Artayeta.

Había: los vinos sí, pero eran tres, tinto, blanco y rosado. Vaschetti, Cavic, El Pipi. Y Toro para los sábados.

Ya la llegada del Michel Torino comenzó a enturbiar aquel país de mantelitos.

Conforme fui creciendo se fueron transformando las cosas del vino, él mismo, su novela.

Se comenzó a hablar, variar, clasificar, y surgió una misteriosa taxonomía que en un punto cambió el mundo.

Devino estrella, hechizo, iglesia; de ser un líquido chico, un pequeño hongo sin demasiada alcurnia, pasó a gerente enorme, a Virgen de Guadalupe, a rey de copas.

¿Qué ocurrió en el medio? No se sabe pero hay algo insufrible en algunas personas que se ocupan de él, de relatarlo. Modernos catadores o catadoras, es decir parlanchines propulsados a familia Zuccardi.

Salió del silencio y adquirió comentario, emergió de las sombras; de ser sólo un color se volvió verborrágico.

Páginas y páginas escritas sobre el vino. Algunos términos resultan sospechosos.

De sabor tostado, final de boca que persiste eternamente, suave y sofisticado, con dejo mantecoso, aterciopelado y flexible, amable y delicado.

Una sensación de boca firmemente estructurada.

¡¡¡El Gewurztraminer regresa!!! La nariz floral, un estilo rico, redondo y complejo, para desarrollar carácter.

Vino joven, fresco, equilibrado.

Balanceado, elegante, ofrece un final largo, con recuerdo de frutas cítricas. Se destaca por su color amarillo pálido con tonos verdosos que denotan vivacidad y juventud. Ofrece aromas a lima y flores. Su sabor fresco y delicado resuelve el aperitivo y los platos ligeros.

Fruto de una sinfonía química, el vino es un producto noble que, al igual que todas las materias vivientes, está sometido al ciclo del tiempo. El año de cosecha indica el año de su nacimiento. En un primer momento es joven, y luego se vuelve adulto, alcanza la madurez y sigue hasta declinar y morir. En este último estado el vino se califica de envejecido o quebrado. Los vinos blancos pueden ser de color amarillo muy pálido o más sostenido, matiz limón, reflejos dorados o casi verdes. Al envejecer, estos vinos de larga guarda son de color oro viejo o cobrizo. Al girarlo lentamente en la copa, el vino deja en las paredes piernas que afirman la presencia de glicerol (un constituyente natural) que produce untuosidad y redondez o bien de azúcar residual como en los grandes vinos blancos de Sauternes. Un vino se descubre en primer lugar por su nariz o sea por sus aromas, florales o frutales en función de los perfumes dominantes. En los blancos encontraremos ananá, manzana, membrillo, mango, pomelo rosado en el caso de los sauvignon, y olor a pan tostado y miel en los chardonnay más maduros. La degustación requiere un esfuerzo de concentración. Dos horas antes conviene abstenerse de fumar o tomar café. También es importante no utilizar colonias o perfumes que puedan molestar sobre todo a los demás degustadores. Los perfumes pueden llegar a crear serios problemas, pero se debe ser intransigente: una mano perfumada no sólo impregna la copa que está tomando sino que falsea la percepción olfativa de los degustadores cercanos. Decía Pierre Poupón que degustar es leer un libro lentamente, frase a frase, para captar todo el contenido; degustar es escuchar un concierto en el más profundo recogimiento; degustar es contemplar una obra de arte, cuadro, escultura o monumento, dejándose impregnar por sus formas y colores; degustar es abrir los ojos al espectáculo maravilloso de la naturaleza; degustar es sentir el cuerpo relajarse sobre la arena de una playa soleada; degustar es estar disponible de sí mismo y del universo. En resumen, saber degustar es saber vivir.

¿Tanto hay para decir, sentir y hacer con este líquido? ¿No es acaso la letra misma de una comedia?

Además antes no había tetra brick, ni tres cuartos, ni demasiadas etiquetas, decantadores, sacacorchos y termómetros especiales.

Sólo la botella de litro y alguna damajuana bramaba en casa haciendo resurgir comidas y parientes.

El vino en la cornisa y nosotros todos recién nacidos en el humo de la cocina. Docenas de risas detrás del vidrio verde desde donde nos mirábamos crecer tomándonos la vida con mucha soda.

El sifón sucesivo, la acelga con aroma de ajo y verdades, el olor de los vinos natales con la única marca de nuestro pasar por entre las ensaladas y las dudas.

Esos colores que hoy son rojo rubí, ciruela o chocolate, antes eran notas balsámicas de la familia. La única crianza venía de bocas redondas comiendo de a cinco, mientras se confesaban en el aire del pueblo.

El vino no era importante, ni nosotros su pretexto, se movía al lado de las papafritas, y duró as¡, simple, hasta mi adolescencia.

Cuando cumplí 17 y vine a Rosario comenzó a madurar y hacerse famoso, a tener rumbo y años en barrica; una gran reserva me esperaba, el cepaje emblemático de mis deseos.

Me estrujé como él, me hice grande, llegué a vieja, madura, apta, espumante, artesanal, tengo el bordó profundo de la sangre asentada; me falta sí equilibrio y dulzura quizás.

Mido acidez por encima de lo recomendable.

Pero aquellos dedos que alzaban los mostos de uvas tintas convertidos en vino, aquellos comensales en algún sitio están intactos.

Preparados para una cena específica.

Otra vez.

Todos juntos.

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