Martes, 3 de marzo de 2009 | Hoy
Por Gary Vila Ortiz
No podemos decir con precisión alguna desde qué tiempo este hombre, cuyas pasiones esenciales son la amistad, la pintura y los libros, viene caminando calles de la ciudad. Los que lo conocemos y somos muchos lo vemos de espaldas, allá, cerca de la otra esquina, y de inmediato sabemos quién es. Ya hablé de él en estas mismas columnas cuando cumplió sus ochenta años, de eso hace cinco. Ahora, de la misma manera que han hecho gran cantidad de músicos de jazz, le ha contado sus memorias a un amigo, Omar Tiberti, quien ha tenido a su cargo el desarrollo narrativo de esos recuerdos. Estas líneas no son un comentario de ese libro, que ya fue reseñado en este diario, sino un intento de contar lo que viví cerca de Gilberto, desde aquellos tiempos de la librería Ciencia, cuando me regaló un libro de Paul Eluard, hasta hace apenas unos días, en su departamento, cuando me ofreció, con el afecto inalterable, El primer hombre de Albert Camus. Entre un hecho y otro, se encuentra la vida de Gilberto: en el teatro, como el dueño incomparable de una galería de arte, como el amigo que ha ido dejando en cada uno de nosotros, y aún hoy lo sigue haciendo, esa entrega y ese compartir todo lo que él ha vivido.
La librería Ciencia, que estaba por Santa Fe 1284, era no tan sólo un lugar donde se vendían libros, sino un sitio para todas aquellas charlas que podían convertirse en discusiones, sobre la literatura, la pintura, la política. La librería tuvo en un comienzo tres socios: María Calp, Genolet y Juan Pablo Montserrat. Cuando la conocí, era la librería de Genolet y Montserrat, y la figura central era Gilberto, de una auténtica militancia política. Fue así como recibí de regalo un tomo de la correspondencia entre Marx y Engels, además de otro volumen del mismo tamaño con las obras escogidas de ambos pensadores. Fue poco después que Gilberto me regaló los poemas de Mao, en el original chino y traducidos al castellano, ilustrados por verdaderas pinturas. En una carta que el libro incluye, Rubén de la Colina hablaba (y nos sigue hablando, aunque ya no esté) de la cultura vinculada con la amistad. Era así por aquellos años, siguió con el paso del tiempo y continúa hoy aun cuando algunos (demasiados) hayan partido. Y no eran amistades fáciles, sin peleas, que en última instancia no son amistades sino otra cosa que no sé cómo nombrar.
Gilberto me llamó ayer, o puede haber sido antes de ayer, para decirme que anda en sus ceremonias del adiós. Su tristeza tiene fundamento. La pérdida de uno de sus seres queridos le ha dejado ese estar triste que en su mirada y hasta en su hablar se transmite. Deseo recordar algo de lo que él debe acordarse también: fue desde su galería que hicimos durante algún tiempo un programa para televisión en el que estábamos, entre otros, Rubén de la Colina y yo. La escenografía era, claro, la misma galería con todos sus cuadros y, hacia el final de la sala, el piano. Duró poco, pero lo poco que duró creo que fue valioso. Y otro recuerdo, por el que siempre me sentiré agradecido: fue Gilberto quien publicó un libro que escribimos con el Negro Ielpi dedicado a la novela policial. Ese libro se terminó de imprimir en 1993 y se titulaba Philip & Raymond, dos homenajes. Creo que fue el primer libro publicado en Rosario sobre ese tema y Gilberto puso todo de su parte para que tuviera la repercusión que debía, y la tuvo. Un espléndido ensayo de Ielpi abría el volumen, que incluía además un poema y un cuento del mismo Negro y poemas míos que el lector debía suponer escritos por Philip Marlowe. Con Ielpi hemos hablado setenta veces siete de una probable reedición aumentada de ese libro, y esa reedición bien podríamos hacerla como un homenaje a Gilberto, que hizo posible que se publicara por vez primera.
La serie de testimonios que se incluyen al final de "Una vida" (tal el título de las memorias de Gilberto) ponen de manifiesto hasta qué punto el hombre de la amistad, de la pintura y de los libros trascendió con lo que hizo. Gorostiza, Garramuño, Caloi, Rubén de la Colina, Norberto Puzzolo, Alcides Moreno, Inda Ledesma, Héctor Tealdi, Alberto Closas, Ulises Dumont, Javier Villafañe, Walter Operto, Elvio Romero, Olga Orozco, Rene Mujica, Roberto Cossa, entre otros, dejaron sus recuerdos escritos o sus dibujos como homenaje a ese amigo de Rosario. También puede encontrarse entre esos textos el de un gran actor como David Edery, que al final pregunta al lector si se da cuenta de quién está hablando, y contesta: "Es Gilberto Krass, mi amigo, un hombre imprescindible".
Los dibujos de Fontanarrosa, Garaycochea, Beas, Crist, Gregorio, Alonso, Lino Palacio, Julio Vanzo, y el retrato de Gilberto realizado por Carpani dejan la sensación (que por otra parte uno ya tiene) de que en verdad Gilberto era y es un hombre imprescindible, aun cuando en estos días la tristeza le ande dando vueltas por la sangre y el cuerpo.
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