Domingo, 6 de junio de 2010 | Hoy
Por Gary Vila Ortiz
El 15 de octubre de 1931 se publicó "El hombre que está solo y espera". En ese bello libro, Scalabrini Ortiz se hizo el dueño de la soledad y de las esperanzas del hombre de Corrientes y Esmeralda, es decir del porteño. No sé bien cuántos son aquellos que han regresado a ese libro y tampoco aquellos que siendo jóvenes pueden haberlo descubierto en estos días. Pero el porteño, que es lo que Scalabrini retrata con tanta poesía y exactitud, no es el hombre argentino que vive en otras ciudades, en algún pueblito perdido, en lugares donde lo que lo rodea es la intemperie. Es cierto que muchas cosas que dice Scalabrini se pueden aplicar a ciertos hombres que viven en otros ciudades, como la nuestra, por ejemplo, pero siempre hay una distancia entre la forma de vivir de unos y de otros. Con conocimiento, con cierto saber adquirido por el vivir, puedo intentar hablar del hombre que vive cerca de alguna esquina que para él representa su esquina. Quizá se trate de un vano intento pero para mi resulta indispensable.
En estos momentos siento que soy el hombre argentino de Maipú y 3 de Febrero, que suele sentirse solo, aún cuando no lo esté, y espera. ¿Qué espera ese rosarino de Maipú y 3 de Febrero que tiene 74 años y hay quienes le dicen que ya nada tiene que esperar? Sin embargo espero. Tengo la sensación de que hace un tiempo, ya largo, que vivo como alguien que está soñando, que soy como el sueño de un dios menor desconcertado que no sabe qué hacer con uno. En ese sueño todos los que viven en este país cumplen con un papel que les ha otorgado el sueño y dicen los parlamentos de una obra cuyo escenario es el país todo y los que actúan son los que viven en él. Cada uno cumple con su papel de la manera que le han indicado, pero la obra no parece tener la grandeza a una tragedia de Shakespeare sino la mediocridad casi absoluta de algunos de esos teleteatros de la tarde. No hay, en este sueño que creo vivir, algún personaje que como el Macbeth de Shakespeare diga: "La vida no es más que una sombra andante, un pobre actor que sobre el escenario se agita y pavonea en su momento, y a quien nunca se volverá a oír más; un cuento contado por un idiota, lleno de sonido y furia que nada significa".
Tal vez sea el único que se siente de esa manera. Y que al sentirlo soy injusto de manera atroz con aquello que la vida me ha otorgado. Pero si tengo la certidumbre de que en lo personal soy feliz, de la manera que Salinger entendía que se lo puede ser, si miro a mi alrededor y trato de estar al tanto de lo que ocurre no sólo en mi país sino en el mundo, nadie que tenga un mínimo de sensibilidad puede encerrarse en lo que él cree su felicidad y su reducto inexpugnable y despojarse de todos sus sentidos para que la realidad no lo toque. Hay quienes tienen una obscena cantidad de riqueza y suponen con alguna razón que pueden gozar de sus placeres y permanecer ajenos a la vida en general. En el sueño en que vivo me hago muchas preguntas y encuentro pocas respuestas. Me dice, algún personaje con su parlamento también soñado, que Rosario se ha transformado en una ciudad turística. Quisiera responderle que eso me hace muy feliz, pero no puedo hacerlo con absoluta sinceridad. Pienso que el turismo en la ciudad está como circunscripto a un territorio, con fronteras bien delimitadas. A lo mejor en otras ciudades ocurre lo mismo, no lo sé, pues estoy en las antípodas de lo que sé que puede considerar un turista. Tampoco soy un viajero, pues solamente he viajado por razones circustanciales.
Una de las ventajas de vivir en un sueño es el diálogo que puede tenerse con aquellos que de otra manera nos sería imposible dialogar. Nos encontramos, hace unos días (en realidad no es así, pues en los sueños no hay días ni noches, y el espacio y el tiempo se confunden), pero aceptemos que diga que hace unos días me tropecé con Bertolt Brecht y nos pusimos a charlar (en los sueños se habla el mismo idioma) y él me decía que desde su muerte al hoy las cosas no han cambiado demasiado, que en realidad han empeorado. Con muy pocos cambios podría escribir los poemas que escribí en tiempos feroces, pero hoy no lo son menos. Luego me encontré con Roy Fuller que venía de andar recorriendo el mundo y ese andar le confirma aquello que decía en uno de sus poemas, en estos tiempos, para ser feliz, hay que ser estúpido o corrompido. Después me encuentro con Camus que anda con un ejemplar de "La Peste" en la mano. Es una edición que no conocía, la colección Pourpre de Gallimard, de tapas duras, impresa en el mismo año de aparición de la novela, 1947. ¿Dónde me encuentro con Camus? En Tipasa, ese sitio que con una prosa tan impregnada de vida y poesía pinta Camus en "El verano" y luego en "Bodas": "Amo esta vida con abandono y quiero hablar de ella libremente: pues me da el orgullo de mi condición humana". Le cuento que ando deambulando por un sueño y que ese sueño me dice que todos los argentimos estamos viviendo en el mismo sueño pero deseando despertar. Camus me recuerda algo que en realidad yo no olvide que el bacilo de la peste no muere ni desaparece jamás, que espera pacientemente y en algún momento para desgracia y enseñanza de los hombres despierta.
En mi vivir en un sueño me hace pensar (¿por qué?) que el bacilo de la peste está dando los primeros pasos de su despertar. Ese sólo pensar transforma el sueño en pesadilla y de las pesadillas, no siempre, pero a veces, se despierta. Entonces me desperté, sudado como debe ser, inquieto, había dejado el televisor prendido y observé que estaban pasando una magnífica serie alemana sobre la familia Mann, realizada con talento y documentación, esas cosas que pueden encontrarse a la madrugada en algún canal cuyos directivos piensan que a esa hora no contaminarán a demasiados con algo de cultura. Ya no soy el tipo de Maipú y 3 de Febrero que sueña. Estoy despierto, mi mujer sigue durmiendo pero mi gata se despierta conmigo. Tengo unos cuantos diarios sobre la mesa, me preparo un café y comienzo a leerlos. No pasa mucho tiempo para que me dé cuenta que lo que soñaba no estaba tan distante de la realidad.
Todos permanecen diciendo o haciendo cosas como en el sueño, sin sentido, a veces cosas llenas de furia y sonido, otras veces el inconfundible sonido que tienen algunos de los programas de televisión que se pasan en los mejores horarios y cuyo propósito es impedir que se piense. Entonces recuerdo otro poema de Brecht, pero ahora sabiendo que él está muerto rodeado por la tristeza que lo acorraló durante sus últimos años. "General, tu tanque es un carro poderoso / desmonta un bosque y aplasta cientos de hombres / pero tiene un defecto: / necesita un conductor./ General, tu bombardero es poderoso / vuela más rápido que una tormenta y carga más que un elefante. / Pero tiene un defecto: necesita un piloto. / General, el hombre es muy útil / puede volar y puede matar. / Pero tiene un defecto: / puede pensar". Entonces me doy cuenta que lo que espera ese tipo de esa esquina, que trata de olvidarse del mundo sopando su medialuna con manteca en el café con leche, es que en algún momento los argentinos nos pongamos a pensar. Sé que en muchos momentos de nuestra difícil historia los argentinos pensamos, que tuvieron pensamientos opuestos en muchos casos, que pelearon por ellos y en ocasiones de manera cruel, pero ¿en qué momento, si alguien me lo puede decir, los argentinos, y me incluyo entre ellos, hemos dejado de pensar?. Cuando pensábamos éramos peligrosos, ahora somos moluscos que se aplastan pero rápidamente adquieren la presunta apariencia de seres pensantes. (Pero la tristeza en el sueño y fuera de él, es que como decía César Fernández Moreno, me siento argentino hasta la muerte y rosarino hasta después de ella y entonces me pregunto ¿qué me ha pasado? Pues sería muy pretencioso hacer la pregunta en plural y preguntar qué nos ha pasado).
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