Domingo, 22 de enero de 2006 | Hoy
Por Luis Novaresio
La culpa es un lobo que eternamente come, devora y vomita.
(José Saramago. El evangelio según Jesucristo)
Uno: En uno o dos meses los santafesinos abonarán una estampilla de dos o tres pesos para el Foninvemen (un fondo de inversión energético). Será una suma fija que conformará un fideicomiso para financiar obras de infraestructura de cableado, transformadores y nuevas obras que la Empresa Provincial de la energía debe realizar. El servicio de agua potable sufrirá un incremento escalonado de hasta un veinticinco por ciento en los próximos meses. La tasa general de inmuebles de la Municipalidad sufrió aumentos de hasta un setenta y cinco por ciento. El gobierno nacional prorrogó los impuestos de emergencia distorsivos y se negó a modificar el mínimo imponible para ganancias que afecta a muchos trabajadores con sueldos que están algo por encima de la canasta familiar
Dos: Segmento de preguntas idiotas. Si la EPE tiene que cobrar para hacer obras que no hizo: ¿o gastó el dinero presupuestado en otras cosas o presupuestó mal y mintió a la hora de asegurar de que era una empresa viable?. Con el agua en manos del estado, ¿recuperamos la soberanía y dejamos en calzoncillos a la concedente?. La municipalidad de Rosario está administrada por un socialismo que cree que los aumentos se hacen luego de las elecciones y a costa de una perinola que dice todos ponen?. ¿El impuesto al cheque, las retenciones, las distorsiones eran malas con Cavallo? Fin del segmento.
Tres: ¿Por qué hay que pagar los impuestos?. Preguntaste. Esperé. La espera suele ser un buen lugar para que tome asiento la reflexión. Y estos calorones de enero tropical rosarino (avisen a Fisherton que cambien del mapa en el que estudiábamos geografía que ahora somos subtropical sin estación seca) suelen llevar a las preguntas radicales que son retóricas si uno las deja pasar. Entonces, esperé, te dejé pasar. Pero no. ¿Para qué hay que pagar impuestos?, insististe. Si no es la espera, es el retruque. Eso me lo enseñó la señorita Diana poniendo una mano sobre el Piaget ilustrado. No sea violento con sus compañeritos. Pero tampoco pase por papanatas. ¿No te parece que en enero, en estos encuentros, no nos deberíamos merecer hablar de nuestras madres, como ya hicimos, de la contemplación de la vida o de la literatura universal, en vez de machacar con lo prosaico como son tus impuestos?. Esperé otra vez. Y no me dejaste pasar. Y si yo te estoy hablando de pura literatura. Agradecé que no te cito a Juan Sin Tierra pero con el inmobiliario al día o a monsieur Guillotin, liquidando desde María Antonieta en adelante por la presión tributaria o a Lady Godiva, desnuda por las calles por el pago de impuestos. A propósito: en Rosario, ¿quién cabalgaría en el animal blanco desde Plaza Pringles hasta el Palacio municipal sin más ropas que sus convicciones? No me digas que no es una pregunta de verano.
Ahogado por la temperatura y por la convicción idiota de que en verano hay que pensar menos y disfrutar más, decidí que estaría bueno dedicarnos a la literatura de ficción. El objetivo es doble. Leer por el placer de leer suele ser tan novedoso como un funcionario pidiendo disculpas. Y, luego, quizás contagiemos a algunos y le hagamos ver en una metáfora, en un sueño hecho palabras lo que la pura realidad les ciega.
¿Qué leer, entonces? No pienso guiarme por la lista de best seller de las librerías ni por las recomendaciones de los que se dicen especialistas. Por eso compré Las intermitencias de la muerte, primero en la lista de los mejor vendidos y en los anaqueles preferenciales de todos los comercios del ramo. Ante todo, la coherencia.
José Saramago merecería cuanto antes su declaración de personalidad divina dentro de las letras. No alcanzan los Nobeles, los Cervantes o esas cosas. Es cierto que cuando estuvo en esta ciudad la gente lo abrazaba como se quiere a un dios sincero. Con afecto, con agradecimiento. No con temor o miedo como proponen para otros dioses que disciernen infiernos o paraísos. Por eso Saramago debería ser propuesto como dios pagano de la creación. No sólo por haber abordado como nadie la historia de Cristo (si no leíste su Evangelio, hacé algo por vos y corré a tu librería amiga que, incluso, el libro está en oferta como edición económica) sino por saber que seguir preguntando por los temas esenciales es el mejor modo de poder disfrutar de los banales. Dios, la muerte, la política y, ¡los impuestos!
No soy experto en el portugués. Esto es, no he leído todo lo suyo. Pero sí, mucho. Salvo en su ensayo sobre la lucidez o en el de la ceguera, no recuerdo tanta cuestión con los impuestos. Y nunca como tema central y decisivo. Iba a retrucarte pero esperé ver hacia dónde ibas. Saramago se imagina esta vez que la muerte se toma vacaciones. En estas intermitencias la muerte, es. Existe. Y, como no cabría pensar de otra manera en estas tierras occidentales y cristianas, es mujer. Al género débil no le alcanzó con Eva y su mordiscón disoluto sino que también manejan la guadaña. ¿Qué pasaría si la muerte dejara de funcionar?. ¿Qué sucedería, en fin, si fuéramos inmortales?. Imaginate a los que te rodean, a los que querés y a los que no, a vos mismo, vivos por siempre. Es un problema de absoluta relatividad porque todo dependería de la voluntad de esta señora que es la que puede accionar la llave del reinicio del fin. Antes de que se te ocurriese seguir contándome el libro (dejame que te diga nada más, imploraste, que la muerte escribe cartas, pasea por las ciudades y paga en efectivo sin tarjeta de crédito) pasé a la ofensiva. Me encanta. Me hace feliz que hayas podido dejar por un rato la discusión de todos los días y te hayas podido asomar al placer de la literatura. Ojalá hoy sea Saramago, mañana Patricia Suárez (no dejes de leer su Perdida en el momento), pasado Virgina Wolf con la imperdible señora Dalloway o luego Passolini a quien le reeditaron su Teorema. Lo que quieras. Menos esa serie impresentable de Más Platón y menos Prozac o Voltaire en quince minutos que debería ser declarada nociva como el fumar perjudicial a la salud. Lo que quieras. Pero pregunto: ¿y los impuestos con Saramago, qué?
¿Qué pasaría si los rosarinos no pagáramos la TGI porque es una afrenta que se haya aumentado luego de una elección, de ese modo y aún cuando vos y yo podamos pagarla?. ¿Qué pasaría si decimos que la sinceridad política vale tanto como el alumbrado, barrido y limpieza? ¿Qué pasaría si preguntáramos si esa tasa ya dejó de ser eso y se transformó en un ilegal impuesto a cualquier cosa con destino a cualquier cosa con disfraz de rentas generales?. ¿Qué pasaría si los santafesinos nos negáramos a pagar un impuesto al tener un inmueble que se invierte con provocadora desigualdad entre la burocracia parásita de esta provincia?. ¿Qué pasaría si le dijéramos a la EPE lo siento mucho, no le pago nada por las obras que usted no hizo porque mientras le pagué padecí de días y días de cortes y usted ni me pidió disculpas, ni hablar de compensaciones?. ¿Qué pasaría si le dijéramos señor Presidente que usted le cobre un impuesto a mi abuela en su jubilación para un supuesto fondo de viviendas que jamás fue ladrillo en los últimos treinta años es un atropello y no le pago nada?. ¿Qué pasaría si a todos les decimos no les pago porque no me alcanza o si me alcanza no es justo que lo haga en vistas de los resultados?. ¿Por qué hay que pagar impuestos?
Cuatro: ¿Me dejás que te cuente como termina el libro de Saramago?. Entonces leelo y pensá en su metáfora. Ahí te vas a enterar qué pasaría si no pagamos los impuestos.
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